martes, 3 de mayo de 2016

La alianza fría árabe-israelí contra Irán

Por Michael J. Totten 

Bandera de Israel.
"Los egipcios y los saudíes ya no están preocupados por Israel. No tiene sentido. A los israelíes no les interesa en absoluto otra guerra contra Egipto, y nunca han librado una guerra contra los saudíes. El Cairo y Riad –como la mayoría de las capitales árabes– están mucho más preocupadas por Irán, especialmente ahora que Washington está permitiendo que Teherán vuelva del frío, como parte del 'acuerdo' nuclear""Israel fue una especie de pararrayos en Oriente Medio que unificaba a los árabes, pero hoy el pararrayos es Irán. La verdadera amenaza iraní está uniendo a la mayoría de los Estados árabes, y está dando lugar a que se reflexione a fondo sobre la no amenaza del Estado judío"
Israel y los Estados árabes suníes acercaron posiciones diplomática y geopolíticamente hablando hace dos semanas, cuando Egipto transfirió el control de las islas de Tirán y Sanafir a Arabia Saudí.
En principio, no resulta obvio por qué transferir el control de dos islas deshabitadas de un país árabe a otro pudiera afectar a Israel, y mucho menos sugiere que las relaciones de Israel con sus vecinos puedan estar mejorando. La respuesta se encuentra en el pasado. Estas islas han sido puntos críticos varias veces durante el conflicto árabe-israelí, pero ya no lo volverán a ser.
No tienen valor por sí mismas –no tienen recursos, ni habitantes ni nada–, pero miren el mapa. Las dos islas obstaculizan los Estrechos de Tirán, entre el Mar Rojo y el Golfo de Aqaba. Cualquier barco que quiera llegar a Israel o a Jordania desde el sur tiene que pasar por ahí, y se trata de un canal de sólo unos pocos kilómetros. Una persona en buena forma física podría nadar de lado a lado sin demasiados problemas.
En 1950, en los albores del conflicto árabe-israelí, los saudíes pidieron a los egipcios, más poderosos, que asumieran el control de esas islas, ya que temían que los israelíes pudieran hacerse con ellas. Tal como los saudíes temían, seis años después los israelíes se hicieron con Tirán, durante la Crisis de Suez (1956), y volvieron a hacerse con ella en 1967, cuando el dirigente egipcio Gamal Abdel Naser bloqueó los estrechos y precipitó la Guerra de los Seis Días. Los saudíes no fueron capaces de contener a los israelíes, pero al final tampoco pudieron los egipcios.
Entretanto, las cosas se estabilizaron. Los egipcios y los saudíes ya no están preocupados por Israel. No tiene sentido. A los israelíes no les interesa en absoluto otra guerra contra Egipto, y nunca han librado una guerra contra los saudíes. El Cairo y Riad –como la mayoría de las capitales árabes– están mucho más preocupadas por Irán, especialmente ahora que Washington está permitiendo que Teherán vuelva del frío, como parte del acuerdo nuclear.
Así que Egipto ha devuelto el control de Tirán y Sanafir a Arabia Saudí.
El dictador de Egipto, general Abdel Fatah al Sisi, ha resultado ser un ferviente partidario del tratado de paz egipcio-israelí, no porque adore a los israelíes –sin duda no es el caso–, sino porque, como todos los oficiales del Ejército egipcio, es dolorosamente consciente de que otra guerra con Israel sería tan estúpida y absurda como las anteriores, y vería su culo patada para nada. Sisi es lo suficientemente realista para saber que los israelíes no se levantarán una buena mañana y decidirán bombardear El Cairo porque sí.
La devolución de las islas a los saudíes “tiene que ver con nosotros y no nos molesta”, hadeclarado dijo el miembro israelí de la Knéset Tzaji Hanegb. “Los saudíes, que acatan la libertad de navegación en virtud del derecho internacional, no perjudicarán los fundamentos del acuerdo entre Egipto y nosotros en este sentido, y la libertad de navegación en Aqaba y Eilat seguirá siendo la misma”.
Los saudíes son congénitamente incapaces de decir nada cordial sobre Israel en público –a puerta cerrada la cosa es bien distinta–, sin embargo, el ministro de Exteriores, Adel al Yubeir, dijo: “Hay un acuerdo y una serie de compromisos que Egipto aceptó en relación con estas islas, y el reino se atiene a ellos”.
Se refiere al tratado de paz egipcio-israelí, sellado por Anwar Sadat y Menájem Béguin en 1979, que garantiza el tránsito de los barcos israelíes por los Estrechos de Tirán.
