domingo, 30 de julio de 2017

Daniel Karpuj
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GRIETAS COMO TEMPLOS
Cuando los turistas, al atardecer, regresan cansados a sus hoteles de Jerusalén, es cuando los mendigos y vagabundos se despiertan.
Y cuando se aproxima la medianoche, se trepan por las paredes hasta los techos de la ciudad, y ya instalados allí, taciturnos, comienzan a entonar sus melodías.
Entonan melodías tristes, melancólicas, teñidas de añoranza y de nostalgia.
Jerusalén, a esas horas de la noche, solloza en sus techos y azoteas.
Las noches en Jerusalén traen recuerdos de otros tiempos, de reyes, de profetas y de Templos.
Y cuando los mendigos y los vagabundos recuerdan, algunos ángeles descienden para observarlos (e incluso se emocionan).
Es difícil vivir en un mundo sin Templo…
Ahora todo parece ser, pero no es; todo es una sombra de lo que fue, una penumbra permanente; y todo intenta ser un símbolo de lo que ya pasó.
Mientras las ciudades del mundo duermen, Jerusalén susurra melodías dolientes.
Aunque repletas de esperanza.
Porque quienes escuchan esas lamentaciones, antes del amanecer, perciben que falta muy poco, para que no haga falta subir a los techos, por las noches, para recordar aquellos tiempos de certezas y evidencias.
Porque jamás olvidan que el momento de máxima oscuridad, es, precisamente, el momento que precede al amanecer.
Y porque el que tiene aún su alma viva, sabe que aún se sentarán ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén...
Cuando regresen, prontamente, aquellos días de Templo.

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