domingo, 15 de mayo de 2011

Egipto, Hamás y Bin Laden

M. Á. BASTENIER

El primer efecto exterior del cambio en El Cairo ha sido el anuncio del acuerdo entre la Autoridad Palestina (AP) y Hamás bajo los auspicios del Gobierno egipcio, para formar un Gobierno de técnicos que convoque elecciones en Cisjordania y Gaza: la posible reconciliación entre las fuerzas palestinas enfrentadas.

Si Egipto se democratiza volverá a ser más que nunca la placa tectónica central del mundo árabe
Mientras Hamás dominara la Franja, Israel tenía una excelente justificación para no negociar, porque todo aquello que pudiera conceder la AP de Mahmud Abbas carecería de validez en parte del territorio palestino. Con la reconciliación, por tanto, cabría argumentar que, cumplidas ciertas condiciones, quedaría expedito el camino a las negociaciones. Pero no es así. El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, como si tuviera una paz de oferta, devolvía la pelota al campo palestino advirtiendo que la AP no puede hacer la paz a la vez con Hamás y con Israel; ha de elegir. Por ello, lo importante del acuerdo cairota no es que alumbre luz alguna sobre el futuro inmediato de Palestina, sino una eventual y nueva arquitectura política en el mundo árabe. Egipto reclama hoy su independencia; e incluso la muerte del líder mundial del terrorismo, Osama bin Laden, puede favorecer la emergencia estratégica de El Cairo.
La apertura de la frontera egipcia con Gaza, que ha debido ser moneda de cambio para arrastrar al movimiento integrista a la avenencia con la AP, y la liberación de otra hipoteca, la libre circulación de buques iraníes por Suez, son los primeros indicios de una nueva política exterior cairota. Todo ello no significa, sin embargo, que la democracia esté a la vuelta de la esquina, sino tan solo que se produce una recuperación de antiguos reflejos nasseristas, pero si Egipto avanza por la vía de la democratización volverá a ser con mayor fuerza que nunca la placa tectónica central del mundo árabe, posición que perdió por la firma de la paz con Israel en 1979 y el abandono a su suerte del pueblo palestino. Los acontecimientos tienen, con todo, su propia cronología y un Egipto incluso potencialmente democrático tardará un tiempo en estar en condiciones de influir decisivamente en Oriente Próximo. Pero, entre tanto, hay unos cuantos servicios que puede rendir al mundo árabe.
El primero es gravitar sobre Hamás para que renuncie al terrorismo y respete los acuerdos suscritos por la Autoridad Palestina con Israel, aunque la condena de la operación norteamericana que ha formulado el movimiento integrista es, además de un crimen, un gravísimo error que no augura nada bueno para el futuro. Pero ese Egipto sería el mejor interlocutor para que El Asad jugara la carta reformista en Siria; Arabia Saudí dejase de mover contingentes militares por Bahréin y el Golfo; Saleh dejara de jugar al gato y al ratón con la protesta popular sobre su renuncia a la presidencia de Yemen; y hasta para que Gadafi se lo pensara mejor en su aparente propósito de hacerse enterrar en las arenas libias.
Nada de todo ello es inminente, pero si la democracia del modesto Túnez resulta perfectamente resistible para los regímenes norteafricanos que esquivan la reforma, un Egipto democrático sería una bomba de tiempo contra las tiranías militares o feudales del Magreb al Machrek.
Igualmente, la muerte y desaparición de Bin Laden -cuyo cadáver es de esperar que un día veamos en efigie- es un buen golpe para El Cairo. No es cierto que el mundo árabe sea mayoritariamente favorable al insano maestro del terror, sino que lo ha considerado un mal necesario. Puede que esa mayoría crea que la política de Occidente y Estados Unidos es la verdadera responsable de que exista el bin-ladenismo; puede que no haya sentido el mismo horror que abatió al mundo occidental cuando cayeron las Torres Gemelas; pero el mundo árabe tampoco vive hipnotizado por la imagen de Bin Laden. Lo que sí hace es asumir algunas de sus reivindicaciones, y por ello la idea movilizadora de Al Qaeda es un rival para cualquier potencia que aspire a la hegemonía en ese medio. La muerte del gran fanático, y más aún sin que haya un cadáver que venerar por sus acólitos, no acaba con el terrorismo internacional, pero sí deja un vacío en el imaginario colectivo que un Estado de derecho, que no tiene por qué ser religioso-islamista ni laico a la occidental, puede llenar.
Es toda una recomposición de peones en el tablero de Oriente Próximo y el Magreb la que se produciría con un Egipto que obrara por fin sin ataduras poscoloniales, y con un objetivo plenamente democrático en el punto de mira
La decisión más difícil de Obama
El presidente ordenó el asalto solo con el 60% de garantías de la presencia de Bin Laden en la casa y sin el consenso de su equipo.- El terrorista estaba desarmado
ANTONIO CAÑO | Washington 04/05/2011


