sábado, 8 de marzo de 2008

Ser o no ser por Gustavo Perednik


La vasta pluralidad de ideas, partidos y organizaciones que conviven en Israel, no es sólo una de las expresiones de nuestra vibrante democracia, sino que también puede asumirse como herencia de nuestra tradición talmúdica, que exaltó la diversidad de opiniones.

Dos escuelas rabínicas perseveraron en discordar a lo largo del Talmud. Leemos en el tratado de Eruvín que “durante tres años disintieron la Escuela de Shamai y la Escuela de Hilel hasta que una voz celestial sentenció: Ambas opiniones expresan al Dios viviente”. La sabiduría rabínica no se contentó con esta aprobación de la divergencia, y formuló una reveladora pregunta: si ambas escuelas de pensamiento eran aceptables, ¿por qué predominó la de Hilel? La respuesta constituye una alabanza al pluralismo intelectual: “Porque (los de Hilel) eran amables y humildes, y explicaban también la opinión del adversario”.

A diferencia de aquellos que se empeñan en destacar expresamente que Israel es un Estado judío y democrático, yo prefiero otra conjunción: es judío ergo democrático. Precisamente porque somos un Estado judío, somos también una democracia, un oasis de la ebullición y diversidad rodeado por un desierto de veinte países monocromáticos e intolerantes.

Por esa razón, a simple vista podría parecer que clasificar ideológicamente a los israelíes es muy arduo. Sin embargo no lo es, y podrían resumirse en dos las posiciones ideológicas israelíes durante el siglo XX: palomas y halcones.

La relativa facilidad de la categorización es consecuencia de que, de los muchos criterios posibles para clasificar las tendencias ideológicas de un país, en Israel ha primado el de la seguridad y política exterior (debido a que durante casi seis décadas sus vecinos impusieron a Israel un estado de guerra constante). Lo que en otras áreas podrían considerarse deslices corregibles, en política exterior pasan a ser errores de vida o muerte.

El resultado de este dilema existencial del israelí, es que aquí se tiende a juzgar a un partido político o gobierno, primera y principalmente, en base a la postura que esgrime en materia de seguridad. Por lo tanto los partidos israelíes siempre cupieron en uno de los dos grandes bandos perfilados, aun cuando lo hicieran con matices muy propios.



Esencialismo vs. conductualismo


Los palomas sostienen que la paz debe explicitarse como prioridad nacional, y que puede alcanzarse por medio de concesiones. Los halcones opinan que la paz es asequible por medio de fortalecer la nación, y son muy cautelosos en no explicitar demasiado el anhelo de paz para que el enemigo no abuse de él.

Las motivaciones de ambos grupos se fundan en la racionalidad, el patriotismo y los deseos de paz, y descalificar a uno de los bandos por "traidor" o "belicista" es un acto de soberbia.

Hoy en día, las cosas están cambiando en Israel. Cada vez son más las palomas desencantadas, y el sector halcón es mucho más grande. Esta transformación acusa muchos motivos; aquí nos referiremos a uno, para el que puede ayudarnos el celebérrimo verso que Ofelia escucha sin que el príncipe Hamlet lo advierta: Ser o No Ser, ésa es la pregunta.

Somos muchos los que creemos que Israel es atacado, censurado o resentido por lo que es. Otros, opinan que la hostilidad frente al Estado judío es por lo que hace, o deja de hacer.

Cabe una salvedad: pocas veces estas dos posturas se esgrimen con extremismo. Digamos que aun los del primer grupo, los esencialistas, admitiríamos que hay ciertas actitudes de Israel que pueden agravar la situación. Del mismo modo, los conductualistas, reconocerían que con cierta frecuencia el prejuicio antiisraelí exacerba la crítica. Hecha la salvedad, reiteremos que, en líneas generales, las dos visiones siguen confrontándose en el Israel de hoy.

Los esencialistas creemos que el hecho de que Israel sea un Estado judío lo hace absorber en sí mismo la milenaria corriente de odio judeofóbico, que ahora se descarga específicamente contra el judío de entre los países. En cuanto a los principios que impulsan a los conductualistas, cabe mencionar por lo menos dos.

