Rabino Daniel Oppenheimer
Débora no solamente era profetisa, sino que, al mismo tiempo, fue jueza de Israel. Bajo “jueza”, no nos referimos a los miembros del poder judicial, como lo entendemos hoy, sino a que los judíos de aquel momento iban a consultarla por su gran sabiduría. Fue una madre en Israel en todo el sentido de la palabra (Shoftim 5:7). Amaba a los judíos y, dada su piedad, inspiró a Israel a volver en Teshuvá y superar el letargo espiritual de la época.
La situación no era la mejor.
Después de 150 años desde que Iehoshúa, el sucesor de Moshé, había conquistado la tierra de Cna’an y echado a sus incorregibles habitantes cumpliendo la orden de la Torá, los cna’anitas habían vuelto a aparecer y para instalarse en una porción geográficamente importante al norte de la tierra de Israel.
Una vez establecidos, comenzaron a someter y oprimir a Israel, peor aun que los enemigos anteriores, posiblemente con intención de recuperar toda la tierra que habían perdido. Prácticas cotidianas, tal como ir a sacar agua del aljibe y trasladarse de una ciudad a otra, se tornaron muy peligrosas. Los habitantes de las ciudades que carecían de muralla protectora abandonaron sus hogares para asilarse en otras fortificadas.
La persecución no se circunscribió solamente a lo material, sino que no perdían oportunidad para humillar a los judíos verbalmente (Ialkut HaMajirí Mishléi 23:26). El nuevo rey de los cna’anitas era Iavín y su joven y poderoso general era Sisrá.
En poco tiempo lograron armar un gran ejército que poseía 900 carros de guerra (lo que hoy equivaldría a tanques acorazados), mayor incluso a las huestes del Faraón que se había hundido en el mar.
Los israelitas no estaban a la altura espiritual que D”s esperaba de ellos (Shoftim - Jueces 4:1), razón por la cual cayeron en manos de sus archi-enemigos durante veinte años. A pesar de los grandes guías que tuvieron, Ehud ben Gueirá y Shamgar ben Anat, la situación moral no se revirtió para mejor. Los judíos, desesperados, se volvieron hacia D”s y clamaron por Su ayuda.
En el norte de Israel vivía una mujer llamada Débora (en hebreo se pronuncia Dvorá). Como en todos los demás relatos del TaNa”J, no sabemos muchos detalles de su historia personal. (El TaNa”J no se dedicó a describirnos información que no nos sería necesaria o útil para nuestro crecimiento espiritual y se remite únicamente a los pormenores de la vida que sí nos dejan una moraleja).
En primer lugar, sabremos que Débora era una profetisa. No fue la única, sino que se suma a otras seis mujeres que cumplieron con el mismo rol (posiblemente hubo muchas más, como también hubo muchos profetas más que aquellos cuyos nombres conocemos, salvo que fueron escritas exclusivamente las profecías que debían eternizarse para la posteridad).
Débora no solamente era profetisa, sino que, al mismo tiempo, fue jueza de Israel. Bajo “jueza”, no nos referimos a los miembros del poder judicial, como lo entendemos hoy, sino a que los judíos de aquel momento iban a consultarla por su gran sabiduría. Fue una madre en Israel en todo el sentido de la palabra (Shoftim 5:7). Amaba a los judíos y, dada su piedad, inspiró a Israel a volver en Teshuvá y superar el letargo espiritual de la época.
Si seguimos leyendo, vamos a aprender que se la apoda “mujer de Lapidot”. Los Sabios nos dicen que Lapidot no es necesariamente el nombre de una persona, sino que se refiere a las llamas del Mishkán (en aquel tiempo aún no se había construido el Bet HaMikdash, el Sagrado Templo de Ierushalaim). Débora se dedicó - a pesar de ser una mujer muy acaudalada con empresas y bienes en distintos lugares de Israel - a preparar las mechas para la Menorá - el candelabro del Mishkán (Ialkut Shimoní - Shoftim 42). ¿Qué tiene de especial el preparado de esas mechas? ¿No lo podía hacer cualquier otra persona? Si quería donar estas mechas, y siendo alguien pudiente, ¿no tenía otra sirvientes suficientes que pudiesen hacer la esa labor?
No. Ella misma quería involucrarse en la tarea. La inserción personal en la Mitzvá vale. Como lo dicen los Sabios: “Es más Mitzvá si lo hace uno, que si envía a un delegado” (Talmud Kidushín 41.). En la tarea de preparar para Shabbat, el Shulján Aruj (Oraj Jaím 250:1) menciona que la persona misma debe participar en los preparativos, como lo hicieron muchos de los Sabios del Talmud.
Pero hay aquí un detalle más: la intención. Débora procuraba que las mechas sean gruesas para que iluminen más. “Respondió D”s: ‘¡Débora! Tú tuviste el deseo de acrecentar Mi luz, y Yo (en retribución) aumentaré tu luz en Iehudá y Ierushalaim’”
Débora recibía a la gente bajo una palmera de dátiles. ¿Por qué? ¿no tenía casa? ¿acaso tenía calor?