Al acceder públicamente a respetar el derecho de Israel a esta vía marítima internacional, los saudíes están aceptando implícitamente al menos una parte del tratado de paz egipcio-israelí, a pesar de que aún no exista un tratado de paz formal entre Jerusalén y Riad.
Lo lejos que han llegado estas dos pequeñas islas. Empezaron siendo piezas en el tablero del conflicto árabe-israelí, que afectó a toda la región, y ahora simbolizan la distensión que debió producirse hace ya tiempo.
Es posible que los israelíes y los árabes no lleguen a tenerse simpatía nunca, pero no tienen por qué. Miremos a griegos y turcos: se han odiado mutua y visceralmente durante cientos de años, se han asestado operaciones de limpieza étnica (en 1923 y también en la isla de Chipre en la década de 1970), pero la Unión Soviética hizo de pararrayos durante la Guerra Fría, dejaron a un lado su larga hostilidad y accedieron a trabajar los unos con los otros dentro del marco de la OTAN.
Igualmente, Israel fue una especie de pararrayos en Oriente Medio que unificaba a los árabes, pero hoy el pararrayos es Irán. La verdadera amenaza iraní está uniendo a la mayoría de los Estados árabes, y está dando lugar a que se reflexione a fondo sobre la no amenaza del Estado judío.
He aquí el mayor éxito diplomático y el peor fracaso propagandístico del Gobierno iraní. Cuando el régimen revolucionario arrebató el poder al sah, en 1979, el ayatolá Jomeini intentó unir al mundo árabe tras de sí señalando a la denominada “entidad sionista” como una amenaza para todos los musulmanes. Tenía un duro trabajo por delante. El odio hacia los judíos no tuvo nunca tanta fuerza en la cultura persa como la ha tenido históricamente en la cultura árabe. Para los persas, los árabes –y no los judíos– fueron y son el enemigo ancestral e implacable. Irán tuvo unas relaciones excelentes con Israel hasta 1979, y hoy seguiría disfrutando de unas relaciones excelentes si los jomeinistas no se hubiesen hecho con el poder.
Las fracturas más insalvables en Oriente Medio son las existentes entre los suníes y los chiíes y entre los árabes y los persas, e Irán tiene una mayoría persa y una mayoría chií. Los dirigentes de Irán no pueden convertirse fácilmente en los hegemones de toda una región que les odia. Su mejor apuesta, tal vez la única, fue unir a todos los musulmanes –suníes, chiíes, árabes y persas– contra los judíos.
Así que Jomeini abandonó la alianza de Irán con Israel y dio su apoyo a milicias armadas como Hamás y Hezbolá.
En The Persian Night, Amir Taheri resume así el discurso de Jomeini a los árabes:
Olvidad que Irán es chií, y recordad que hoy es la única potencia capaz de hacer realidad vuestro sueño más deseado, la destrucción de Israel. Los suníes Hermanos Musulmanes os prometieron que arrojarían a los judíos al mar en 1948, pero fracasaron. Los nacionalistas panárabes, encabezados por Naser, os llevaron a una de vuestras mayores derrotas de la historia, lo que permitió a Israel conquistar Jerusalén. Los baazistas de Sadam Husein prometieron ‘incendiar Israel’, pero acabaron metiendo a los infieles americanos en Bagdad. Yaser Arafat y los ‘patriotas’ palestinos prometieron aplastar al Estado judío, pero acabaron siendo colaboradores a sueldo. A Osama ben Laden y a Al Qaeda nunca les importó Palestina, y se centraron sólo en operaciones espectaculares en Occidente para ganarse publicidad. El jeque Ahmed Yasín y Hamás hicieron todo lo que pudieron por destruir Israel, pero les faltó potencia, como si fuesen atacando a un elefante. La única potencia que ahora está dispuesta a y es capaz de ayudar a cumplir vuestro sueño de un Israel en llamas y de ahogar a los judíos es la República islámica, tal como la creó Jomeini.
Era un plan astuto, pero fracasó, y su fracaso es más evidente cada año que pasa. Israel podría haber sido el pararrayos que lograra la unión de los árabes y los persas, y de los suníes y los chiíes. En cambio, las tribus semitas están acercándose entre ellas lentamente. Sin cordialidad de por medio, los griegos y los turcos, junto a los americanos y los saudíes, demostraron al mundo hace mucho tiempo que las alianzas frías pueden funcionar casi con la misma eficacia que las calientes.
© Versión original (en inglés): World Affairs Journal
© Versión en español: Revista El Medio

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