Un momento de dignidad moral Imprimir Correo electrónico
Magazine - Oriente Medio
Escrito por Natan Sharansky
Lunes 23 de Mayo de 2011 15:23
¿Cuántos manifestantes puede asesinar un régimen antes de ser completamente inaceptable su inclusión en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU? ¿Cuál es el número de disidentes que puede enviar a la cárcel? ¿Cuántos actos de terrorismo internacional podría instigar?
El límite resulta ciertamente invisible; Siria, habiéndolo traspasado de forma demasiado evidente, se ha visto ahora obligada a abandonar su candidatura en las elecciones para el Consejo, el 20 de mayo.
Es bueno que Siria haya sido separada, tan bueno como es el hecho de que hayan suspendido a Libia en su condición de miembro.
Al fin y al cabo: ¿qué hacía un régimen sangriento como el de Muammar el-Gaddafi integrando un cuerpo de derechos humanos, en primer lugar? ¿Qué es lo que diferencia a Siria y a él de Cuba, China y otras dictaduras que componen la mayoría del consejo y descaradamente se arrogan el derecho de juzgar sobre la actuación de los demás en materia de derechos humanos? ¿Por qué el mundo libre ha mantenido su silencio ante esa situación durante tanto tiempo? De cara a las elecciones, resolver tales preguntas resulta más urgente que nunca.
Algo muy importante y dramático está sucediendo en el Oriente Medio árabe musulmán. Los pueblos de la región finalmente están decidiendo dejar de vivir atemorizados, jugándose por completo la vida para librarse de aquellas autocracias en apariencia inamovibles.
De este modo, repudian al mismo tiempo los acuerdos tácitos que Occidente ha mantenido con sus dictadores a lo largo de los años, acuerdos que tenían como objetivo canjear la libertad del pueblo por una fachada de estabilidad.
Pero mientras las masas populares en Oriente Medio salen a las calles a reclamar por su libertad, el propio mundo libre, liderado por Estados Unidos, responde a la manera clásica de la realpolitik, ajustando calculadamente su respuesta a las probabilidades de supervivencia de cada régimen.
Es comprensible. Después de tantos años de apoyo a Hosni Mubarak, era extremadamente difícil reconocerlo como el dictador corrupto que siempre fue. Después de convencerse a sí misma de que Bashar al-Assad era un reformador, una Casa Blanca deseosa de comprometer al régimen en "el día después" fue incapaz de afirmar lo que los sirios ya conocían de sobra: que él no era más que un tirano brutal y un asesino.
Pero el silencio y la confusión se han cobrado un precio. Para la gente que ha decidido salir a las calles, para los millones que se han animado a superar su propio miedo buscando la libertad, resulta obvio que Estados Unidos no está con ellos; que al faro del mundo de la libertad su lucha le resulta indiferente.
Frente a la crisis del régimen, muchos insisten en que Washington debe optar entre dos crudas alternativas: intervención o desconexión. Eso es una falacia. Comprometerse con un régimen dictatorial es algo muy distinto a comprometerse con su pueblo, y lo mismo vale en el caso de la desconexión. Estados Unidos ha apoyado y subsidiado la dictadura de El Cairo, por lo cual, los egipcios no dudan en demostrar calurosamente su odio por Norteamérica; Estados Unidos y los mulás de Teherán no podrían hacer muestra de una desconexión mayor, y por eso, los iraníes no vacilan en demostrar su amor por los norteamericanos.
Cuando Ronald Reagan calificó a la Unión Soviética de "Imperio del mal", los partidarios de la intervención norteamericana se horrorizaron, pero la verdad en las palabras de Reagan animó a los disidentes a lo largo y ancho de todo ese diabólico imperio, y apuntaló la esperanza de cientos de millones de personas desesperadas por liberarse del yugo de una sociedad dominada por el miedo.
Reagan no procedió a cortar de inmediato las relaciones con el Kremlin. Sin embargo, al mismo tiempo, su gobierno alentó la lucha de un número cada vez mayor de disidentes soviéticos y de Europa del Este con resultados que, comenzando con la caída del Muro de Berlín en 1989, conmocionaron al mundo entero.