VÍDEO: La comparecencia televisiva de Obama | VÍDEO: La última aparición pública de Bin Laden | PERFIL: Este era Osama Bin Laden
El viernes 29 de abril, a las ocho de la mañana, en una reunión con sus cuatro colaboradores más directos en materia de seguridad en la Casa Blanca, Barack Obama anunció la decisión más difícil de su carrera: atacar por tierra la residencia en la que se creía que podía estar Osama bin Laden. Era una decisión que entrañaba altos riesgos operativos, que no tenía pleno consenso entre sus asesores y que podría haber conducido a un choque con tropas paquistaníes. Pero era la oportunidad de asestar un golpe decisivo al terrorismo y el presidente, después de pensarlo durante 16 horas, dijo: "Adelante".

Hubo momentos en que la Casa Blanca no tuvo información del comando
El mandatario meditó durante 16 horas antes de dar la orden de atacar
Era uno de esos instantes en los que está en juego toda una presidencia, y Obama lo afrontó con bastante audacia, teniendo en cuenta que el director de la CIA, Leon Panetta, aunque recomendaba la intervención, solo le daba un 60% de garantías de que el líder de Al Qaeda estuviera dentro de la mansión que se pensaba atacar.
"Yo le dije que, tomando todo en consideración, tenemos la mejor evidencia desde la batalla de Tora Bora, y eso nos dejaba claro que teníamos la obligación de actuar", recordó ayer Panetta en una entrevista.
Otros miembros del Gabinete de Obama no lo veían del mismo modo. El secretario de Defensa, Robert Gates, advirtió de las enormes dificultades de una operación terrestre y se inclinó por recomendar un bombardeo con aviones B-2, lo que hubiera asegurado la destrucción de la residencia de la ciudad de Abbottabad, a unos 60 kilómetros de Islamabad, sin los riesgos que comportaba la utilización de un comando.
Según la reconstrucción de los hechos que puede hacerse uniendo la información facilitada por distintas fuentes oficiales norteamericanas, Obama participó en cinco reuniones dedicadas a analizar este asunto. La primera, el 14 de marzo; la última, el jueves 28 de abril, que el presidente cerró, con toda la información disponible en la mano, solicitando tiempo para meditar en soledad el camino a tomar.
Tres alternativas
A lo largo de esos 40 días, se le habían presentado tres opciones: el asalto con comandos, el bombardeo con B-2 y una operación conjunta con fuerzas paquistaníes, lo que permitiría hacer los preparativos de forma más abierta y evitar el peligro de que el Ejército del país en el que había que actuar acabase atacando a lo que tendría que ser una fuerza invasora.
Panetta, según relató ayer, se manifestó en contra de esta última opción por la desconfianza que le ofrecían los militares y los servicios secretos paquistaníes, que siempre han hecho un doble juego en su actitud ante la guerra entre Estados Unidos y Al Qaeda. "Estaba decidido que cualquier intento de trabajar con los paquistaníes hubiera puesto en peligro la operación; podrían haber alertado al objetivo", ha confesado el director de la CIA.
Obama se interesó por la forma precisa en que sería ejecutado el bombardeo, que parecía la opción más sencilla. Fue informado por oficiales de la fuerza aérea de que, para asegurar la destrucción de la residencia y la muerte de sus ocupantes, sería preciso arrojar 32 bombas de una tonelada cada una, lo que hubiera provocado un cráter en el que hubiera sido casi imposible identificar restos humanos.
