domingo, 19 de julio de 2009

24 horas en Toledo: una inmersión en el misterio de la ciudad de las tres culturas‏


Iglesias, mezquitas y sinagogas. Callejones estrechos, cobertizos y la presencia constante de El Greco, el pintor de Toledo. Pasar 24 horas en la ciudad de las tres culturas es sumergirse en un conjunto urbano que sintetiza, como ninguno, la historia de España. Y que mantiene intacto el aroma de leyenda que sedujo a los creadores de la generación del 27.
Las sinagogas del Tránsito y de Santa María la Blanca; las mezquitas del Cristo de la Luz y de las Tornerías, y la Catedral, hermana mayor de un sinnúmero de iglesias, cada una con su historia y con su leyenda, forman un conjunto que hace de Toledo una permanente referencia espiritual para las tres grandes culturas: judíos, musulmanes y cristianos. A ello hay que añadir la herencia de romanos y visigodos y la impronta del Greco, pero sobre todo la posibilidad de perderse por los callejones de una ciudad donde la Edad Media se resiste a marcharse.
La puerta de Alfonso VI es un lugar perfecto para iniciar nuestra visita a Toledo, muy cerca de la antigua quinta del Cardenal Lorenzana, que es hoy un lujoso hotel. Desde esta magnífica puerta mudéjar, el recorrido por la ronda exterior de la muralla lleva enseguida a la vecina puerta de Bisagra, símbolo del poderío del emperador Carlos V, y acceso principal para entrar en la ciudad vieja, donde enseguida se localiza la llamada catedral del mudéjar toledano, es decir, la espléndida iglesia de Santiago del Arrabal, muy próxima también a la puerta de Bab al Mardum, o de Valmardón. Junto a esta puerta se encuentra una de las joyas más raras de Toledo, su sorprendente mezquita del Cristo de la Luz, una pieza histórica y arquitectónica que pone en evidencia el esplendor de la cultura musulmana en pleno centro de Castilla.
La visita a este entorno toledano se completa con la subida a la puerta del Sol y con el paso por la vecina puerta de Alarcones, hasta llegar a la plaza de Zocodover, auténtico corazón de la ciudad, donde los soportales siguen evocando ese ambiente de “zoco”, es decir, de mercado, que tuvo siempre la capital toledana.
Desde Zocodover, el arco de la Sangre, tan bello como cargado de leyendas, conduce hasta el hospital de Santa Cruz, que exige una visita más o menos detallada, no sólo para admirar la belleza de su arquitectura, sino también para poder apreciar las numerosas obras de arte que contiene, entre ellas algunas de las pinturas más conocidas de El Greco.
El resto de la mañana bien puede emplearse en visitar la Catedral primada, donde el Transparente, la capilla de San Ildefonso, la custodia de Arfe o las pinturas de El Greco son algunos de los grandes tesoros que guarda una de las arquitecturas más ricas y más sorprendentes de España.
Después de buscar acomodo y reparación en cualquiera de los buenos restaurantes toledanos que se reparten por la zona centro de la ciudad, la tarde cambia el tercio de la Toledo musulmana y cristiana para adentrar el viajero en uno de sus espacios más emblemáticos: la judería; o mejor dicho, las juderías, pues hasta diez barrios judíos diferentes existieron, en diferentes momentos de la historia en la que fue sin duda la aljama más relevante de Occidente en la Edad Media. Antes de penetrar en este mundo fascinante, la iglesia de Santo Tomé guarda otra de las visitas inexcusables de Toledo: el extraordinario cuadro de El Greco El entierro del Conde de Orgaz, una de las piezas maestras de la gran pintura española.
La Casa Museo de El Greco, donde se encontraron restos del mikvé o antiguo baño ritual de los judíos, complementa magníficamente la visita a las dos grandes sinagogas toledanas, la del Tránsito y la de Santa María la Blanca, dos verdaderos tesoros de la cultura sefardita. El recorrido se completa con la visita a San Juan de los Reyes, signo en este caso del poderío de los Reyes Católicos, y en cuyo exterior se conservan todavía las cadenas de los últimos presos cristianos del reino de Granada, y con el paso por la puerta del Cambrón, presidida en este caso por el escudo de Felipe II.
Pasar una noche toledana es sinónimo de sufrir grandes vicisitudes; perderse de noche por las estrechas calles de Toledo, como hicieron en su día Bécquer o los poetas de la generación del 27, es sin duda revivir viejos fantasmas y antiguas leyendas entre cobertizos, cruces, faroles a media luz y rincones llenos de misterio…
24 horas en Toledo dan para mucho, o para muy poco si se tiene en cuenta que se trata de una ciudad que guarda en su interior más de un centenar de bienes de interés cultural. Un lugar donde cada rincón es una historia.
Fuente: Publico.es

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