Primeramente, admitir un encono de tamaña envergadura es muy frustrante. Es muy desagradable aceptar que irán a aborrecerme más allá de lo que yo haga o deje de hacer. El conductualismo viene a aliviar esa frustración, y le ofrece a su vocero la suposición de que lo que despierta hostilidad en él no es su esencia sino su conducta. Como ésta obviamente puede modificarse, el odio también podría disiparse.

En segundo término, es mucho más edificante suponer que somos arquitectos de nuestro propio destino aun en sus detalles; por lo tanto aspiramos a que incluso lograr la paz dependa exclusivamente de nosotros mismos.

Los esencialistas rechazamos esa aspiración por ingenua. No estamos exentos ni de frustración ni de aprecio por nuestro libre albedrío, pero la experiencia nos ha enseñado repetidamente que Israel debe convivir con una realidad molesta cuando no puede cambiarla, y que de nada nos servirá echarnos culpas artificiales por una situación en la que nuestra responsabilidad es sumamente parcial.

Ahora bien, las diferencias entre las dos escuelas podrían quedar en el marco de la interesante teoría, si no fuera por el hecho de que, igual que con las escuelas talmúdicas de Hilel y Shamai, tienen efectos prácticos que afectan nuestra vida diaria.



Siria, Bélgica y los demás


Muy ilustrativas fueron las recientes declaraciones del presidente de Siria con respecto a Israel. La paz no será posible, aseveró Bashar Assad, “mientras Israel exista”. Y con ello echó por la borda todas las propuestas conductualistas que vinieron sosteniendo por décadas que una retirada israelí de las colinas del Golán coadyuvaría a hacer la paz con Siria. Pues no. Assad ya ni siquiera dice que quiere el Golán; dice que quiere Israel.

Podemos respirar aliviados de que no hayan prosperado los que insistieron en que Israel evacuara el Golán en aras de la paz con Siria. Las palabras del dictador revelan que para él el Golán sería un instrumento valioso en la continua lucha para destruir Israel: uno que Israel nunca debería proporcionarle.

Las consecuencias prácticas fundamentales de una y otra postura se ven en qué tipo de respuesta ofreceremos a la hostilidad del medio. En estos días en los que la judeofobia crece de modo preocupante en muchos países, la diferencia de actitud se hace patente y crítica.

La dirigencia judaica de la Diáspora es frecuentemente conductualista. Sus respuestas apuntan a refutar acusaciones, modificar imágenes, o “mostrar la otra cara”, como si contradecir al judeófobo pudiera ayudar.

La realidad indica, empero, que la eficacia de nuestra respuesta es función de en qué medida revela la judeofobia ínsita en la agresión; y no en la bondad de los argumentos que trae en su defensa.

En ese sentido, se produjo en Israel hace poco una diferencia de criterios muy sustancial entre el asesor letrado del gobierno Eliakim Rubinstein y el entonces Ministro de Relaciones Exteriores Biniamín Netaniahu. El tema era cómo reaccionar ante el desparpajo del tribunal belga que decidió que Ariel Sharón puede ser incriminado por crímenes de guerra (se refería a la matanza de árabes musulmanes perpetrada por árabes cristianos en el Líbano hace más de veinte años).

Bélgica, que alegremente blanqueó sus crímenes de guerra en el Congo, se autoerige ahora como juez supremo y, en un mundo de violentos ayatolas y jeques esclavistas, comienza por lanzar su dardo acusador contra el líder hebreo. Rubinstein, en una actitud conductualista, sostuvo que Israel debía proceder a defender a Sharón en la corte belga, e intentar probar la inocencia de nuestro Primer Ministro. Netaniahu, por su parte, le hizo saber al gobierno belga que su tribunal era un remedo de los libelos de sangre que persiguieron al pueblo judío en Europa, y dispuso el inmediato retorno del embajador israelí en Bruselas. Con ello, el Estado judío respondía dignamente. Empezaba por no someterse a la desvergonzada acusación y, adicionalmente, señalaba la motivación judeofóbica del acusador.

Ser o no ser es el dilema de Israel; no cómo actuar. Y por momentos creo que Hamlet nos queda corto: hay quienes ni siquiera nos odian por lo que somos, sino porque somos. ¿Habrá forma de confrontar tamaña hostilidad? Por supuesto: no desviarnos de nuestro ser creativo para intentar satisfacer al que odia, y mostrarle en nuestra perseverancia, que el problema lo tiene él.

Fuente: Gustavo Perednik

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