viernes, 13 de mayo de 2011

Perasha Behar‏

Horario (Bs As) Encendido Velas de Shabat 13/May/11 17:46 Hs

EL IEHUDI OUE CREYÓ
CONOCER LA SOLEDAD



- Todo esto es mío...
Frente al ventanal de su lujosa residencia, su mirada recorría todo lo que su vista alcanzaba. Y mientras sus ojos captaban la imagen de los inmensos campos y jardines, repetía una y otra vez:
- Todo esto es mío...
Sin embargo, no se divisaba en su rostro, ni una sonrisa ni ninguna expresión de satisfacción. De repente, estalló en un grito:,
- Todo esto es mío. Pero... ¡¿Para qué?! ¿De qué me sirve ser el más rico de todos? ¿De qué...?
Se interrumpió, bajando la voz y la cabeza, sabiendo que, al no h nadie escuchándolo, tampoco encontraría respuestas.
- ¿Qué haré con tanto dinero? - se preguntaba resignado -. ¿Seguiré comprándome ropa? ¡Mis armarios están llenos de ellas; muchas que ni siquiera usé! ¿Muebles? ¿Con quién los voy a disfrutar? Cuando me vaya de este mundo, ¿quién gozará de todo esto? ¡Ah! - exclamó suspirando profundamente - ¡Si al menos pudiera hacer feliz a algún necesitado..!
Se detuvo. Se volteó súbitamente y se dirigió a la bóveda de caudales. Una vez allí, reunió nerviosamente las joyas, monedas y piedras más valiosas, y las metió en un pequeño cofre.
- Seguramente habrá alguien tan solo como yo... pero sin dinero - expresó con la mirada perdida. Y agregó: - Cuando lo encuentre, le daré todo esto. Y entonces, mi dinero habrá servido para algo...
Inició su búsqueda, y pasaron muchos días sin que dé con el que, a su entender, iba a ser el verdadero y legítimo destinatario de su generoso donativo. Él quería entregarle el cofre al que no tuviese nadie, absolutamente, en quien apoyarse, pues pretendía ser él el único benefactor. Cuando encontraba a un pobre, le preguntaba si tenía un pariente o un conocido. Y cada uno de ellos contaba, al menos, con un pequeño aunque remoto sostén.
Un día vio que en medio de la calle un hombre, cubierto de harapos, estaba sentado en un montículo de piedras. Se acercó a él y entabló un diálogo:

-¿Por qué estás aquí sentado?

-Porque no tengo otro lugar para hacerlo.

- ¿No tienes casa?
- Ni casa, ni silla, ni dinero para pagarla.

- ¿Y por qué estás tan demacra

- Porque llevo ya varios días sin probar bocado.

- ¿Y esas ropas?

- No tengo otras. ¿Qué puedo hacer?

- ¿Es que no tienes alguna persona a quién recurrir para que te ayude?

- Persona, ninguna No tengo parientes, y no conozco a nadie aquí.

"¡Éste es el que estuve buscando!", pensó el hombre, aunque no podía

entender por qué el rostro del pobre reflejaba alegría y tranquilidad.
- Toma. Es todo tuyo - le dijo el hombre al pobre mientras le extendía el
cofre -.
El pobre lo abrió y se quedó asombrado.
- Pero... ¿Con qué motivo me entregaste a mí tanto dinero, habiendo otros pobres como yo en esta ciudad?
- Porque he decidido dárselo a la persona que no tenga ninguna ayuda di apoyo en todo el mundo. Y he visto que ése eres tú.

