martes, 11 de marzo de 2008

Colombia como “el Israel de la región” por Julián Schvindlerman


La reciente operación militar colombiana contra las FARC en Ecuador, la incursión militar turca contra el PKK en Irak, el avance israelí contra posiciones de Hamas en Gaza, y la un poco más lejana intervención norteamericana contra Al-Qaeda y los talibanes en Afganistán, han sido todas ellas instancias de autodefensa nacional ante provocaciones terroristas surgidas de territorio hostil. En todos estos casos, los terroristas actúan desde bases de operaciones en zonas-refugio provistas por estados o entidades cuya soberanía nacional es vulnerada al momento de la represalia. Invariablemente, la familia de las naciones tiende a protestar ante las respuestas defensivas de las democracias a la par que ignora las agresiones originales motivadoras de esas respuestas en primer lugar. Pero es importante tener presente que no hay principio o ley internacional alguna que obligue a una nación a esperar temerosa la siguiente atrocidad que está siendo planeada en el santuario de una entidad vecina, conforme ha explicado el profesor William O´Brien de la Universidad de Georgetown unos quince años atrás en su libro Law and Morality in Israel´s War with the PLO; un concepto aplicable a todas las instancias arriba mencionadas.

Parte del problema yace en una pobre comprensión de las realidades de lo que luchar contra terroristas implica, así como en un desubicado romanticismo referido a la naturaleza y propósito de las agrupaciones insurgentes. Un cable de la Associated Press describió a las FARC como unos “rebeldes que han estado luchando por más de cuatro décadas por una más justa distribución de la riqueza en Colombia” y decía que el tráfico de drogas y la toma de rehenes “no han ayudado a su reputación”. Esta verdadera gema de maquillaje periodístico apenas es atípica, y similares y repetidas caracterizaciones acerca de los movimientos terroristas que dan combate a las democracias en distintas partes del globo han ido gradual pero certeramente minando el entendimiento público a propósito del fenómeno del terrorismo y de las vicisitudes de la guerra contra el mismo. Casi todos los países latinoamericanos -para su propia vergüenza- han condenado a Colombia y así dificultado su campaña contra las FARC, agrupación que, a su vez, todavía no han podido definir de “terrorista”. Cuando Hugo Chávez, en su infinita vocación para la provocación, afirmó “no vamos a aceptar por nada del mundo que Colombia se convierta en el Israel de esta tierra”, inadvertidamente nos brindó un alerta relativo al presente geopolítico latinoamericano. “En tal sentido”, observó Shimon Samuels del Centro Wiesenthal, “si siguiéramos la lógica del presidente de Venezuela, queda claro que si Colombia sería ´el Israel de la región´, Chávez toma partido por el terrorismo”. Efectivamente, si Colombia es Israel, entonces las FARC son Hamas, Ecuador es Gaza y Venezuela es Irán. No vamos a forzar demasiado la analogía, tan solo esperemos que Brasilia, Santiago y Buenos Aires entre otros, tomen nota del daño que hacen al centrar su atención en las medidas defensivas de Bogotá en lugar de condenar categóricamente a las actividades criminales y terroristas de las FARC y sus patrones.

Colombia bien podría hallar consuelo en los dilemas de Israel y la absoluta indiferencia internacional ante los mismos. Israel abandonó la Franja de Gaza con la esperanza de que el fin de la llamada ocupación pondría fin a la violencia palestina. Eso no pasó. De hecho, la violencia se acentuó. Solamente durante el 2007, más de tres mil cohetes fueron disparados desde Gaza contra Israel. Según datos presentados por el embajador Dore Gold del Jerusalem Center for Public Affairs, desde la desconexión de Gaza en 2005, los ataques con cohetes contra poblados israelíes creció más del 500%. Antes de 2006, el número de ataques con cohetes rara vez llegaba a los cincuenta al mes. Para comienzos de 2008, la capacidad palestina de lanzar cohetes llegó a cincuenta por día. Hamas comenzó lanzando cohetes Qassam que tienen un alcance de 10km, lo que atormentó las vidas de los 20.000 residentes de Sderot. Ahora los palestinos han usado el cohete Grad (de fabricación iraní) con alcance de 15 km, y así llegaron hasta la ciudad de Ashkelon con 160.000 habitantes. Si los palestinos logran contrabandear los cohetes iraníes Fajr, con alcance de 45km, la reocupación de Gaza será posiblemente inevitable. (En rigor, esto debió haber ocurrido luego del aterrizaje en Sderot del primer Qassam palestino). Para evitar el retorno israelí a Gaza o las actuales incursiones temporales en la franja, todo lo que debe hacer Hamas es desistir del lanzamiento de más cohetes. Sin ataques, no hay represalias. A pesar de la simpleza aritmética de la ecuación estratégica, es Jerusalén -no Gaza- la receptora de la indignación global.

En momentos en que los israelíes le dan la agria bienvenida a los colombianos al club de los incomprendidos, no nos queda sino esperar que, si no por principio de justicia moral al menos motivados por el pragmatismo, las naciones del mundo libre se desharán de las ilusiones que albergan sobre el terrorismo. Después de todo, nadie necesita uranio para alcanzar la igualdad social.

Fuente: Julián Schvindlerman
Diario Comunidades

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