No. El tener su “consultorio” al aire libre respondía al cumplimiento de una norma que muchos judíos desconocen. Se llama la ley de Ijud (Talmud Meguilá 14.).
Ijud es una ley de la Torá. Por Ijud está prohibido a un hombre y a una mujer (cuando no son padre o madre e hijo/a o marido y esposa) estar a solas en lugar recluido. Esta ley bíblica se refiere a mujeres casadas, pero más tarde, el rey David y su tribunal la hicieron extensiva a todas las mujeres. Bajo “recluido” entendemos todo sitio retirado o encerrado por donde es poco factible que pase alguien y pueda ver a quienes están solos en aquel momento. Este precepto se viola aun si son varios/as las personas involucrados, y aun si algunos de ellos son niños y abarca incluso a los novios, primos y a personas muy familiares y amigos entre si, a veces aun con mayor rigor en la ley, dependiendo de la circunstancia. Asimismo, el rigor crece en la medida en que los participantes sean “prutzim”, o sea relajados en su conducta moral (p.ej. se tocan con mujeres que no deben). En la violación de esta ley son responsables todos los protagonistas adultos (mayores de Bar Mitzvá) hombres y mujeres y es independiente de otras leyes que prohiben el contacto físico con personas del sexo opuesto que no sean los familiares directos antes mencionados. (Para mayor información acerca del tema en particular sobre lo que se debe hacer en situaciones corrientes tal como visitas al médico o al psicólogo, babysitters, remiseros, hijos adoptivos, huéspedes que se quedan a dormir en una casa, chicas que van a estudiar a la casa de sus compañeras, obreros que están haciendo arreglos en la casa, hermanos que viven solos, etc., se debe estudiar el Shulján Aruj Even HaEzer 22 y hay varios libros en hebreo y en inglés dedicados a esclarecer la ley en las múltiples situaciones que suelen surgir, y, en español, de Ajdut Israel).
A muchos, estas leyes les podrán parecer extrañas. Sin embargo, esto es el resultado de la liberalidad y descontrol moral general que padece nuestra sociedad y que influye con tanta intensidad en nuestras vidas. “En realidad, lo que expresan estos preceptos son la Voluntad de D”s y el respeto por la dignidad humana y la nobleza ética” (Introducción a “The Halachos of Yichud” de R. Dovid Ribiat Feldheim Publishers).
La gente, pues, acudía a pedir el consejo imparcial de la jueza Débora. Fue entonces, que Débora mandó llamar a Barak - que según ciertas opiniones era su marido - y le transmitió la orden Di-vina de ir a guerrear contra Iavín. Este mandato ya está en la Torá, en donde se dispone que los judíos tienen la obligación de alejar a todos los cna’anitas de la tierra de Israel. Barak era un estudioso que había aprendido Torá de Iehoshúa e incluso era espiritualmente superior a Débora. (Según ciertas opiniones, la impulsora del ascenso espiritual de Barak fue la propia Débora). La situación era grave, pues los judíos no contaban con carros. Barak, en su modestia, sospechaba que carecía de suficientes méritos para triunfar y llevar a buen término su misión. Por lo tanto, confió más en la virtud de Débora, que era profetisa, y condicionó el cumplimiento de la orden a que ella lo acompañara. “Sí” - respondió Débora - “sin embargo, la gloria será mediante otra mujer digna”. La batalla terminó en un amplio triunfo. Esto no se debió al poder bélico de Israel, sino a la intervención Celestial que tuvo lugar mediante las estrellas que apoyaron a los judíos (Shoftim 5:20). En la práctica, esto resultó en un recalentamiento de los carros de Sisrá, que los tornó inservibles y el vértigo que flageló a los cna’anitas (Talmud Pesajim 118:).
Sisrá fue derrotado totalmente. Escapó corriendo a pie y Barak personalmente persiguió al general fugado. Sisrá se encontró en el camino con la carpa de Jever HaKení. En la vivienda, solo estaba su esposa, Iael. Sisrá le pidió a ella que lo protegiera de quienes lo buscaban.
¿Quiénes eran estas personas? Muchos años antes, Moshé Rabeinu había huido de Egipto luego que se le informara al Faraón que Moshé había hecho justicia con un egipcio que apaleaba a un hebreo. Moshé había escapado a Midián y fue recibido en el hogar de Itró. Dada la hospitalidad de Itró, D”s lo recompensó y de su descendencia salió Iael que en el futuro repetiría la bondad de Itró, de una manera muy especial, al salvar al pueblo de Israel (Shmot Rabá 4:2). Iael pertenecía entonces a los descendientes de Itró que se habían convertido al judaísmo, y como Débora, guiaba al pueblo con sus consejos (Rash”í).
