lunes, 18 de octubre de 2010

Líbano: termómetro de la crisis en Oriente Medio



Por George Chaya

Aunque sus actores locales y externos parezcan nuevos, la escena política libanesa mantiene sus parámetros históricos de los viejos tiempos, los mismos vicios, igual hipocresía y la añeja corrupción dirigencial. Poco o nada ha cambiado en los ultimos 30 años en el tablero político del atormentado Líbano. El viejo papel de Yasser Arafat hoy es representado por Hassan Nasrallah, el estado ilegal dentro del Estado que en los ‘70 instrumentó la OLP con ayuda del régimen sirio, hoy es desarrollado por Hezbolá con el soporte de Irán. En consecuencia, el panorama resultante es un país al límite de una confrontación sectaria cuya escalada es impredecible puesto que le ha tocado (desde siempre) ser la moneda de cambio en el choque y la confrontación entre Occidente y el fundamentalismo islámico.

El futuro del Líbano es poco alentador, su crisis es eterna y su destino ha quedado inexorablemente ligado a una situación que debió serle totalmente ajena (el conflicto palestino-israelí) pero que las energías islamistas han decidido que no fuera así. Las esperanzas que emergieron con la elección del joven Saad Hariri como Primer Ministro, pronto se desplomaron cuando éste decidió claudicar y entregar la sangre de su padre a los dinosaurios regionales. El ex PM Rafik Hariri fue asesinado con 1000 kilogramos de explosivos junto a 22 personas el día de San Valentín del año 2005 en lo que configuro el peor magnicidio que haya tenido lugar en el país de los Cedros luego de los asesinatos de los Presidentes Bachir Gemayel (1982) y Rene Mouawad (1988), y este crimen hoy es investigado por un Tribunal Internacional patrocinado por Naciones Unidas, aunque es poco posible que se llegue al esclarecimiento y la verdad dada la politización de la investigación.

El culto y pequeño Líbano ha sido siempre un termómetro (del mundo) en materia del conflicto regional. La guerra civil de los años 1975-1990, fue en muchos aspectos el elemento precursor (aunque pocos tomaron nota de ello en Occidente) de la guerra actual contra el terrorismo radical yihadista ya que muchos de sus actores mutaron del viejo nacionalismo árabe a encarnar los movimientos radicales de hoy.

Mas allá del fracaso del nacionalismo árabe secular (nasserismo) de la etapa posterior a la II Guerra Mundial donde una gran mayoría de los musulmanes libaneses se colocaron del lado de la resistencia palestina (OLP) contra el Estado libanés, lo cual permitió el abandono de los ciudadanos libaneses del sur y de la soberanía del Estado en beneficio de Arafat, y más tarde de Hezbolá. En la década de 1970 los musulmanes del Líbano impugnaron los fundamentos mismos de la Constitución libanesa y al propio Estado libanés, estimulando así la brecha entre Islam y Cristianismo, modernidad y tradición, entre panarabismo y nacionalismo libanés, en definitiva, entre todo aquello que se englobaba en el llamado "Pacto Nacional" de 1943. Este escritor fue testigo de las manifestaciones en Beirut pidiendo la abolición de la materia "formación cívica" en la educación primaria donde se enseñaba a los alumnos el funcionamiento interno de la Constitución libanesa y el proceso político dentro del país. Lo mismo en cuanto a la arabización de programas de estudios en la educación secundaria, donde la demanda era abolir el aprendizaje de idiomas extranjeros (francés e ingles) e instaurar la enseñanza de la religión islámica en las escuelas públicas e incluso en las escuelas privadas cristianas. Luego, la aparición de partidos políticos que fueron ostensiblemente religiosos en su diseño e ideología como el movimiento chiíta Amal (Esperanza) cuya escisión posterior dio lugar al nacimiento de Hezbolá (partido de Dios) llevaron adelante el pretexto de la reivindicación de derechos de los cuales los chiítas libaneses todavía afirman ser despojados y víctimas, a pesar de que se han convertido en la comunidad más rica y políticamente mas poderosa dado el incremento y flujo de fondos provenientes de Irán. Todos estos desafíos culturales y políticos fueron efectuados por los musulmanes en Líbano mucho antes de la intervención de Siria en el país y configuraron los primeros signos del fundamentalismo islámico y un reto para el panarabismo secular de mitad Siglo XX.