- ¡De ninguna manera! ¡Jamás he dicho tal cosa! Es cierto que aún no existe una persona que se preocupe por mi situación. ¡Pero estoy seguro que Hashem se apiadará de mí, tarde o temprano! - y mientras el pobre apoyaba el cofre en el suelo, agregó: - Toma tu dinero, te lo ruego. Si pensaste dárselo al más desamparado del mundo, te equivocaste conmigo...
El rico se alejó muy contrariado del lugar.
-¡Bah! - exclamó ofuscado - Por lo visto, no hay quien sea digno de recibir mi dinero. Pues entonces, ¡no dejaré que nadie tenga acceso a él!
Cavó un pozo en la tierra, y escondió el cofre.
A Hashem, que todo lo ve, no le pareció bien lo que hizo, y el hombre no tardó en recibir su merecido: Los negocios le fueron de mal en peor, y se vio obligado a desprenderse de todas sus posesiones. Se quedó sin nada. Ya no era dueño ni del palacio, ni de los campos, y sus únicos bienes se limitaban a lo que llevaba puesto, como cualquier pobre. Luego le vino a la mente aquel cofre que había enterrado.
- Iré a tomarlo determinó -. ¡Qué bueno que aún me quedó algo para salvar mi situación!
Cuando acabó de desenterrar el cofre, mientras aún continuaba agachado. Vio que en el piso se reflejaban las sombras de unas personas. Se volteó y comprobó aliviado que se trataba de dos policías. Las heladas miradas inquisitorias de éstos, parecían decir claramente: "¡Estamos esperando que nos expliques qué es lo que estás haciendo!". E hombre habló:
- No se preocupen. Este cofre es mío. Vine por él después de haberlo enterrado aquí hace un tiempo.
Los policías estallaron en carcajadas.
- ¡Ja! ¡Ja! ¡No nos hagas reír! - le decían - ¡Conocemos muchos ladrones que trataron de engañarnos con la misma mentira!
El hombre no podía creerlo.
- ¡No! ¡No! - gritaba mientras se lo llevaban aprehendido - ¡Déjenme explicarles…!
- Se lo explicarás al ministro - le dijeron los policías - Él establecerá mejor que nosotros si tú eres inocente o culpable.
En ese instante, le vino a la mente la frase: 'Todo esto es mío...", que pronunciaba al pasar revista a todas sus riquezas. "Ahora". pensaba, "ni lo que es mío, es mío...". Se sentía más solo que nunca...
Lo plantaron frente al ministro, a quien vio más gigantesco e importante de que había imaginado: Sentado en un imponente trono, en medio de un no menos espectacular palacio.
- Debe usted creerme, su excelencia - le decía el hombre al ministro, con, rostro bañado en lágrimas - Este cofre es mío. Yo lo escondí hace unos años atrá Bueno. Es una larga historia...
El ministro no respondía. Sólo le ponía atención al acusado. Con una enigmática sonrisa en sus labios.
Luego de unos segundos, habló:
- Mírame bien. ¿No me recuerdas?
- No, señor ministro. No creo haberlo visto antes - respondió confundido e
hombre.
- No me reconoces porque, hace mucho tiempo, me viste en una situación m diferente a ésta.
El ministro, por fin, se identificó:
- Yo soy aquel pobre que creíste que no le quedaba otra alternativa para vivir, más que tu ayuda. Y aquí me tienes; porque yo siempre estuve seguro de que Hashem me salvaría. Nunca tuve dudas de que sólo Hashem es el que empobrece y el que enriquece. Y que, así como me hizo pobre en su momento, también me colmaría de lujos y abundancia, como e! día de hoy.
El ministro dio la orden de liberarlo y declararlo inocente. Nadie mejor que el sabia que ese cofre no había sido robado. Le dijo al hombre que se acerque y, tomándolo del hombro, le dijo:
- Casi con seguridad, cuando te acusaron, pensaste que estaba todo perdido, y ni te imaginaste que te iba a juzgar la única persona que sabía que el cofre es verdaderamente tuyo. Tu equivocación radica en que crees que existe la soledad. Eso déjaselo a los demás. El Yehudí nunca está solo; siempre está acompañado de Hashem. Lo único que tiene que hacer, es sentir la presencia del Creador a su lado, e implorar Su Ayuda. Yo te invito a que vivas aquí, con mi familia, y que iniciemos una amistad entre nosotros y entre Hashem...
(Basado en Go Asú Jajarnenu 1 Pág. 15)



(“HAMAOR”; Tomo 2; Kolel MAOR ABRAHAM-KÉTER TORÁ; Ediciones HAMAOR-MÉXIC

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.