domingo, 16 de julio de 2017

Guido Maisuls

Jorge Luis Borges y el antisemitismo
Ciertos desagradecidos católicos, léase personas afiliadas a la Iglesia de Roma, que es una secta disidente israelita servida por un personal italiano, que atiende al público los días feriados y domingos, quieren introducir en esta plaza una tenebrosa doctrina, de confesado origen alemán, rutenio, ruso, polonés, valaco y moldavo.
Basta la sola enunciación de ese rosario lóbrego para que el alarmado argentino pueda apreciar toda la gravedad del complot.
Por cierto que se trata de un producto más deletéreo y mucho menos gratuito que el dumping. Se trata -soltemos de una vez la palabra obscena- del Antisemitismo.
Quienes recomiendan su empleo, suelen culpar a los judíos, a todos, de la crucifixión de Jesús. Olvidan que su propia fe ha declarado que en la cruz operó nuestra redención.
Olvidan que inculpar a los judíos equivale a inculpar a los vertebrados, o aun a los mamíferos.
Olvidan que cuando Jesucristo quiso ser hombre, prefirió ser judío y que no eligió ser francés, ni siquiera porteño.
Ni vivir en el año 1932 después de Jesucristo para suscribirse por un año a Le Roseau d'Or.
Olvidan que Jesús, ciertamente, no fue un judío converso.
La basílica de Luján, para El, hubiera sido tan indescifrable espectáculo como un calentador a gas o un antisemita.
Borrajeo con evidente prisa esta nota.
En ella no quiero omitir, sin embargo, que instigar odios me parece una tristísima actividad y que hay proyectos edilicios mejores que la delicada reconstrucción, balazo a balazo, de nuestra Semana de Enero, aunque nos quieran sobornar con la vista de la enrojecida calle Junín, hecha una sola llama.
Jorge Luis Borges.
Publicado en el semanario "Mundo Israelita" en agosto de 1932.

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