viernes, 29 de agosto de 2025

 

Este articulo me toca de cerca porque mi madre nacio en Varsovia.

“Tres Varsovias y una sola cicatriz”

Antes de que la guerra le arrancara el alma, Varsovia era un vals de mármol y viento.

Se la conocía como la “París del Norte”, pero en realidad era un espejo donde Europa se peinaba con elegancia barroca, clasicismo sobrio y modernidad juguetona.

Sus bulevares eran venas por donde corría la sangre del pensamiento, y sus cafés, altares donde se ofrecían alabanzas de filosofía, política y poesía.

Era una ciudad que respiraba arte como si fuera oxígeno.

Chopin era su latido, y la literatura, su voz. Las universidades eran faros encendidos, las bibliotecas, cofres de sabiduría, y los museos, vitrinas del alma. La comunidad judía era un río de cultura que atravesaba la ciudad con más de 350 mil afluentes, cada uno con su canto, su idioma, su memoria.

Varsovia era un mosaico de lenguas y credos, una sinfonía urbana donde el idish, el polaco y el alemán se entrelazaban como hilos de un tapiz sonoro.

El casco antiguo era una pintura viva: fachadas como caramelos, iglesias que apuntaban al cielo como dedos temblorosos, sinagogas que susurraban rezos, y plazas que latían como corazones abiertos.

Los Jardines Sajones y el Palacio de Wilanów eran los pulmones verdes donde la ciudad suspiraba.

Los mercados eran orquestas de aromas, colores y voces que tejían la rutina como si fuera un abrigo contra el olvido...

Y entonces, el cielo se rompió.

La Guerra: el lobo que entro en la casa.

El 1 de septiembre de 1939, la Luftwaffe lanzó su primer rugido, y Varsovia comenzó a desangrarse.

El 8 de septiembre, la tierra también se convirtió en campo de batalla.

Aunque la ciudad resistió como un roble bajo tormenta, el 28 de septiembre se quebró.

El 1 de octubre, la Wehrmacht entró como un invierno sin primavera, y comenzó la ocupación: una mordida lenta, cruel, sin anestesia.

Lazlo y el primer gemido del espanto

  • En el décimo día de bombardeos, Lazlo, el zapatero que antes cantaba mientras zurcía suelas, se encontró en una esquina donde los adoquines ya no sabían su nombre.
  • Miró el cielo, ahora tapizado de hollín, y murmuró: “¿Cómo puede el mundo seguir girando mientras nosotros somos borrados calle por calle?”

Ilan y las columnas que lloran sin lágrimas

  • Los escombros crujían bajo los pies de Ilan como si el suelo tuviera memoria.
  • Entró a la sinagoga tambaleante, con el corazón lleno de preguntas que ni la Torá podía responder. Las columnas, ennegrecidas, seguían en pie como centinelas mudos.
  • Cada grieta era un verso en una lengua que solo se entiende cuando se llora.
  • “Ustedes sí se acuerdan,” susurró a la piedra. “¿Verdad que no fue un sueño?”
  • Se acercó a la bimá, no para hablar, sino para rendirseTenía polvo en la ropa, restos de vecino en el bolsillo, y el nombre de su hermano pegado al paladar.
  • Un haz de luz se coló por una herida en la pared y alumbró una frase en hebreo, medio borrada, como si hasta Dios necesitara restauraciones.
  • Ilan se sentó. Cerró los ojos. Las columnas lo abrazaron como si fueran brazos de madre.

La entrada de los que no cantan

  • Las botas de la Wehrmacht entraron sin música. Un niño corrió tras una paloma rota.
  • Un disparo lo dejó tendido, con los ojos abiertos como ventanas sin cortinas.
  • La paloma, sin entender la ausencia, siguió saltando entre charcos.
  • La madre llegó con una bolsa de pan que ya no tenía destino. Se arrodilló, no por fe, sino porque sus piernas se rindieron antes que su alma.
  • “Dios no está aquí,” dijo un anciano desde una farmacia vacía.
  • "Se fue cuando dejamos de cantar”.
Las órdenes caían como hojas rotas. Y el viento, rebelde, seguía sin obedecer.

Tres Varsovias en una sola herida

La Varsovia ocupada era un espejo roto. Tres reflejos coexistían sin tocarse:
  • La Varsovia de los ocupados era un túnel sin luz, donde cada paso era una plegaria muda.
  • La Varsovia de los ocupantes era un teatro de máscaras, donde el lujo se sostenía sobre el silencio y el desprecio.
  • La Varsovia del gueto era una jaula dentro de otra jaula, donde ni siquiera el horror era compartido.

Han pasado ochenta años desde que la guerra terminó. Pero hay lugares donde la ética sigue famélica

Tres Varsovias que respiraban distinto, pero compartían el mismo suelo como se comparte una cicatriz.
Allí se revelaron los rostros del dolor: el que resiste en silencio, el que oprime desde la comodidad, y el que se alza en su último aliento para no desaparecer del relato.

El gueto: donde la dignidad florece en el abismo

  • Más de 400 mil judíos fueron encerrados en apenas el 2,4% del territorio.
  • Vivían —si es que eso era vivir— entre el hambre que borraba nombres, las epidemias que robaban futuros, y una desesperación que no era derrota, sino espera.
  • En abril de 1943, el gueto se convirtió en un grito. No buscaba victoria, sino memoria.
  • Fue un levantamiento contra la muerte anunciada, una afirmación brutal de humanidad.

Muchísimos gentiles y judíos murieron durante la ocupación de Varsovia.

  • Stefan Starzyński, alcalde de Varsovia, organizó la defensa de la ciudad durante la invasión alemana en 1939.
  • Fue arrestado por la Gestapo en ese mismo año, y ejecutado en secreto en Varsovia en 1943.
  • Maciej Rataj, presidente interino de Polonia en los años 1920, fue ejecutado por los nazis en Varsovia en 1940 como parte de las represalias contra la élite política.
  • Janusz Korczak (Henryk Goldszmit), médico, pedagogo, y escritor, dirigía un orfanato judío en el gueto. Fue deportado junto con los niños del orfanato a Treblinka en 1942. Se negó a abandonarlos, y murió con ellos.
  • Mordejai Anielewicz, líder de la resistencia judía, comandante de la Organización Judía Combatiente (ŻOB) durante el levantamiento del gueto de Varsovia, murió en mayo de 1943 en el búnker de la calle Mila 18, junto con muchos combatientes.
  • Y así podría llenar páginas y páginas.

Recordar es resistir

Han pasado ochenta años desde que la guerra terminó. Pero hay lugares donde la ética sigue famélica.

Recordar el Gueto de Varsovia no es solo historia.

Es brújula.

Es espejo.

Es preguntarnos si somos de los que resisten en silencio, de los que miran hacia otro lado, o de los que se alzan para que el dolor ajeno no se borre del relato.

Nunca he estado en Varsovia.

Alguna vez tengo que ir.

Se lo debo a sus muertos, a sus sobrevivientes, y a sus vivos.

Soledad Morillo Belloso-Periodisa, ensayista y novelista venezolana.
Nuevo Mundo Israelita

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.