Reflexiones de un israelí que tal vez no vengan al caso, pero de cualquier modo parecen ser intrigantes. Posiblemente rocen la razón de ser de un pueblo que ha sabido perseverar a través de los siglos.
De entrada, yerra el tiro. Incluso en su país está desacreditado: ya es objeto de museo, superviviente de una época que ya no existe. En el extranjero, ni mencionarlo. Para muchos prototipo del colonialismo más terrible, sinónimo de despojo, opresión y quién sabe qué. En el mejor de los casos, un vocablo obsoleto. En el peor, sinónimo de lo más peyorativo. Desde luego, me refiero al sionismo. Que en cierto modo se rehabilitó aquí cuando en el nadir de su desvergüenza, la ONU declaró que era parejo al racismo. Eso ocurrió en 1975. Pero esa tendencia con el tiempo volvió a decaer.Y, sin embargo, afirmo que soy sionista. Lo he sido casi toda mi vida, desde que comprendí lo difícil que era ser judío en tierras ajenas. Sin darme cuenta siquiera. Ocultando mi origen, porque era algo vergonzoso, y aspiraba una solución que me librase de esa pesadilla. Para poder ser como los demás, y no ocultarme en las tinieblas de ser diferente, desdeñado y hasta un paria. Algo que ha fructificado dentro de mi ser, aunque no siempre me diera cuenta de ello.Con el tiempo me hice israelí. Si no nativo, por lo menos hijo adoptivo bien arraigado en donde veía era mi nueva patria. Sionista porque no tenía reparo en ver las cosas objetivamente y... hay tanto que criticar en este bendito país. Lo más banal: la ausencia de esa cortesía tan propia de las tierras que tuve que abandonar. En lugar de la sonrisa, el rostro fruncido. En el mejor de los casos, una mirada indiferente. Pero eso uno de los tantos hilos que trenzan el tejido de una realidad tan diferente, en medio de un desierto que tanto abatía y apesadumbraba. ¿Cómo se puede vivir en este medio que nada parece ofrecer, convivir en una realidad que resultaba tan ajena, extraña?
Algunos no pudieron con todo ello, volvieron a hacer las maletas para regresar de donde vinieron. Nosotros no: sencillamente, y como tantos otros, no teníamos a dónde volver. Y aquí está el quid de la cuestión. No nos quieren en otro lado. En el mejor de los casos, nos miran desconfiados. “Sabes, es judío”. Eso ya lo dice todo. No es suficiente que la Real Academia haya borrado del término la acepción de “avaro” o “usurero”, prototipo de alguien en el que no se puede fiar. Y sin embargo, la crítica de la usura tiene su origen en varios pasajes del Antiguo Testamento, que afirman que tomar a interés es prohibido, desalentado o despreciado.
Pero eso en el mejor de los casos. La base, lamentablemente, no era una simple desconfianza, sino un rencor basado en un hecho milenario cuyo desenlace lo dice todo: la muerte en la cruz. Una norma nada judía, sino de los paganos romanos. La anomalía del caso es que la crucifixión estaba prohibida en la ley antigua judía.
Estimo que el mejor sionista es el israelí, aunque no lo sepa. Incluso llegue al extremo de desdeñar lo que para él es sinónimo de dispersión. La perenne diáspora que en nuestros días está integrada por quienes no quieren o no pueden afrontar la realidad de un Israel acosado constantemente. Un país en donde no es fácil vivir. Pero por muy difícil que sea, es donde nosotros estamos. Y nos quedaremos. Porque no tenemos otro país.El Rincón de Moshé Yanai.Fuente el reloj.com
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