lunes, 10 de julio de 2017



Yo judío”, Jorge Luis Borges Acevedo
En 1934, la revista Crisol, una publicación de sectores de ultraderecha, le acusa por sus posiciones a favor de los judíos y de hecho le pone como mote, como si ello fuera un insulto, “Borgesjudío”.
En respuesta, Borges publica una proclama, Yo judío, en la que, según explica la filóloga y crítica literaria María Gabriela Mizraje, el poeta y novelista expone que aunque corroborar un origen hebreo le es, pese a su empeño, esquivo, desearía encontrarle.
“No sé bien cómo celebrar ese arroyo de sangre israelita que corre por mis venas”, le cuenta por carta el autor de Ficciones a su amigo Maurice Abramowicz, un escritor de origen judíopolaco, apenas sucedida la epifánica lectura.
Mizraje destaca que la “fascinación” por la cultura judía está presente en Borges desde Fervor de Buenos Aires (1923) hasta el final de su vida, con la obra del filósofo holandés de origen sefardí Baruch Spinoza como una de sus principales pasiones.
Borges tomó contacto con la cultura sefardí en España, donde vivió desde 1918 a 1921 y tierra donde escribió una de sus primeros poemas, “Judería”, publicado en 1923.
La experta señala que este interés de Borges por el judaísmo no solo atraviesa su obra narrativa y poética, sino también sus conferencias y sus actos de compromiso público, como la redacción de proclamas y la firma de solicitadas, en contra del antisemitismo y en respaldo a Israel durante la Guerra de los Seis Días (1967) .
Borges puso a prueba ese compromiso con el judaísmo en la década de 1930, cuando una creciente ola de antisemitismo se hace sentir también en Argentina y varios intelectuales locales, entre ellos el autor del poema El golem, salen a la palestra a sentar su posición.
Según investigaciones, el apellido materno del célebre escritor argentino, Acevedo, tiene efectivamente un origen sefardí, pero nunca se ha podido reconstruir la genealogía de los antepasados de Borges a un punto tal que se remonte en varios siglos hasta esas raíces y así poder comprobar o descartar esa raíz.
Es precisamente esa falta de certeza lo que, según Mizraje, hace admirable el compromiso de Borges con la cultura judía, compromiso que hubiera resultado “natural” de haberse comprobado una ligazón familiar pero que en el escritor resulta ser una conexión “intelectual y emocional”.
“Emociona la fidelidad de Borges con el judaísmo, porque podría haber tenido un momento de fascinación de juventud inicial, influenciado por sus amigos de entonces, pero él mantiene esto a lo largo de toda su producción”, destaca Mizraje.
“Podríamos decir que es un pacto de amor. No necesitamos la filiación corroborada de la sangre para reconocer esa pacto de amor de Borges”.
Yo judío*
Como los drusos, como la luna, como la muerte, como la semana que viene, el pasado remoto es de aquellas cosas que pueden enriquecer la ignorancia. Es infinitamente plástico y agradable, mucho más servicial que el porvenir y mucho menos exigente de esfuerzos.
Es la estación famosa y predilecta de las mitologías. ¿Quién no jugó a los antepasados alguna vez, a las prehistorias de su carne y su sangre?
Yo lo hago muchas veces, y muchas no me disgusta pensarme judío. Se trata de una hipótesis haragana, de una aventura sedentaria y frugal que a nadie perjudica, ni siquiera a la fama de Israel, ya que mi judaísmo era sin palabras, como las canciones de Mendelsohn.
Crisol, en su número del 30 de enero, ha querido halagar esa retrospectiva esperanza y habla de mi “ascendencia judía maliciosamente ocultada” (el participio y el adverbio me maravillan).
Borges Acevedo es mi nombre.
Ramos Mejía, en cierta nota del capítulo quinto de “Rosas y su tiempo”, enumera los apellidos porteños de aquella fecha para demostrar que todos, o casi todos, “procedían de cepa hebreo-portuguesa”.
Acevedo figura en ese catálogo: único documento de mis pretensiones judías, hasta la confirmación de Crisol.
Sin embargo, el capitán Honorio Acevedo ha realizado investigaciones precisas que no puedo ignorar. Ellas me indican el primer Acevedo que desembarcó en esta tierra, el catalán don Pedro de Acevedo, maestre de campo, ya poblador del “Pago de Arroyos” en 1728, padre y antepasado de estancieros de esta provincia, varón de quien informan los Anales del Rosario de Santa Fe y los documentos para la historia del Virreinato-abuelo, en fin, casi irreparablemente español.
Doscientos años y no doy con el israelita, doscientos años y el antepasado me elude. Estadísticamente los hebreos eran de lo más reducido.
¿Qué pensaríamos de un hombre del año cuatro mil, que descubriera sanjuaninos por todos lados?
Nuestros inquisidores buscan hebreos, nunca fenicios, garamantas, escitas, babilonios, persas, egipcios, hunos, vándalos, ostrogodos, etíopes, dardanios, paflagonios, sármatas, medos, otomanos, beréberes, britanos, libios, cíclopes y lapitas.
Las noches de Alejandría, de Babilonia, de Cartago, de Menfis, nunca pudieron engendrar un abuelo, sólo a las tribus del bituminoso Mar Muerto les fue deparado ese don.
* Revista Megáfono, 3, Nro. 12, pág. 60, Buenos Aires, Argentina. Abril de 1934.



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