Autor: Bernardo Ptasevich
Casi la totalidad de los israelíes piensa que llegar a un acuerdo de paz por intermedio de concesiones que no aseguran resultados y sin recibir a cambio los reconocimientos o la seguridad que hace falta, es algo inviable. En este pensamiento se puede resumir a la gran mayoría del pueblo de Israel y seguramente a sus gobernantes. Pero cuando entramos a hilar más fino en los temas que afectan a cada uno de los sectores que componen la población y el Gobierno, las diferencias son abismales y profundas.
No se trata de matices sino de concepciones diferentes y opuestas sobre los mismos temas. Lo único común es no estar de acuerdo en lo que los palestinos puedan proponer.
No estamos dispuestos a negociar
Concurrimos a conversaciones de paz en las que no estamos dispuestos a negociar nada, en las que no vamos a aceptar nada y vamos a exigir todo lo que sabemos que no aceptarán. Es evidente que no vamos a aceptar nunca las exigencias de los palestinos en ninguno de los puntos y que ellos no aceptarán nuestras imposiciones. Pero una negociación no es un sitio donde se puede exigir. Se exige al contrario solamente desde una posición de poder, desde una victoria en una batalla final, desde una situación que permita poner condiciones.
Ni los palestinos ni los israelíes están hoy en esa situación. Los primeros porque no han plasmado una victoria total que termine con el dominio de Hamás en la última incursión a la Franja de Gaza y los palestinos porque no sólo tienen dos Gobiernos y dos territorios sino también porque cada día dependen más de la ayuda internacional para seguir adelante.
Por lo tanto, sólo queda concurrir a esas reuniones para negociar, para debatir, para consensuar pequeños puntos que puedan trazar un posible camino (que aún lleno de dificultades y piedras que lo interrumpirán) den un marco posible para un futuro acuerdo.
Pero aun para ello hace falta poder, no sobre el otro sino sobre sus propios sectores políticos, económicos, religiosos, sociales y militares. Ninguna de las partes esta hoy en esa situación. Quienes las representan muestran una gran debilidad y no tienen la representatividad necesaria.
Podríamos exigir a los palestinos que se alejen definitivamente de Hamás o que lleguen con ellos a un acuerdo que les dé legitimidad como representantes de su pueblo, pero no estamos en condiciones de hacerlo.
Nosotros tenemos tantas divisiones, tantas opiniones sobre el tema y tantos postulados irrenunciables que no podemos acudir a negociar con una posición única. No hace falta ir muy lejos. Basta ver las desavenencias en el propio Gobierno, en el seno mismo del oficialismo, cada vez que se toca alguno de los temas puntuales. Es suficiente con recordar el reciente discurso del ministro Lieberman ante la Asamblea de la ONU cuyo contenido distaba mucho de la posición que Netaniahu sostiene en las reuniones patrocinadas por los Estados Unidos.
Las posteriores declaraciones del Primer Ministro desautorizando dichos conceptos han sido un gran papelón internacional y también interno, ya que muestra a los ciudadanos la desorganización e irresponsabilidad con que se maneja un tema tan crucial para nuestro futuro.
Nuestro sistema electoral muestra sus defectos toda vez que hace falta tomar decisiones importantes. Ningún israelí quiere que una persona, aun tratándose del primer ministro, tome esa responsabilidad en forma solitaria incluso si lo hiciera según sus convicciones personales.
Los religiosos defienden a ultranza
Hay varias posiciones con respecto a este tema. Los sectores religiosos quieren defender a ultranza cada metro del territorio que se encuentra hoy en nuestro poder.
Los no religiosos están dispuestos a hacer algunas concesiones siempre que el resultado fuera una paz duradera y segura para Israel. Desde el punto de vista político, los partidos que forman la coalición de gobierno� tienen una posición muy diferente a la de la oposición.
Hay que recordar que en Israel la oposición no representa al 10 ni al 20% de la población sino que fue votada por la mitad de la misma.� De esta forma es imposible negociar nada. Cualquier decisión que se tome, cualquier política referente a fronteras, seguridad, territorio, lugares sagrados, o refugiados, será rechazada por la otra mitad y hasta por algunos que integran el Gobierno.
Es importante concurrir seriamente a la negociación, ser sinceros con nuestros amigos de Estados Unidos y no hacerles perder tiempo ni dinero en conversaciones infructuosas. Si no tenemos una posición unificada que nos permita decidir ante las propuestas o proponer cosas que podamos luego cumplir, abandonemos las negociación.
Se debe formar ahora mismo un Gobierno de Unidad Nacional, sin sustituir a unos por otros, porque el problema de representatividad subsistiría de todos modos. Netaniahu debe convocar a un acuerdo nacional por lo menos en el tema de las conversaciones de paz. Se deben acordar los parámetros antes de firmar el más mínimo papel con los palestinos.
Hay que definir y transmitir claramente los temas en las que no vamos a ceder ni un centímetro, ya sea sobre tierras o convicciones, y cuáles son los asuntos en los que si podemos ceder y en qué condiciones.
El probable plebiscito
La propuesta de someter a plebiscito un posible acuerdo logrado en la negociación no es realista.
No hay posibilidad de cambiar nada en esa instancia y por el contrario podría cerrar toda posibilidad de negociaciones futuras. Preguntar al pueblo si acepta los resultados de una negociación cerrada será un fracaso absoluto.
Los partidos de derecha, los religiosos, el Likud y Kadima, junto a los partidos menores deben hacer el gran debate antes y no después de las negociaciones. Si para ello hace falta una prórroga en las fechas de reunión con los dirigentes palestinos, será mucho menos negativo que lo que se está haciendo, mucho más realista y más sincero. El pueblo quiere la paz pero no de cualquier forma.�
Es posible que entre todos los partidos políticos y sus representantes pueda ser interpretado más o menos fielmente ese pensamiento y sus posibilidades.
Si el primer ministro Netaniahu se arroga la potestad de ser el salvador del proceso de paz para inscribir su nombre en la historia, debe saber también que corre el peligro de que su nombre sea inscripto por hacer la peor gestión de todos los tiempos a espaldas del sentimiento y la convicción de la totalidad del pueblo de Israel.
Fuente: Aurora
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