Puede que no haya un "Imperio del mal" en el actual Oriente Medio, pero hay más de un régimen maligno haciendo de las suyas por ahí. Ya es tiempo de empezar a deslegitimarlos. ¿Qué debe hacer un dictador para perder el respeto de la comunidad internacional, o para propiciar toda una serie de acciones en su contra?
No se trata de enviar tropas; otra falacia. Se trata de afirmar decididamente, no en voz baja, sino en voz muy alta y en los términos más claramente posibles, que quienes se dedican a violar los derechos humanos de sus pueblos no pueden ser nuestros socios en la construcción de un mundo que asegure plenamente el respeto y la dignidad humana.
Se pueden considerar los pros y los contras de comprometerse con un régimen dictatorial, pero no es necesaria la deliberación para decidirse a mantener un firme compromiso con su pueblo.
Para aquellas millones de personas que ya han sido capaces de superar el estrecho límite que las separaba de la libertad, o que esperan superarlo pronto, podemos enviarle desde aquí un mensaje de apoyo y solidaridad sencillo pero emocionante: Estamos con ustedes. Ningún dictador es un legítimo representante de su pueblo. El sentido de "los derechos humanos" no es el de ser una frase repetida cínicamente por quienes peor se dedican a violarlos en el mundo mientras conservan cómodamente sus lugares en ese grotesco y mal llamado Consejo de Derechos Humanos; su sentido es ser un criterio real y universal de decencia. Por tal razón, estamos con ustedes.
En este momento de dignidad moral, cuando el mundo libre está obligado a dejar ya de ignorar la tiranía, es seguro que no resultará exagerado defender vigorosamente las profundas aspiraciones de los pueblos árabes y musulmanes: vivir en libertad, elegir sus propios gobiernos, ser protegidos en su derecho a disentir y dejar de ser gobernados por el poder de las armas.
Por lo menos, en nuestro caso nunca habríamos de anhelar algo diferente para nosotros mismos. Es por eso que en esta materia, así como en relación a nosotros mismos, estamos obligados a brindarles todo nuestro apoyo.
Fuente: The New York Times - 23.5.11
Traducción: www.argentina.co.il
Magazine - Oriente Medio
Escrito por Natan Sharansky
Lunes 23 de Mayo de 2011 15:23
¿Cuántos manifestantes puede asesinar un régimen antes de ser completamente inaceptable su inclusión en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU? ¿Cuál es el número de disidentes que puede enviar a la cárcel? ¿Cuántos actos de terrorismo internacional podría instigar?
El límite resulta ciertamente invisible; Siria, habiéndolo traspasado de forma demasiado evidente, se ha visto ahora obligada a abandonar su candidatura en las elecciones para el Consejo, el 20 de mayo.
Es bueno que Siria haya sido separada, tan bueno como es el hecho de que hayan suspendido a Libia en su condición de miembro.
Al fin y al cabo: ¿qué hacía un régimen sangriento como el de Muammar el-Gaddafi integrando un cuerpo de derechos humanos, en primer lugar? ¿Qué es lo que diferencia a Siria y a él de Cuba, China y otras dictaduras que componen la mayoría del consejo y descaradamente se arrogan el derecho de juzgar sobre la actuación de los demás en materia de derechos humanos? ¿Por qué el mundo libre ha mantenido su silencio ante esa situación durante tanto tiempo? De cara a las elecciones, resolver tales preguntas resulta más urgente que nunca.
Algo muy importante y dramático está sucediendo en el Oriente Medio árabe musulmán. Los pueblos de la región finalmente están decidiendo dejar de vivir atemorizados, jugándose por completo la vida para librarse de aquellas autocracias en apariencia inamovibles.
De este modo, repudian al mismo tiempo los acuerdos tácitos que Occidente ha mantenido con sus dictadores a lo largo de los años, acuerdos que tenían como objetivo canjear la libertad del pueblo por una fachada de estabilidad.
Pero mientras las masas populares en Oriente Medio salen a las calles a reclamar por su libertad, el propio mundo libre, liderado por Estados Unidos, responde a la manera clásica de la realpolitik, ajustando calculadamente su respuesta a las probabilidades de supervivencia de cada régimen.
