domingo, 5 de octubre de 2008
Contra el Olvido: Elie Wiesel y la Preservación de la Memoria
“Dime” pregunta el niño que él fue alguna vez al adulto que es hoy, “¿qué has hecho con mi futuro? ¿Qué has hecho con tu vida?”. Y el adulto le responde que lo ha intentado. Que ha tratado de mantener viva a la memoria. Que ha procurado dar batalla contra aquellos que quieren olvidar. “Por que si olvidamos” -dice Elie Wiesel ante el Comité Nobel en Oslo en 1986- “somos culpables, somos cómplices”.
En el primer volumen de sus memorias, Todos los ríos van al Mar (1995), Elie Wiesel narra la siguiente anécdota. Un día de 1936 en su pueblo natal de Sighet, Transilvania, cuando él tenía ocho años de edad, acompañó a su madre a visitar al rabino de Wizhnitz, una eminencia de la Torah (el Pentateuco) de visita en el lugar. Primero entró él, quedando a solas con la autoridad rabínica. Conversaron sobre sus estudios religiosos, y luego él salió para dejar entrar a su madre. Cuando ésta abandonó la sala, su cara estaba cubierta de lágrimas y no podía parar de llorar. El pequeño Elie le preguntó una y otra vez la causa de su angustia, pero no obtuvo respuesta. Insistió, durante días, infructuosamente. Su madre jamás le confesó el motivo del llanto. Apesadumbrado, se interrogó acerca de que pudo haber hecho mal para avergonzar a su madre ante el rabino. Le tomaría veinticinco años averiguar la verdad, y lo haría en otro rincón del mundo. En Manhattan, donde pasó a residir, un primo suyo presto a someterse a una operación difícil, le pidió al ahora hombre de treinta y tres años que se acercara al hospital a bendecirlo. Sorprendido, puesto que no ejercía oficio religioso alguno, lo hizo de todos modos. A los pocos días, el primo ya recuperado le develó el enigma del encuentro misterioso de Sighet. Su madre le había contado. El rabino de Wizhnitz había dicho: “Sara, debes saber que tu hijo será un gadol b´Israel, un gran hombre en Israel, pero ni tu ni yo viviremos para ver ello”. Exactamente cincuenta años después aquél niño de Sighet sería galardonado con el Premio Nobel de la Paz.Elie Wiesel no olvida, y nos cuenta en el segundo volumen de sus memorias Y el mar nunca se llena (1999), que al momento de recibir la más alta distinción que confiere la humanidad no pudo evitar pensar en su madre, su padre y su hermana menor, todos asesinados durante el Holocausto. “No oigo el aplauso; no oigo nada, y luego todo lo que oigo son las lágrimas invisibles fluyendo en mi alma, oigo las plegarias que mis padres muertos recitan en las alturas, oigo el llamado de mi pequeña hermana Tsipouka cuyo sufrimiento debió haber extinguido al sol por toda la eternidad”. Wiesel tenía quince años cuando fue deportado junto a toda su familia a los campos de exterminio nazi. Sólo él y sus dos hermanas mayores sobrevivirían a lo que él denominó “el reino de la noche”. Luego de la guerra fue llevado a un orfanato en Francia, adoptó el francés como su nuevo idioma pues no podía seguir hablando en la lengua de los asesinos, estudió filosofía en la Sorbonne, enseñó hebreo, trabajó en coros y luego se orientó al periodismo. Su primer trabajo lo obtuvo con Zion in Kamf, publicación en yidish del Irgún, un movimiento de resistencia judío en Palestina, y luego con Yediot Aharonot, hoy uno de los más grandes diarios de Israel, pero entonces apenas un periódico menor.