El presidente consideró que una acción así nunca habría servido para demostrar ante el mundo que Estados Unidos había abatido a Bin Laden, con lo que todo el esfuerzo hubiera resultado en vano. No le gustó la propuesta desde el principio, y la idea de ordenar la intervención de los SEAL, la fuerza de élite de la Armada asignada al Comando Conjunto de Operaciones Especiales, se abrió paso, pese a todos sus inconvenientes, como la única alternativa viable.
Ese mismo 28 de abril en el que Obama dio por concluidos los debates sobre lo que se denominaría Operación Gerónimo, apareció en público para presentar su certificado de nacimiento ante las dudas que habían hecho circular algunos de sus más acérrimos rivales políticos.
Operación sin absolutas garantías
Antes de ese día y de las reuniones en las que el presidente intervino, los principales responsables de seguridad habían ido acumulando pruebas sobre la presencia de Bin Laden en Abbottabad a partir del seguimiento hecho -no está claro si desde julio o agosto de 2010- al mensajero de Al Qaeda que había sido identificado por presos de Guantánamo. Era una buena cantidad de material, obtenido con aviones espía y agentes sobre el terreno, pero no lo suficiente como poder darle al presidente absolutas garantías de acierto.
El viceconsejero de Seguridad Nacional, Denis McDonough, que estuvo en la reunión del 29 de abril en la que Obama comunicó su decisión, admitió ayer que, cuando el presidente se sentó el domingo siguiente a las 2.05 de la tarde en la War Room de la Casa Blanca para seguir el relato que Panetta hacía de la operación en directo, "no tenía plena certeza" de lo que encontrarían en Abbottabad. "Tenía, eso sí, absoluta confianza en que su equipo había trabajado de forma eficaz", añadió McDonough.
Lo que vio Obama en la War Room a partir ese momento, según el relato facilitado ayer por el portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, fue el descenso en dos helicópteros del comando de los SEAL sobre la residencia, su irrupción en la casa, donde mataron a dos hombres -al parecer, mensajeros- que ofrecieron resistencia, y su ascenso hacia la planta superior, donde encontraron y mataron a Bin Laden.
Carney aportó ayer algunas novedades sobre los detalles de la operación: Bin Laden estaba desarmado, la mujer -aparentemente, su esposa- tras la que se protegió no resultó muerta, como se dijo en un principio, sino únicamente fue herida en la pierna. El portavoz de la Casa Blanca dijo que el hecho de que Bin Laden estuviera desarmado no modifica la calificación de que ofreció resistencia, ya que "existen otros modos de resistencia que el de esgrimir un arma".
Concluida la operación militar, los miembros del comando registraron cuidadosamente el edificio y se incautaron de varios ordenadores y discos en los que los investigadores norteamericanos confían en encontrar pistas para perseguir a otros dirigentes de Al Qaeda. Uno de los helicópteros resultó averiado al rozar una valla de la mansión y fue destruido por los propios soldados norteamericanos, aunque no se sabe con seguridad si estos abandonaron después el lugar en el único helicóptero que quedaba disponible o se hizo uso de otros vehículos. Lo que sí confirmó la Casa Blanca es que el cuerpo de Bin Laden fue trasladado en helicóptero al portaaviones Carl Vinson, en el mar Arábigo, desde donde fue lanzado al mar después de cumplirse los ritos funerarios que exige el Corán.MATERIAL
CORTESIA DEL JAVER JULIO KIERSZENSON‏

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