Es comprensible. Después de tantos años de apoyo a Hosni Mubarak, era extremadamente difícil reconocerlo como el dictador corrupto que siempre fue. Después de convencerse a sí misma de que Bashar al-Assad era un reformador, una Casa Blanca deseosa de comprometer al régimen en "el día después" fue incapaz de afirmar lo que los sirios ya conocían de sobra: que él no era más que un tirano brutal y un asesino.
Pero el silencio y la confusión se han cobrado un precio. Para la gente que ha decidido salir a las calles, para los millones que se han animado a superar su propio miedo buscando la libertad, resulta obvio que Estados Unidos no está con ellos; que al faro del mundo de la libertad su lucha le resulta indiferente.
Frente a la crisis del régimen, muchos insisten en que Washington debe optar entre dos crudas alternativas: intervención o desconexión. Eso es una falacia. Comprometerse con un régimen dictatorial es algo muy distinto a comprometerse con su pueblo, y lo mismo vale en el caso de la desconexión. Estados Unidos ha apoyado y subsidiado la dictadura de El Cairo, por lo cual, los egipcios no dudan en demostrar calurosamente su odio por Norteamérica; Estados Unidos y los mulás de Teherán no podrían hacer muestra de una desconexión mayor, y por eso, los iraníes no vacilan en demostrar su amor por los norteamericanos.
Cuando Ronald Reagan calificó a la Unión Soviética de "Imperio del mal", los partidarios de la intervención norteamericana se horrorizaron, pero la verdad en las palabras de Reagan animó a los disidentes a lo largo y ancho de todo ese diabólico imperio, y apuntaló la esperanza de cientos de millones de personas desesperadas por liberarse del yugo de una sociedad dominada por el miedo.
Reagan no procedió a cortar de inmediato las relaciones con el Kremlin. Sin embargo, al mismo tiempo, su gobierno alentó la lucha de un número cada vez mayor de disidentes soviéticos y de Europa del Este con resultados que, comenzando con la caída del Muro de Berlín en 1989, conmocionaron al mundo entero.
Puede que no haya un "Imperio del mal" en el actual Oriente Medio, pero hay más de un régimen maligno haciendo de las suyas por ahí. Ya es tiempo de empezar a deslegitimarlos. ¿Qué debe hacer un dictador para perder el respeto de la comunidad internacional, o para propiciar toda una serie de acciones en su contra?
No se trata de enviar tropas; otra falacia. Se trata de afirmar decididamente, no en voz baja, sino en voz muy alta y en los términos más claramente posibles, que quienes se dedican a violar los derechos humanos de sus pueblos no pueden ser nuestros socios en la construcción de un mundo que asegure plenamente el respeto y la dignidad humana.
Se pueden considerar los pros y los contras de comprometerse con un régimen dictatorial, pero no es necesaria la deliberación para decidirse a mantener un firme compromiso con su pueblo.
Para aquellas millones de personas que ya han sido capaces de superar el estrecho límite que las separaba de la libertad, o que esperan superarlo pronto, podemos enviarle desde aquí un mensaje de apoyo y solidaridad sencillo pero emocionante: Estamos con ustedes. Ningún dictador es un legítimo representante de su pueblo. El sentido de "los derechos humanos" no es el de ser una frase repetida cínicamente por quienes peor se dedican a violarlos en el mundo mientras conservan cómodamente sus lugares en ese grotesco y mal llamado Consejo de Derechos Humanos; su sentido es ser un criterio real y universal de decencia. Por tal razón, estamos con ustedes.
En este momento de dignidad moral, cuando el mundo libre está obligado a dejar ya de ignorar la tiranía, es seguro que no resultará exagerado defender vigorosamente las profundas aspiraciones de los pueblos árabes y musulmanes: vivir en libertad, elegir sus propios gobiernos, ser protegidos en su derecho a disentir y dejar de ser gobernados por el poder de las armas.
Por lo menos, en nuestro caso nunca habríamos de anhelar algo diferente para nosotros mismos. Es por eso que en esta materia, así como en relación a nosotros mismos, estamos obligados a brindarles todo nuestro apoyo.
Fuente: The New York Times - 23.5.11
Traducción: www.argentina.co.il
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