Ben Dror Yemini
Por favor no saltar sobre la realidad. Las expresiones de John Galliano no moverán la aguja con que se mide el antisemitismo en un solo milímetro y no será una señal en la lucha contra el racismo. En el largo plazo es posible que, el resultado, sea el contrario. Hay que reconocer: hay racismo y hay racismo. Y no toda expresión de racismo obliga a una enérgica respuesta. El mundo abunda en racismo y antisemitismo. En cada uno de nosotros, a excepción de los ángeles que hay entre nosotros (y no son muchos), se esconde un pequeño racista. En todos nosotros se esconden prejuicios contra los alemanes, los georgianos, asquenazíes, orientales, árabes, musulmanes, mujeres, rubios y rumanos.La cultura occidental, a pesar de ser, en su origen, judeo-cristiana se sumerge en prejuicios y racismo contra los judíos. El antisemitismo es casi un componente central de esa misma cultura. La cultura occidental se ve dificultada de liberarse. No es fácil. Y no se termina. El racismo se derrota no porque dejemos de ser racistas. Se derrota en el momento en que, nosotros, como individuos, como colectivo, nos avergonzamos del racismo. La diferencia entre las culturas no se relaciona a que “son” racistas o “imponen” el racismo. La diferencia se da en que en una cultura se “avergüenza” y educa en su contra y, en otra cultura, lo “incentivan”.La cultura occidental actual, se avergüenza. Es cierto que, el antiguo antisemitismo hace un desvío y se convierte en nuevo antisemitismo, denominado también, anti-sionismo. Pero en grande, el antisemitismo se convirtió en tema condenable. No porque el amor al ser humano (o a los judíos) radique en sus corazones sino porque es una vergüenza ser antisemita. Por ello es que hay algo positivo en la hipocresía occidental. Cuando los racistas se avergüenzan de su racismo, son preferibles a los racistas que declaran su racismo. Hamas no se avergüenza de su racismo y, por ello, es peor. El día en que la gente de Hamas sea hipócrita y se avergüence de su antisemitismo, será una señal positiva.En el alma de Galliano, como en el espíritu de muchos de nosotros, habitan dos almas; una racista y otra que se avergüenza de ello. A veces cuando entra vino, sale antisemitismo. Mikis Theodorakis y Mel Gibson, racistas, hijos de la cultura occidental, no se avergüenzan de su racismo. Lo evaden también cuando no están ebrios. Por eso son mucho peores. Están en la misma línea que Hamas, racistas orgullosos. No tienen vergüenza. No tienen la correspondiente hipocresía. Si Galliano se apena de sus palabras, no hay necesidad de boicotearlo. Hay que perdonarlo.Un buen amigo me contó que, si alguien lo escuchara cuando está solo con su mujer, sería echado de las funciones muy destacadas a su cargo. “La marrocana te sale a la superficie”, le dice durante una discusión. ¿Racista? No, en verdad. Sus hijos, asquenazíes como él, son medio marroquíes. Está enamorado de su “marrocana”. Si le diría eso a su ayudante, sería echado. No todo lo que se dice en estado de vehemencia merece una enérgica respuesta.Hay suficiente racismo, antisemitismo y antisionismo afuera. No hay necesidad de buscarlo en borrachos. Es preferible ocuparse de aquellos que lo liberan sin una sola gota de alcohol.CIDIPAL
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