lunes, 16 de mayo de 2011

Por qué sabía Pakistán que podía ocultar a Osama

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11/5/2011


Por qué sabía Pakistán que podía ocultar a Osama


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La mayoría de los paquistaníes son pobres, analfabetos y simpatizantes de Al Qaeda




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Por Mark Steyn

Como mis viejos amigos del Spectator londinense señalaban la mañana del pasado lunes, la exclusiva de la muerte de Osama bin Laden la di a conocer yo: "Osama bin Laden está muerto, dice Mark Steyn". Fue en la edición del Spectator del 29 de junio de 2002, lo que resultó ser un poquito prematuro. Me apresuré demasiado, casi como la señora de Osama en Abbottabad, pero por nueve años.
Siendo honesto, tampoco es que una discrepancia chiquitita de casi una década sea el único problema de mi exclusiva. Gran parte del artículo del Spectator se dedicaba a los supuestos habituales del Enemigo Público Número Uno -- lo de las cavernas, lo de la diálisis, lo de las distantes zonas tribales paquistaníes que la Inteligencia occidental no tenía ninguna posibilidad de infiltrar a menos que conociera al primo del jefe de la aldea, etc. Todas estas premisas proliferaron hasta hace unos días, cuando salió a la luz que Osama, tres esposas y 13 hijos llevaban casi media década residiendo en un inmueble construido al coleto ubicado en un municipio a un tiro de piedra de la Academia General Militar Paquistaní. ¿Un brunch todos los domingos con un par de Generales en su mesa reservada en el Hilton Abbottabad? ¿Huevos a la Benedictina, sin jamón por supuesto?
El final aplazado de Osama es testimonio de lo que Estados Unidos hace bien -- tropas de élite, muy bien entrenadas, equipadas con un nivel de sofisticación tecnológica con la que ningún otro país puede rivalizar. Todo lo demás que rodea al suceso (incluyendo la gestión de la noticia por parte de la Casa Blanca, tan marcada por los tropiezos que hay que empezar a plantearse siniestramente si tanta incompetencia no tendrá algo de intencional) encarna lo que Estados Unidos hace mal. Pakistán, nuestro "aliado", oculta y protege no sólo a Osama, sino también al mulá Omar y a Zawahiri, y lo hace con la certeza de que no va a pagar ningún precio por su traición -- sabedor en la práctica de que su doble juego militar seguirá estando financiado por el contribuyente estadounidense.
Si fuera una película, la multitud congregada coreando "¡USA! ¡USA!" en los exteriores de la Casa Blanca tendría razón: ¡El malo de la película está muerto! ¡Ganamos! Fin. Pero el panorama se extiende más allá de la convención del celuloide. Según la versión con más butacas vendidas, la muerte de Osama bin Laden es apenas un murmullo, al tiempo que las atenciones que le fueron dispensadas por la institución paquistaní nos dicen algo profundo acerca de la debilidad de la superpotencia y la incapacidad a la hora de alterar el guión. Bin Laden dijo célebremente que cuando la gente ve un caballo débil y un caballo fuerte, escoge de forma natural el caballo fuerte. Meterle una bala entre los ojos es buena forma de hacerle saber cuál de los papeles interpreta. Pero la rutina del caballo fuerte y el caballo débil es tan cuestión de percepción como de otros factores. El 12 de septiembre de 2001, el General Musharraf estaba reunido "cuando mi secretario militar me informó de que el secretario de estado de los Estados Unidos, el General Colin Powell, estaba al teléfono. Le dije que llamara más tarde". Los pusilánimes del Departamento de Estado no estaban de humor para el numerito "me estoy lavando el pelo" de Musharraf, y, cuando fue conducido al aparato, fue informado de que la administración Bush iba a "devolver a Pakistán a la Edad de Piedra a bombazos" si no hacían todo lo que lo que los americanos querían. Musharraf llegó a la conclusión de que América hablaba en serio.
Una década más tarde, volvemos al 10 de septiembre. Si Washington llama a Islamabad como llamó hace una década, los paquistaníes les agradecerán la llamada cortésmente y les dirán que ya hablaremos en seis meses, día arriba o día abajo. Ellos creen tenerle tomada la temperatura a la superpotencia -- que Estados Unidos está encantado de gastar montones de dólares en sistemas tecnológicamente avanzados que pueden llegar a cualquier punto del planeta pero no tiene realmente las agallas para cambiar la realidad sobre el terreno. Eso se traduce en que de vez en cuando, mientras tus yihadistas más buscados pasan la noche viendo "Mira Quién Baila", de repente Robocop cae del cielo, echa la puerta abajo y hay que prepararse para reunirse con las vírgenes. Pero aparte de eso, dentro de la panorámica, en el día a día, totalmente desapercibidas, las cosas seguirán su camino.
