viernes, 3 de octubre de 2008

¿Adónde está el sentido común?

En el pasado, Israel era famoso en el mundo entero como una sociedad que sabe mantener la calma y comportarse con equilibrio, sentido común y autocontención en las situaciones más difíciles, ante atentados, infiltrados, guerras, terrorismo, amenazas y graves desafíos de seguridad. No por nada era Ariel Sharón el que siempre recordaba que "la autocontención también da fuerza". Todo, por supuesto, en su justa medida. Esta capacidad especial, que provocaba el asombro en el mundo, era el secreto de la fuerza y el poder de Israel, y en gran medida, también, el secreto de su éxito.En el último tiempo da la impresión de que la sociedad israelí ha comenzado a perder la calma, el sentido común y el equilibrio mental que la caracterizaron durante tantos años, y ello con la generosa ayuda de una prensa irresponsable, amarilla, gritona y populista. Ello se pone de manifiesto tanto en el tema de los soldados secuestrados como en las reacciones desproporcionadas ante el atentado en Jerusalem.El tema de nuestros soldados prisioneros es sumamente complejo. Se debe tratar con gran sensibilidad ante las familias y, con no menor firmeza frente a nuestros peores enemigos. Los slogans populistas del tipo "no dejen que la indiferencia los mate", "a todo precio", y similares, así como las manifestaciones de todo tipo, no aportan nada, y sólo provocan daño al objetivo supremo, que es su regreso a casa. Quien siga la prensa puede tener la impresión de que Guilad Shalit está retenido por el gobierno de Israel, y sólo porque el primer ministro está preocupado por sus asuntos no alcanzaron todavía a abrirle la celda y liberarlo. No es la indiferencia la que impide la liberación de Shalit sino las exageradas exigencias de Hamás, que ningún gobierno israelí podrá aceptar. Cuanto más se apure la sociedad israelí a a manifestar nuevamente su firmeza de espíritu, y cuanto más se convenza el Hamás de que hay límites a su capacidad de extorsión, y al precio que la sociedad israelí está dispuesta a pagar, más se acercará el día en que Guilad Shalit vuelva a su hogar.La impulsiva reacción al atentado en Jerusalem es otro ejemplo de la flojera y la falta de sangre fría, que dañan a la sociedad israelí. Un país normal no pagaría el entierro de un terrorista ni otorgaría una pensión a sus familiares. Para eso no hace falta una ley, es un asunto simple de sentido común e instinto de conservación. Pero de ahí a demoler la casa de la familia del terrorista, hay un largo trecho.Hay casos en que tal demolición se justifica, pero en este caso, no sólo se trata de un acto injustificado, que contradice la moral judía, sino, en especial, una medida nada inteligente. La demolición no sólo no disuadirá a nadie, sino que hará aumentar el odio, sin necesidad alguna, entre los habitantes de Jerusalem oriental.Pues se trata de un narcómano, un violador y un delincuente que actuó solo y por su propia cuenta, y que, según todas las señales, no obtuvo ninguna ayuda real o moral por parte de su entorno ni de su familia. ¿Cuál es, pues, la justificación para la demolición de la vivienda familiar? Corresponde citar aquí el clamor de Moshé y Aharón a Dios, que leímos hace tan sólo una semana: "¿Acaso el hombre solo pecará y toda la comunidad pagará".?Para aquellos de nosotros que queremos, con todo nuestro ser, mantener a Jerusalem unificada, es un interés vital mostrar al mundo entero que Jerusalem no es como otras zonas, y que los habitantes árabes de Jerusalem oriental gozan de los mismos derechos que sus habitantes israelíes. Ha llegado el momento de volver a ser lo que fuimos: una sociedad que sabe enfrentar los desafíos manteniendo la calma, la contención y el sentido común.Fuente Yehuda Ben Meir* - Haaretz

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