viernes, 12 de septiembre de 2008

CUENTOS

EL GOY DE SHABAT

La nieve llegó a principios del invierno de 1933 cuando nuestra gran
familia cubana se mudó a Williamsburg, en Brooklyn. Yo tenía diez
años. Nosotros éramos los primeros de habla hispana en llegar al
lugar, y nos acomodamos más o menos fácilmente en aquella vecindad
multitudinaria y multicultural. Rápidamente comenzamos a aprender un
poco de italiano, algunas palabras en griego y polaco, mucho idish y
sin perder nuestro pronunciado acento en inglés.
La primera vez que oí la expresión 'Ya viene Shabat' fue cuando el Sr.
Rosenthal rechazó abrir la puerta de su tienda de alimentos en la
avenida Bedford. Mi madre me había enviado con una moneda de diez
centavos para comprar un par de calcetines negros para mi padre. En
aquel tiempo, los hombres usaban sobre todo negro y azul marino. El
marrón y el gris eran de algún modo especiales y costaban más. El Sr.
Rosenthal estuvo de pie detrás de la puerta cerrada, de brazos
cruzados, mirándome aireadamente a través del grueso vidrio mientras
una nevada pesada y la oscuridad comenzaron a caer un viernes por la
tarde. 'Ya cerramos', dijo el Sr. Rosenthal sacudiendo su cabeza,
'¿Qué no ves que ya viene Shabat? ¡No seas insist ente! ¡Vete a tu
casa!'. Yo podía sentir la fría humedad que cubría mi cabeza y pensé
que Shabat era la palabra judía para la nieve.
Mi percepción errada acerca del Shabat no duró mucho tiempo, ya que la
cultura dominante del área pronto se hizo evidente; los gentiles eran
la minoría. De ahí en adelante, como Shabat venía con su regularidad
inmutable y la tradición judía llenaba la vida de la vecindad, me di
cuenta de como tantas actividades humanas, generalmente normales en
cualquier día de la semana, cesaban, y un silencio palpable, una
agradable tranquilidad, caía sobre todos nosotros. Fue entonces cuando
las familias con alguna necesidad urgente en Shabat enviaban a alguien
para 'traer al muchacho de habla hispana lo más rápido posible'.
Ese era yo. Justo a tiempo, dejé de ser anónimo y me hice llamar
Yussel, a veces Yuss o Yussele. Y así comenzó mi vida como un Goy de
Shabat, voluntariamente haciendo tareas para mis vecinos los viernes
por la noche y los sábados: prendiendo las estufas, haciendo mandados,
consiguiendo recetas médicas para los ancianos, alimentando calderas a
carbón, prendiendo o apagando luces, y limpiando la nieve y el hielo
de aceras resbaladizas. Haciendo todo lo que le fue prohibido al judío
hacer en Shabat, por su código religioso.
(Gracias a mí, toda mi familia se había convertido en adicta a la
pastelería judía.)
Las tardes del viernes er an especiales. Yo caminaba a casa desde la
escuela asaltado por el rico aroma que emanaba de las cocinas judías,
que preparaban aquella tarde el menú especial para Shabat. Para ese
entonces, yo había logrado una lista de 'clientes' estables, de
familias judías que dependían de mí. Las calderas, en particular,
demandaban una atención permanente durante los inviernos helados de
Brooklyn. Me estremezco recordando los vientos brutalmente fríos que
soplaban desde el este. Las ansias subían a medida que pensaba en las
comidas caseras calientes que yo traería a casa esa noche después de
que mis rondas de Shabat terminaran. Gracias a mí, toda mi familia se
había convertido en adicta a la pastelería judía. ¿Yo? Todavía soy
adicto a la torta marmolada, la jalvá y a las cremas de huevo.
Recuerdo como si fuera ayer cómo descubrí que los judíos eran las
personas más inteligentes en el mundo. Como verás, en nuestra casa
cubana a todos nosotros nos gustaban los extremos de los panes y, para
mantener la paz, mi padre siempre decidía quien los obtendría. Una
noche áspera de invierno fui recompensado por mis diligencias con un
pedazo caliente de jalá de Shabat (nosotros le decimos 'santa') y me
di cuenta de que ¡fui testigo de algo genial! ¿Quién más podría haber
inventado un pan que maravillosamente tuviera finales por todas partes
- y que alcanzara para cada uno de los integrantes de una familia nume-
rosa?.Había un aspecto 'Internacional' en mis años de adolescente en
Williamsburg. La familia Sternberg tenía dos hijos que habían luchado
en la Brigada Abraham Lincoln en España. Cada vez que nosotros
conseguíamos su atención, ellos nos hechizaban con cuentos de
aventuras arriesgadas que pasaron en la Guerra Civil Española. Estos
veteranos de guerra de aproximadamente 20 años de edad también nos
mostraron una nueva forma de pensar, que incluía ideas humanas tales