En su momento, Occidente se negó a ver la guerra del Líbano desde una perspectiva (que era la real) cuando los cristianos trataron de convencer a la prensa liberal y progresista Occidental que la suya era una causa de supervivencia y no de un Líbano dominado por cristianos, no de una forma conservadora religiosa cristiana del país ni de una dictadura cristiana oprimiendo a los musulmanes, pues muchos en Occidente percibían el conflicto de esa manera para finales de los años ‘60 y principios de los ‘70, pero los cristianos no lograron la comprensión Occidental sobre la causa y necesidad de defender un modelo de país secular contra la manifestación de los primeros síntomas del islamismo radical. Así, los cristianos del Líbano perdieron la guerra en los medios de comunicación, decenas de miles fueron masacrados y otros marcharon al exilio. El resultado de aquella derrota y sus consecuencias es de lo que somos testigos en la crisis actual en Oriente Medio y en el Líbano de hoy. En aquellos días, la ocupación Siria fue avalada por Occidente y se extendió por tres décadas, se instrumento el denominado Acuerdo de Taif que debilitó el poder del Presidente cristiano en beneficio del Primer Ministro sunita y del Vocero chiíta del Parlamento (que hoy ostenta el título de "Presidente del Parlamento”) para subrayar aún más la igualdad entre las tres comunidades, pero ello fue destacado en la política interna como una gran victoria de los musulmanes sobre los cristianos generando un cambio radical en Líbano. El país paso de ser una democracia liberal, inclusiva y pluralista, con inclinación a la prosperidad del libre mercado, conducido con ideales democraticos entre los años 1920 hasta 1970, a un Estado policial, devastado económicamente y ocupado militarmente en el que los arabo-islamistas marcaron las reglas desde la década del ‘70 hasta la fecha. El escenario es de simple comprensión, todo lo que uno tiene que hacer es comparar y contrastar el bienestar del Líbano (económico y liberal) durante el período 1920-1970. Y evaluar lo sucedido desde 1975 hasta 2010 para ver la destrucción causada por la victoria de los islamo-árabes sobre los libaneses cristianos, drusos y musulmanes.

La historia es infalible y los hechos así lo demuestran. Desde tiempos inmemoriales todos los conflictos internacionales y regionales han replicado en la escena libanesa. Es así que en Líbano desde el año 1800 hasta el presente se pueden apreciar tres periodos históricos que se repiten con extraordinaria similitud por complejas razones que tienen que ver con la relación religión y gobierno. A saber:

a) El primer periodo se inició con la invasión egipcia de 1820 y en plena debacle de Occidente por la evacuación de las fuerzas francesas de Egipto. Líbano fue arrojado a un período de 20 años de guerra civil en la que los líderes del país, en ese momento el Príncipe Bashir Shehab II y las familias feudales, se aliaron con los ocupantes egipcios contra su propio pueblo. Luego, con el aumento y el empuje de Europa sobre el Imperio Otomano, Líbano fue llevado en varias direcciones contrapuestas donde se vivieron disturbios civiles incluyendo “pogromos contra cristianos y judíos” a manos de los musulmanes, ello se conoció como la inestabilidad política de los años 1840/1860. En 1861, Occidente, representado en aquel momento por cinco potencias europeas: Francia, Inglaterra, Prusia (Alemania), Rusia y el Imperio Austro-Húngaro, intervino directamente para estabilizar el país y las tropas otomanas fueron evacuadas, aunque el actual Líbano todavía dependía de Estambul a través de un Gobernador General (Mutasarrif) que debía ser cristiano (una concesión irrelevante de las potencias europeas), pero la hegemonía Otomana continuo desde 1860 a 1914. Finalmente, la intervención de Occidente (Europa) contra el régimen ocupante otomano-egipcio llevó estabilidad y prosperidad temporaria.

b) El segundo periodo se inicio en 1914 con el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Tan pronto como la guerra fue declarada contra el Imperio Otomano (aliado de Alemania), Estambul abolió el estatuto de autonomía de los libaneses (Mutasarifiyah) y volvió a ocupar brutalmente el Líbano iniciando 4 años de hambruna y ejecuciones de intelectuales y nacionalistas libaneses cristianos y musulmanes, esta devastación llevó a una de las mayores oleadas de migración a las Américas donde casi un tercio de la población emigró y otra tercera parte pereció por enfermedades y hambre. Cuando los otomanos fueron derrotados en 1918 y luego de la Conferencia de Paz de París en 1919, Líbano nació a una suerte de modernidad y fue colocado bajo mandato de la Liga de las Naciones al igual que gran parte de la región, el país emergió así a una nueva etapa luego de 400 años de ocupación Otomana. Fue allí donde el Líbano se convirtió en un país próspero, democrático y liberal y al librarse del mandato francés en 1943 se convirtió en Republica independiente, lo cual le permitió prosperar por unos 30 años. Líbano instrumento una Constitución cuando muchos de sus vecinos árabes actuales ni siquiera existían como Estados-nación, desarrolló una economía muy próspera basada en el turismo, los servicios y la banca, y lo más importante: se colocó al margen del conflicto árabe-israelí (con excepción de breves hostilidades con Israel en 1949). Todo este período se caracterizó por un predominio de la comunidad cristiana que marcó las pautas para las perspectivas de un país libre, soberano e independiente, sin ningún tipo de exclusión o dominación sobre los libaneses musulmanes, algo de lo que se acusa infundadamente a los cristianos. Este ciclo histórico es ineludible para efectuar consideraciones acertadas de la crisis del Líbano de hoy.

