El diario La Nación, en su editorial de fondo del día 18 de agosto de 2008 hace referencia al FORO ARGENTINO SOBRE EL ANTISEMITISMO INTERNACIONAL que el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales y B´nai B´rith Argentina organizaron el pasado 6 de agosto en el CARI.
La lucha contra el antisemitismo
No pudo haber sido más indicado el Foro Argentino sobre Antisemitismo Internacional, organizado por prestigiosas entidades como el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) y B´nai B´rith Argentina. Era necesaria una reunión de esa naturaleza a fin de poner al día la preocupación por las agresiones sistematizadas contra el judaísmo. Por lo pronto, los atentados cometidos contra la embajada de Israel, en 1992, y la AMIA, en 1994, no pueden quedar impunes. Es una cuestión de justicia, de honor en juego del país y de trascendencia para la prosecución de la lucha contra el terrorismo internacional.El antisemitismo es una burda y primitiva explosión de pasiones, enderezada a inculpar por cuantos males ocurran en una sociedad o en el mundo a miembros de la comunidad judía o a ella en su conjunto. Se trata de una patología anterior y, por lo tanto, independiente de la existencia del Estado de Israel, que es la expresión política y jurídica de los israelíes, no necesariamente de todos los judíos, muchos de ellos nacionales de múltiples países. Sin embargo, la demonización de Israel hecha por sus enemigos ha actualizado y potenciado la muy antigua cuestión del antisemitismo.Es un tema delicado para la Argentina. Aquí está asentada una de las comunidades judías más numerosas del mundo. Esto ha constituido, seguramente, un dato de importancia para quienes se decidieron a cometer en los años noventa las aberraciones que conmovieron a nuestra sociedad en su conjunto. Aquí, por añadidura, se asienta una comunidad de origen árabe, cuyos antecesores eran en su mayoría sirios y libaneses, que duplica en magnitud a la de los judíos y se ha integrado por igual al desenvolvimiento del país. Ambas justific an el orgullo argentino por haber servido con aptitud y generosidad de crisol de etnias. No hay sociedades perfectas, pero la grandeza con la cual se organizó la Argentina quedó plasmada en el artículo 20 de su Constitución, cuya amplitud de propósitos carecía de antecedentes en 1853: "Los extranjeros gozarán en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano".
Resulta incuestionable que el Holocausto dispuesto por Hitler y sus secuaces marcó el punto más alto de gravedad en la persecución contra los judíos. La pretensión de deslegitimar ahora el Holocausto por parte de los enemigos de Israel hace imperioso recordar que el nazismo estuvo precedido de décadas de fuertes corrientes de pensamiento con permanentes acusaciones contra los judíos y que el siglo XIX se había abastecido, a su vez, de una avalancha de juicios condenatorios contra ellos casi con más obstinación que en ningún otro período. Cuando las imputaciones, por falsas que f ueren, se toman como naturales a raíz de la insistencia, se suscitan equívocos que terminan, incluso, por derramarse sobre las expresiones sociales y políticas mejor intencionadas. Así ocurrió en esos dos siglos en la Argentina.
Después de la Segunda Guerra Mundial, era frecuente preguntar si la Argentina seguía siendo un país de nazis. Fue el resultado de una política exterior que pretendió preservar la neutralidad frente al eje perverso de Hitler y Mussolini, y de una política interna de connivencia con aquellos que, desde ámbitos de la cultura, entre 1930 y 1945, dieron lugar a las acciones de más notorio antisemitismo de la historia nacional. Hoy, el país cuenta con una legislación antidiscriminatoria avalada por todos los sectores políticos de alguna gravitación y su política exterior acaso sea, desde la perspectiva de América latina, la de mayor énfasis en sostener posiciones de consideración hacia Israel. Es ésa una política de Estado, pues ha revelado una continuidad en el tiempo, a través de sucesivos gobiernos, de carácter poco común en un país, como el nuestro, pendular e imprevisible en otras materias.
El antisemitismo de vertiente religiosa encontró una frontera a comienzos de los años sesenta con el Concilio Vaticano II. Con un nuevo espíritu y con otros gestos y palabras, difícilmente haya habido desde entonces fuerzas más eficaces que la de la Iglesia en la desarticulación de sentimientos antisemitas que habían anidado en nuestra sociedad. Todavía quedan entre argentinos expresiones de desdén -silenciosas, implícitas- y se reiteran, de modo periódico, profanaciones de tumbas, palabras hirientes y amenazas fundadas en una condición étnica.
Falta trabajar más. Por eso, al foro exitoso que acaba de realizarse en Buenos Aires conviene que siga una propuesta de acciones concretas para seguir avanzando en la única dirección aceptable: somos todos iguales, pero es necesario verificarlo en la vida dia ria. Lo llamativo es que haya, además, importantes retrocesos que anotar.
Así fue puesto de manifiesto por el profesor norteamericano Robert S. Wistrich. Se resume diciendo que al viejo antisemitismo de derecha, "debilitado u ocupado en otros blancos", se superpone ahora un nuevo antisemitismo, que es de izquierda, y para el que los únicos judíos buenos son "los judíos muertos (los mártires del Holocausto) o aquellos que ostentosamente denuncian a Israel".
Encuestas de opinión realizadas en 2007 indican que el grado de antisemitismo existente aquí es residual. No nos resignamos a ello. Frente a la discriminación, la tolerancia debe ser cero, como frente a la delincuencia común o al terrorismo, sobre el cual la Argentina tiene diversos tipos de experiencia, incluso alguna que en los años setenta estuvo asociada con quienes combatían a Israel. Ha de ser útil, pues, trabajar sobre los pasos renovados que deban darse a fin de alcanzar esos objetivos y hac er el balance correcto de todos los hechos positivos que, habiéndose producido en los últimos 40 años, carecen todavía de debida apreciación.Fuente Newsletter de B'nai B'rith Argentina
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