miércoles, 19 de marzo de 2008

Purim y la memoria en tiempos de dispersión

Purim es, sin lugar a dudas, una festividad especial. A diferencia de las fiestas de peregrinación (Pesaj, Shavuot y Sucot) y los Iamim Noraim (Rosh haShana y Iom Kipur), Purim no aparece mencionado en el texto de la Torá. A diferencia de Januca, es una festividad producto de sucesos históricos a la cual se le dedicó un libro entero que fue incluido en el canon bíblico. En el continuo que podríamos trazar entre las fiestas con base y fundamento en el Pentateuco y las fiestas post-bíblicas, Purim se ubicaría en la mitad de nuestro sencillo diagrama. Pero Purim tiene otras particularidades. Es, por ejemplo, la única fiesta de nuestro calendario que se sucede fuera de Israel y que no tiene relación directa con el Templo de Jerusalem. Como ya bien lo ha dicho el Profesor Eliezer Schweid, Purim es la fiesta diaspórica por excelencia. El mismo texto de Megilat Ester es consciente de esta situación, y pone en palabras del malvado Amán la siguiente descripción del pueblo que quiere aniquilar:

“Hay un pueblo esparcido y dividido entre los pueblos de todas las provincias de tu reino, sus leyes son diferentes de las de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey. Al rey en nada le beneficia el dejarlos vivir.” (Ester 3:8)

Esparcido y dividido son dos de las características fundamentales que han marcado la condición del pueblo judío en más de dos mil años. En este contexto, tanto el Talmud como el Midrash juegan con este versículo, intentando encontrar nuevos sentidos y derivaciones a los textos ya existentes. Leemos, por ejemplo, en el Tratado de Megila (13b) que los sabios entendían el comienzo del versículo “Yeshnó Am Ejad” (“hay un pueblo”) como indicio de que “Yashnú min haMitzvot… se durmieron y no cumplieron con los preceptos.” Otros textos van incluso un paso más allá y sostienen que Amán afirmaba que quien se había dormido no era el pueblo sino el mismo d-s, y que por lo tanto había que aprovechar dicha oportunidad para deshacerse de los judíos (vean Ester Raba 7:12).
Si saltamos varios cientos de años, y nos ubicamos en tiempos de los primeros maestros jasídicos, encontraremos que Rabi Naftali de Rofshitz interpretaba nuestro versículo diciendo que Amán le dijo a Ajashverosh que al estar el pueblo judío “dividido entre los pueblos,” todas sus divisiones y discusiones se hacían públicas y por tanto los enemigos de Israel podían fácilmente aprender sus debilidades y saber por donde atacar. Por su parte, y en contraposición a lo recién dicho, Rabi Iehuda Arieh Leib de Gur (conocido también como el “Sfat Emet”) insistía en que el mérito del pueblo judío se hallaba en el hecho de que incluso dispersos y diseminados por todo el mundo, sus leyes seguían siendo distintas y no se habían asimilado.
Parecería ser que todas las interpretaciones que acabamos de mencionar encuentran su punto común en uno de los interrogantes más importantes que la Tradición de Israel ha tenido que responder durante generaciones y generaciones: la continuidad significativa del pueblo judío en contextos de diáspora, exilio y dispersión. Es decir: ¿cómo es posible sostener una vinculación efectiva, orgánica y en funcionamiento cuando los miembros de un pueblo se hallan diseminados por todas partes? ¿Cómo se puede gestar y mantener una comunidad de práctica cuando sus integrantes no comparten la misma geografía ni el mismo marco cultural? ¿Cuáles serían los mecanismos que aseguren la continua permanencia y relevancia de una tradición con estas características? Al parecer, uno de los caminos a través de los cuales nuestro pueblo eligió responder dichos interrogantes fue el de la memoria, encarnada tanto en el relato como en el ritual. A continuación, y en el marco de este espacio, nos dedicaremos a trabajar sobre la memoria, y sobre su relación con Purim por un lado y su función cohesiva en tiempos de dispersión por el otro.



Fuente: Rabino Joshua Kullock

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