viernes, 1 de abril de 2016


Rutmini Callimachi publica un reportaje en The New York Times en el que detalla el periplo deReda Hame, terrorista detenido e interrogado por las autoridades antes de que cometiera un atentado.
La investigación determinó la manera en que se maneja el grupo terrorista con las células  que operan en Europa.
A fines de 2015, la rama de operaciones externas del Estado Islámico tenía personal dedicado a pasar sus días en los cibercafés de Siria con el fin de publicar propaganda dirigida a incitar los ataques en solitario y atraer nuevos reclutas.
Entre las personas que mordieron el anzuelo estaba Reda Hame, el joven profesional de la tecnología, quien más tarde le dijo a los investigadores que se había unido con la esperanza de derrocar al Presidente Bashar al Asad. En vez de eso, después de llegar a Siria en junio de 2015, fue captado por la sección de ataques en el extranjero.
Durante su entrevista de ingreso en Raqqa, Siria, en junio de 2015, el administrador del Estado Islámico que tomaba notas en una computadora expresó su satisfacción cuando supo que Hame era de París y tenía experiencia en asuntos tecnológicos, de acuerdo con un recuento detallado de la agencia de inteligencia francesa.
Ray Takeyh, del Consejo de Relaciones Exteriores, advierte de la necesidad de que el reino saudí abandone estrategias que, si bien resultaron útiles a la Casa Saúd en el pasado, la crisis del petróleo, las guerras regionales y la irrupción del Estado Islámico han convertido en obsoletas.
Ha llegado el momento de que una de las monarquías más resilientes de Oriente Medio renueve su desfasado pacto nacional. Los días en que al reino le bastaba simplemente confiar en sus pagos en efectivo a los ciudadanos y ampararse en el ‘establishment’ religioso están llegando a su fin. Su economía no puede permitirse tal generosidad y su dañada legitimidad religiosa no puede disuadir a los militantes de profesar de manera más acorde con el deseo de Dios. La monarquía necesita un nuevo pacto, uno que base su poder en la participación democrática. Un parlamento y unas asambleas locales podrían permitir a los ciudadanos tener voz en las deliberaciones nacionales, lo que reduciría el atractivo de fuerzas nihilistas como el Estado Islámico. Sólo un régimen que descanse en esa aprobación popular puede afrontar el espinoso asunto de los subsidios que van a tener que ser eliminados. Paradójicamente, una monarquía que siempre confió en Dios y en el petróleo puede que ahora necesite confiar en la democracia para asegurar su supervivencia.
El periodista e historiador Jesús Palacios recoge en este artículo la historia reciente del territorio ocupado por Marruecos, plena de traiciones al pueblo saharahui, que sigue esperando su referéndum 42 años después de que la ONU ordenara su celebración.
La responsabilidad de la ONU en ello es manifiesta, pues lo cierto es que ninguno de sus últimos secretarios generales ha conseguido desbloquear la situación; Pérez de Cuéllar fracasó estrepitosamente al plegarse a los deseos de Marruecos, hasta el extremo de que sus instrucciones finales para incrementar el censo fueron rechazadas por el Consejo de Seguridad de la ONU; Butros Gali, un experto en Derecho internacional y árabe, vivió bajo el conflicto de si su corazón egipcio estaba más cerca del lado marroquí que del saharaui, porque la justicia y el Derecho internacional tenía claro que asistían a los saharauis; el mismo debate se dio en Kofi Annan, y ahora Ban Ki-moon tiene la oportunidad de hacer algo diferente luego de su reciente visita de marzo a los campamentos de refugiados. En ese aspecto, la historia reafirma que todos los secretarios generales y la ONU misma no son más que un apéndice voluble de la última voluntad de los Estados Unidos. Y la realidad parece condenada a que no habrá referéndum en el Sáhara hasta que los que voten en él sean sólo marroquíes; es decir, nunca.
Michael Rubin pone de manifiesto en el American Enterprise Institute el doble juego del presidente turco respecto a Europa y los aliados occidentales que combaten al Estado Islámicoen Siria e Irak.
Turquía ha hecho más que prestar apoyo pasivo a los islamistas radicales. En sus 13 años en el poder, Erdogan ha transformado Turquía de una aprendiz de democracia occidental a un Pakistán mediterráneo. Hubo, por ejemplo, una filtración de documentos del servicio de inteligencia turco en los que se mostraba el apoyo de Turquía al Frente al Nusra, una franquicia de Al Qaeda que opera en Siria. Y en lugar de otorgar medallas a los soldados turcos que interceptaban cargamentos terrestres de armamento destinado a los radicales sirios, Erdogan ordenó su arresto.
Así mismo, cuando unos periodistas turcos demostraron –con evidencias fotográficas– la transferencia de municiones y otros suministros por la frontera turca al Estado Islámico, la respuesta de Erdogan no fue aplaudir, sino confiscar el periódico y arrestar a sus editores y a muchos de sus reporteros.

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