Durante diez años rehusó abordar su historia pasada. “Tan pesada era mi angustia”, ha escrito en un ensayo incorporado al libro Un Judío Hoy (1978), “que hice una promesa: no hablar, no tocar lo esencial durante por lo menos diez años. Tiempo suficiente para ver con claridad. Tiempo suficiente para volver a adueñarme de mi memoria. Tiempo suficiente para unir el lenguaje del hombre con el silencio de los muertos”. Fue un escritor católico, en el marco de una entrevista inconexa, quién motivó al joven sobreviviente a escribir. Un año más tarde, Elie Wiesel envió el manuscrito -“escrito bajo el sello de la memoria y el silencio” según ha dicho- a quién se convertiría en su amigo y mentor, Francois Mauriac. De esas páginas surgiría el libro La Noche, el ensayo más aclamado de toda una obra singular y rica de más de cuarenta libros de ficción y no ficción que Wiesel escribiría a lo largo de su vida. Desde su publicación en 1960 ha sido traducido a más de treinta idiomas y ha vendido más de diez millones de ejemplares; tres de ellos solamente desde el año 2006 cuando la célebre Oprah Winfrey eligió al libro y acompañó a Wiesel a Auschwitz.El éxito descollante de La Noche ha eclipsado los orígenes humildes de este ensayo poderoso así como de los muchos senderos que debió transitar antes de poder ver la luz del día. Inicialmente tenía 900 páginas, fue escrito en yidish y llevó por título “…Y el mundo callaba”. Fue por primera vez publicado en Buenos Aires en 1956, en versión de 253 páginas y 1500 ejemplares, por la Unión Central Israelita Polaca de la Argentina, bajo la guía de Mark Turkow. Posteriormente, tal como ha reseñado Rachel Donadio en el New York Times, fue traducido al francés, en versión aún más reducida de 127 páginas, como “La Nuit” y fue prologado por Mauriac; el más prominente escritor francés de la época y premio Nobel de Literatura de 1952. Aún así, fue rechazado por la mayoría de las casas editoriales de París hasta que lo tomó, en 1958, Les Éditions de Minuit. Vendió poquísimos ejemplares. La traducción al inglés enfrentó similares problemas. Su agente literario, amigo y sobreviviente del Holocausto, Georges Borchardt, lo envió a quince editoriales de Nueva York sin éxito, entre 1958 y 1959. Finalmente fue publicado por Hill & Wang y recibió críticas positivas. Un acontecimiento en otra parte del globo le ayudaría indirectamente a su difusión. En 1960 agentes israelíes secuestraron a Adolf Eichmann en la Argentina y lo trasladaron a Jerusalén. El juicio de 1961 al jerarca nazi convocó atención internacional e instalo el tema de la Shoa en el interés de la opinión pública. Para los años setenta, el Holocausto era enseñado en universidades estadounidenses, y para los años noventa La Noche ya era un texto educativo escolar y universitario fundamental.La Noche surgió en tiempos en los que pocos estaban dispuestos a escuchar a los sobrevivientes y sus penurias. Eran épocas de negación; no del negacionismo perverso contemporáneo que desmiente la existencia de la Shoa, sino de una actitud negadora de la realidad debido a la dimensión inabarcable de la misma. Pero tiempos de negación al fin. El “Diario de Ana Frank” había sido publicado en 1952 con gran repercusión, pero se trataba de un libro sentimental, incluso optimista, que no llegaba a mostrar los horrores de los crematorios y las cámaras de gas. Wiesel llevaba a los lectores a ese infierno de muerte y destrucción al que la joven Ana Frank -al momento de escribir su conmovedor diario- aún no había arribado. Ella no pudo llegar a documentar su propia muerte trágica en Bergen-Belsen. Elie Wiesel ha dicho que “donde el libro de Ana Frank termina, el mío comienza”. En el prólogo del libro, Mauriac expresa su deseo de que La Noche sea leído por tantos lectores como el de Ana Frank. Muchos años después, Wiesel diría que si lo sobrevivientes tuvieron el valor de escribir, al resto de nosotros nos cabe la obligación de leer. Era un libro destinado a perturbar. Así se expresa Elie Wiesel en sus páginas: “Jamás olvidaré esa noche, esa primera noche en el campo de concentración que hizo de mi vida una sola larga noche bajo siete vueltas de llave. Jamás olvidaré ese silencio nocturno que me quitó para siempre las ganas de vivir. Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y a mi alma, y a mis sueños, que adquirieron el rostro del desierto. Jamás lo olvidaré, aunque me condenaran a vivir tanto como Dios. Jamás”.A Elie Wiesel se le atribuye haber creado -aún sin proponérselo- el género de la literatura del Holocausto. A lo largo de los años ha recibido varios premios a su compromiso y a su trayectoria. Pero quizás, el reconocimiento más adecuado a su vida y obra haya sido el haber trascendido -como ya ha sido acertadamente acotado- como el hombre que no le permitió al mundo olvidar el Holocausto. El adulto puede responderle al niño, que lo logró.Por Julián Schvindlerman Escritor y conferencista-Revista de la Comunidad Amijai
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