como 'De cada cual según su capacidad y a cada cual según su
necesidad'. En retrospectiva, esta exposición inocente a una filosofía
diferente fue el punto de partida de un viaje que también incorporaría
el concepto de Tzedaká en mi guía personal al mundo.
En la época a la que los historiadores más tarde llamarían la Gran
Depresión, un níquel era mucho dinero y su poder económico podía
comprar una nueva Spaldeen, el nombre local que le dábamos a una
pelota de goma rosada que en ese entonces era producida por la Empresa
Spalding.
La famosa Spaldeen era crucial en nuestros juegos infinitos de la
calle: pegarle con un palo como en el béisbol, con la mano contra la
pared o simplemente con los pies. Una tarde de verano nuestras
fantasías adolescentes convirtieron a nuestro barrio en un estadio
repleto, y a uno de nosotros en el bateador estrella, bateando una
pelota con efecto que ganó el campeonato. Realmente pensamos que
ganamos, lo juro.
Nuestros vecinos, mágicamente se transformaron en espectadores que
alentaban desde sus ventanas de color marrón, y fueron testigos de una
versión única de béisbol de las grandes ligas. Mi ocupación como Goy
de Shabat llegó a su fin luego de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de
1941. Me retiré del Colegio de Brooklyn al día siguiente y me uní al
ejército estadounidense. En junio de 1944, el cuerpo aéreo del
ejército me embarcó a casa después de volar sesenta misiones de
combate sobre Italia y los Balcanes. Yo estaba abrumado al enterarme
de que varios de mis amigos judíos y vecinos habían puesto un lugar
para mí en sus mesas cada Shabat a lo largo de toda mi ausencia,
incluyéndome también en sus rezos. ¡Qué mitzvot! Mi regreso a casa fue
acompañado por maravillosas invitaciones a cenar. ¿Puedes imaginarte
el efecto luego de 22 meses de raciones de comida del ejército?
(Yo había aprendido el significado de la amistad, de la lealtad, del
honor y del respeto.)
A medida que mi vida de post Segunda Guerra Mundial se desarrolló, la
naturaleza de la asociación que yo había tenido con las familias
judías durante mis años de formación se hizo más clara. Yo había
aprendido el significado de la amistad, la lealtad, el honor y el
respeto. Descubrí la obediencia sin el servilismo. Y la preocupación
por todos los seres vivos se había hecho tan natural en mi vida como
la respiración. El valor de una ética de trabajo fuerte, con
dedicación y sentido se hizo manifiesto. El amor por el estudio
floreció y comencé a fijar metas más altas para el desarrollo de mis
habilidades, y objetivos más elevados para futuras actividades y
sueños. Nada de esto fue el resultado de una educación formal; mi
escuela judía había sido la vecindad. Aprendí estas cosas, las absorbí
mejor dicho, por la asociación y los modelos a seguir, por haber hecho
siempre una pregunta curiosa, y a través de lo que los educadores
llaman ' el estudio incidental ' en el crisol de Williamsburg previo a
la Segunda Guerra Mundial. Parece ser que las enseñanzas más
importantes de la vida, se adquieren de esta manera.
Mientras el hogar cubano de mis padres me abrigó con un cálido e
íntimo afecto, y aseguró mi bienestar y mí autoestima, el grupo de
familias judías que conocí y ayudé en el Williamsburg de los años 1930
fue una tribu adoptiva que incitó mi rito adolescente de paso a la
adultez. Uno podría incluso decir que nosotros habíamos experimentado
una clase especial de Bar-Mitzvá. Yo no podía explicar entonces el
concepto de tikun olam, pero comprendí a medida que iba madurando cuan
bien fui orientado, a través de la experiencia judía, a vivirlo y
aplicarlo. Qué visión verdaderamente elevada de la vida te da el estar
motivado 'a reparar el mundo'.
En estos años de vejez cuando de vez en cuando le dicen a mi esposa
'Tu marido es un hombre divertido', soy consciente de que mi humor
tiene sus raíces en el teatro idish de la Segunda Avenida, los
comediantes judíos en los hoteles de verano, y sus muchos imitadores.
Y, cuando discuto sobre temas de derechos humanos o civiles y soy
advertido de exponer demasiado fervor, recuerdo como la jutzpá primero
floreció sobre las aceras de Williamsburg, compitiendo por avellanas
con fuertes niños que llevan peyes y kipot. A lo largo del camino
jugué ajedrez y frontón, aprendí a practicar la esgrima, a escuchar a
Rimsky-Korsakov, comí castañas tostadas, leí a Maimónides y estudié
también a Saúl Alinsky.
Estoy absolutamente agradecido por haber tenido la oportunidad de ser
un Goy de Shabat.

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