lunes, 9 de mayo de 2011

El mal no muere de causas naturales



Por Charles Krauthammer

Dos meses y un día antes del 11 de Septiembre, el experto en terrorismo Larry C. Johnson publicaba "La Deteriorada Amenaza Terrorista", una columna en el New York Times en la que criticaba el hecho de que "los estadounidenses se ven importunados por fantasías de terrorismo", cuando, en realidad, "la década que arrancó en el 2000 seguirá la tendencia bajista" en el terrorismo letal.

Nada más lejos.

Una década más tarde, Osama bin Laden está muerto y vuelve el antiguo coro de complacencia pre-11 de Septiembre. La guerra contra el terror ha terminado -- una vez más, al parecer. Bin Laden no era sino "una distracción", escribe Peter Beinart, y la guerra contra el terror "un error desde el principio". El 11 de Septiembre no fue sino "un suceso aislado", aduce Ross Douthat. Y "bin Laden siempre fue el caballo débil".

La nueva dispensa post-bin Laden afirma que la década entera de guerra contra el terror fue una reacción exagerada -- patente en la propia operación de bin Laden que, destaca un crítico, se parece mucho a una labor policial, del tipo propio de las fuerzas de orden público en el que John Kerry insistía en 2004 como el prisma adecuado a través del cual abordar la amenaza terrorista.

Todo lo contrario. La operación de Bin Laden es la reivindicación idónea de la guerra contra el terror. Fue posible gracias precisamente a la enorme infraestructura de corte militar que inventó la administración Bush post-11 de Septiembre, un feroz marco de captura e interrogatorio, de ataques de unidades de comando y de bombas liberadas. Ese régimen, por supuesto, acompañó a la guerra más convencional que tumbó a los talibanes, dispersó y diezmó a al-Qaeda y convirtió a bin Laden en un fugitivo.

Sin todo esto, la operación de bin Laden nunca podría haber tenido lugar. ¿De dónde salió la información de Inteligencia que condujo hasta Abbottabad? De muchos sitios, incluyendo cárceles secretas de Rumanía y Polonia; de terroristas capturados y secuestrados, sometidos luego a interrogatorio, a veces "duro" o "avanzado"; de los detenidos en Guantánamo; de una enorme infraestructura burocrática de espionaje y vigilancia electrónica. En otras palabras, de la infraestructura de la Guerra Global contra el Terror que los críticos, incluyendo al propio Barack Obama, lamentaban como trágico desvío de la rectitud estadounidense.

Todo era no sólo antiamericano, dicen ahora los revisionistas, sino también innecesario.

¿En serio? Nunca podríamos haber rematado la incursión de bin Laden sin una considerable presencia militar destacada en Afganistán. Los helicópteros salieron de nuestra importante base en Bagram. El punto de inicio de la operación fue Jalalabad. Los vehículos no tripulados dedicados al espionaje sobrevuelan Pakistán por obra de una alianza (inconstante pero indispensable) forjada con Estados Unidos para librar la guerra en Afganistán.

Hasta la guerra en Irak jugó un papel (imprevisto). Tras su derrota y expulsión de Afganistán, al-Qaeda eligió las turbias aguas de Irak como frente central de su guerra contra América -- y sufrió una abrumadora derrota, particularmente humillante cuando sus correligionarios árabes sunitas se levantaron para unirse a los infieles estadounidenses para someter a la organización.

Bin Laden nos declaró la guerra en 1998. Pero no fue hasta el 11 de Septiembre que le tomamos en serio. Momento en el cual respondimos con una declaración de guerra propia, ofreciendo la respuesta brutal, implacable y atroz que la guerra exige y que la labor policial prohíbe.

Incluyendo la ejecución de bin Laden. Está claro que nunca hubo intención de capturarle. Y por motivos evidentes. Hacerlo habría sido demencial, al concederle gratuitamente una segunda vida de inmensa publicidad en una tribuna mundial desde la que hacer propaganda.

Fuimos para matar. Es lo que se hace en guerra. Haga eso en medio de la labor policial -- y habrá cometido asesinato. Los Navy SEAL que apretaron el fatídico gatillo se enfrentarían a cargos, no se les impondrían condecoraciones.

¿Que quiere usted decir que ya hemos ganado la guerra? Perfecto. Al menos es una propuesta discutible. Después de todo, la guerra contra el terror acabará un día y volveremos a vigilar policialmente al chiflado terrorista puntual. Yo diría, sin embargo, que si bien la muerte de bin Laden marca un punto de inflexión extremadamente importante en la lucha contra el yihadismo, es prontísimo para declarar victoria.

Bien, una cosa es debatir si se ha terminado o no. Otra muy distinta es afirmar que la llegada de este día feliz -- durante el que hasta podemos debatir si se ha alcanzado la victoria -- no tiene nada que ver con la guerra contra el terror de la década previa. Al-Qaeda no se hunde sola. No se retira del campo, habiendo visto los errores de sus formas. No desaparece por alguna ley inexorable de la historia o de la naturaleza. Se retira a causa de las terribles derrotas que sufrió una vez América decidió coger las armas contra ella, una campaña conocida como la guerra contra el terror.

© 2011, The Washington Post Writers Group

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