Iael recibió a Sisrá y le ofreció leche en lugar del agua que él había pedido. Muy pronto, Sisrá yacía en el piso profundamente dormido. Iael, que sabía de la opresión a la que estaba sometido el pueblo de Israel debido a la crueldad de este hombre no vaciló. Tomó una estaca de la carpa y la clavó en la sien de Sisrá. El tirano estaba muerto. Unos momentos más tarde, Barak llegó hasta el lugar y se encontró con que, tal como había vaticinado Débora, la gloria de aquel día se había producido a manos de una mujer valiente y heroica: Iael.
Ud. se preguntará: ¿con una estaca? ¿no había otro elemento con el cual llevar a cabo su intención? El Targum explica que Iael quiso cuidarse de la prohibición de la Torá, por la cual una mujer no debe utilizar instrumentos (lit. “vestimentas”) típicos de hombres (Dvarim 22:5). Dado que las armas, lanzas y espadas son artefactos de guerra, que es el área de los hombres, Iael usó otro objeto, no convencional. En Shulján Aruj, estas leyes están explicitadas en Ioré De’á 182:5.
Débora y Barak compusieron en aquel momento de victoria uno de los famosos poemas de alabanza a D”s, y lo leemos en la Haftará de Parshat Beshalaj, la Parshá que contiene la canción de glorificación de Moshé y del pueblo después de cruzar el Mar Rojo.
En aquel poema, Débora elogió a los maestros de la Torá, quienes, a pesar de las circunstancias, no dejaron de recorrer los caminos en momentos difíciles para seguir enseñando Torá al pueblo.
El Monte Tabor, en donde tuvo lugar la batalla, recibió ahora su recompensa (alegórica) por haberse ofrecido en su momento para que Israel recibiera la Torá a sus pies. Al comienzo del poema, se repite la palabra “Anojí” (del comienzo de los 10 mandamientos), pues D”s no deja de recompensar todo gesto (aun dentro del dominio de las cosas inanimadas).
Asimismo, Débora recordó a los judíos de la época lo difícil que había sido su situación hasta que ella, Débora, madre en Israel, apareció en escena. Estas palabras no fueron adecuadas: “Todo el que se vanagloria, si es profeta - su profecía se aleja de él” (Talmud Pesajim 66:).
Por jactanciosa, Débora descendió de su nivel por unos momentos hasta que volvió a despertar: “Despierta, despierta, Débora” (Shoftim 5:12).
Los últimos años han advertido cómo el péndulo de la política israelí va moviéndose rotativamente hacia la derecha y hacia la izquierda en vías de una solución diplomática, política y militar confiable con los vecinos árabes. Esta Haftará nos debiera inspirar y recordar que en situaciones análogas, lo que prevaleció primordialmente fue la fe en el Todopoderoso. Esto trajo aparejado la tranquilidad anhelada. Que D”s nos permita volver a aquella paz espiritual basada en la fe.
Un punto adicional, muy relevante para muchas parejas:
La mujer, exitosa laboral y socialmente, no encuentra la contención que solía apreciar en su marido al momento de casarse. La vida se torna compleja.
Para ciertas opiniones contemporáneas, esto significa el fin del matrimonio.
Débora - salvando las distancias - nos marca la forma de obrar en esta delicada situación. No pensó egoístamente en si misma, sino en cómo apoyar a su cónyuge. De otro modo, habría estado insistiéndole diariamente que “se mueva más”, que “pruebe tal o cuál cosa”, que “haga como todos”, que “no sea vago”, etc.
Mencionamos anteriormente que ella era quien preparaba las mechas, pidiéndole a su marido venderlas a quienes quisieran donarlas para el servicio del Mishkán de manera productiva y decorosa.
Estar cerca del Mishkán pondría a su marido en proximidad con los Sabios de Israel, y esto solo lo elevaría espiritualmente gracias al modelo que ellos difunden (¡cuántas inteligentes intenciones en una aparente simple acción…!).
Débora sabía que no se logra nada por el mero hecho de insistir, si no se buscan soluciones prácticas que incluyan activamente y con dignidad a todas las partes involucradas.
Tuvo razón (“sin necesidad del “yo te lo dije”…). Seguramente no tendría resultados inmediatos o instantáneos. Requeriría paciencia y perseverancia, una actitud positiva, alguna sonrisa y calidez.
Y Barak podría aceptar y participar del crecimiento mancomunado, pues no había sido forzado a hacerlo, ni había sido degradado o atormentado. Fue asistido de la manera más considerada y efectiva, y sin disgustos, aceptó lo que finalmente vemos fue lo mejor para él.
Pensemos por un momento cuántos fracasos hemos sufrido al tratar de forzar cambios en otra persona, especialmente en los seres queridos y cercanos.
Siempre está la opción de acusar al otro por su carácter - o participarlo de proyectos importantes.
Si no gusta leer, se le puede recriminar - o dejar libros al alcance para que se tiente a tomarlos en su mano y hojearlos.
Como estos, hay innumerable cantidad de ideas creativas, generosas de corazón - y con un enorme potencial de efectividad.
¿Y crecen? - Ambos: el que recibe y el que da.
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