SHABAT SHALOM
Ay, si me permitieran elegir, sería un pino añoso, uno más en un bosque de la Galilea; una piedra en la hilera más baja del Muro de los Lamentos; una flor carmesí, extraviada en los campos agraciados del monte Carmel.
Me hubiese embriagado ser un ave migratoria, que observa a vuelo de pájaro la totalidad de nuestra Tierra; un grano de arena en el desierto del Neguev; una gota de agua en las profundidades del Mar Muerto.
Elegiría ser el zapato gastado de un mendigo de Jerusalén, o la melodía que le dicta sus secretos al alma de un justo durante la noche del Shabat.
Preferiría ser la hoja de un libro ajado de oraciones, de una sinagoga de Mea Shearim; o el polvo que pisan los peregrinos y los buscadores en la Ciudad Vieja, imaginando la reconstrucción del Templo.
O al menos, un gorrión que anida en el Monte de los Olivos, o un brote asombrado de sí mismo al germinar del más árido y yermo desierto.
Pero qué puedo hacer si soy nada más que un hombre frágil e imperfecto, resistiendo al paso del tiempo aferrado al consuelo diario de un Libro sagrado.
Un hombre, nada más que un hombre.
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