En el otoño de 2001, hablando de la caída de los talibanes, Thomas Friedman, el cerebro de la casa en el New York Times, ofrecía este análisis en dibujos animados:
"A pesar de todo el revuelo sobre los alabados combatientes afganos, es una guerra entre los Picapiedra y los Supersónicos - y ganan los Supersónicos y los Picapiedra lo saben".
Pero ¿y si no? Los Picapiedra se replegaron a sus cavernas, esperaron un tiempo, y una década más tarde los Supersónicos andan desesperados por negociar su marcha.
Cuando se trata de analogías instructivas, prefiero Jartum a los dibujos animados. Si América tardó una década en consumar la venganza por el 11 de Septiembre, Gran Bretaña tardó 13 años en vengar su derrota en Sudán en 1884. Pero, después de que Kitchener matara a los yihadistas del momento en la Batalla de la ciudad de Omdurman en 1897, removió Roma con Santiago para encontrar a su líder Mahdi, le cortó la cabeza y se la quedó como souvenir. Los sudaneses captaron el mensaje. Los británicos no dejaron moverse una mosca hasta que dieron la independencia seis décadas más tarde -- y en la práctica, la población local luchó por el Rey y por un país "imperial distante" como valientes tropas británicas en la Segunda Guerra Mundial. Aún más sorprendente, generaciones de escolares ingleses conocieron de la novedad del cráneo del Mahdi liquidado usado como pisapapeles por Lord Kitchener como una historia inspiradora de la grandeza nacional.
Hoy esas no abundan. Es difícil imaginar la chola de Obama colgando como atractivo centro en el banquete del Organizador de la Comunidad del Año en la Casa Blanca el año que viene, y es totalmente imposible imaginarse a los "educadores" de América enseñando la historia con aprobación. De manera que, al mismo tiempo incluso que damos todo tipo de explicaciones de que nuestros problemas con este tal bin Laden no tienen nada que ver con el islam, nada de nada, ni se le ocurra, simultáneamente nos apresuramos a asegurar al mundo musulmán que no hay que preocuparse, le dispensamos un funeral islámico de 45 minutos totalmente respetuoso con el musulmán religioso.
Ése es el motivo de que los peces gordos pakistaníes protegieran al enemigo mortal de Norteamérica y de que supieran que podían hacerlo con impunidad. Bin Laden era un saudí con mosca, y de esos hay muchos financiando tal o cual cosa del sur de Asia a los Balcanes pasando por Dearborn, Michigan. Han ido repartiendo sus petrodólares por el mundo occidental comprando todo lo que necesitaban, desde pequeñas mezquitas a departamentos "de Estudios de Oriente Medio" de universidades importantes. En comparación con sus compatriotas, Osama estaba derrochando su dote. En aquel largo artículo del Spectator, escribí: "El del hijo es solamente un modelo curiosamente avanzado del tonto útil -- una crítica vertida de forma rutinaria contra Bush pero mucho más aplicable en realidad a Osama, que cogió la fortuna de su padre y la metió en un agujero del suelo literalmente".
Mucha política estadounidense fue detrás. Una década más tarde, nuestras tropas recorren Afganistán "ganando corazones y mentes" y siendo abatidas por los mismos policías y los mismos soldados que hemos pasado años entrenando. En el frente nacional, cada aeropuerto municipal tiene al menos una docena de agentes de la Agencia de Seguridad del Transporte oliendo la ropa interior de escolares. Mientras tanto, en las Naciones Unidas, en la Unión Europea, en la Organización de la Conferencia Islámica, en las "Revoluciones Facebook" de la "primavera árabe", la islamización del mundo sigue adelante: Millones de musulmanes apoyan el objetivo de bin Laden -- la sumisión del mundo occidental al islam -- pero a diferencia de él, ellos entienden que estrellar aviones de pasajeros contra edificios es totalmente innecesario para lograrlo. ¿Ganarán los Supersónicos de altos vuelos con cacharros tecnológicos en el mundo de los Picapiedra? Los paquistaníes están muy seguros de conocer la respuesta a eso.Diario de America

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