c) El tercer periodo se inició en la década de 1960 con el surgimiento de los movimientos guerrilleros palestinos y su asentamiento en Líbano después de su expulsión de los países árabes, ello condujo a la desestabilización del Líbano y su caída fuera de la órbita internacional occidental a manos de energías arabo-islámicas. En la guerra de 1975-1990 los movimientos terroristas y de guerrilla de los refugiados palestinos fueron utilizados por la comunidad musulmana impulsados por la recién nacida dictadura siria de Haffez Al-Assad en detrimento del poder cristiano en el país. Con Occidente abandonando sus responsabilidades, el Líbano se redujo a una intromisión cada vez mayor de Siria seguida por la invasión militar de su régimen en 1976. Así, los desafíos mencionados anteriormente, planteados por la comunidad musulmana libanesa contra la Constitución del país y el status quo de la neutralidad del Líbano comenzaron a prosperar para desgracia de los libaneses amantes de la paz. Los sirios lograron una alianza entre las milicias islamo-libanesas-arabistas palestinas formada por elementos palestinos de la OLP, la milicia sunita nasserista (Murabitoun), las milicias chiítas (Amal y Hezbolá), los drusos del Partido Socialista Progresista (Hezeb-Al Eshtirake), el Partido Nacional Socialista Sirio, el Partido Baath y las brigadas musulmanas desertoras del ejército libanés (Ahmad), todos se unieron en el llamado “Movimiento Nacional”. Este movimiento fue utilizado por los Primeros Ministros suníes del Líbano para sabotear todos los esfuerzos del presidente libanés maronita para frenar la OLP y restaurar la soberanía del Estado sobre su territorio y sus asuntos internos. En suma, se trataba de un esfuerzo anti-occidental de desestabilizar el Líbano que “lo lanzo de cabeza” al conflicto palestino-israelí forzado por potencias regionales como Irán y Siria. Así se logro abolir la neutralidad del Líbano en los conflictos regionales y con el surgimiento de Hezbolá en la escena política y militar en 1982 se desalojo toda influencia Occidental por medio de secuestros y asesinatos de embajadores occidentales y por el bombardeo sobre estadounidenses y franceses de la fuerza multinacional que llegó en 1982 para ayudar al Líbano. Las masacres, el asedio armado sobre los civiles, los bombardeos indiscriminados sobre los barrios de Beirut por el ejército sirio (1978, 1981, 1989) acabaron forzando la caída del gobierno en octubre de 1990 y fortalecieron los intentos (de hoy) por parte de Hezbolá para arrastrar el Líbano mas aún al conflicto palestino-israelí, “un conflicto que jamás fue libanés”, salvo para los arabo-islamistas.

Todo esto se llevo a cabo bajo la atenta mirada de un Occidente que se negó a aceptar y hacer frente al avance del islamismo radical, hasta que comprendió de qué iba la cosa el fatídico 11 de septiembre 2001. El Líbano fue abandonado y entregado a los sirios por Europa y EE.UU. (en los ’90 por el presidente George Bush padre y hoy por el presidente Barak Obama). Aun así, pocos alcanzan a comprender que si ello no hubiera sucedido, Occidente no tendría las dificultades que tiene hoy para estabilizar la región contra el difícil problema que representa Hezbolá, Hamas e Irán. Si Occidente hubiera intervenido con firmeza al principio de la crisis del Líbano, la situación no se habría convertido en la pesadilla que es hoy. No tengo dudas que el 11 de septiembre no hubiera ocurrido si el presidente Reagan se hubiera mantenido firme en Beirut y no hubiera abandonado la escena por recomendación de algunos de sus asesores de tendencia arabista dentro del Departamento de Estado que recomendaron el repliegue de las tropas del Líbano tras el ataque suicida de Hezbolá donde murieron 241 soldados estadounidenses y 58 paracaidistas franceses en 1983)

Ya en el presente, la vista del presidente iraní Mahmud Ahmadinejad al Líbano muestra claramente que el país es cada vez más relevante -negativamente, por supuesto- en el escenario regional y que requiere de la atención Occidental y ello es algo que probablemente se traduzca en beneficio de la confrontación entre Occidente y el yihadismo radical. Es evidente e innegable que tal confrontación posee el potencial de elementos apocalípticos dado el avance y la proliferación de armas nucleares, por ello, una intervención de Occidente en Líbano se hace necesaria para debilitar el ascenso yihadista y ayudar al liderazgo musulmán moderado para volver a un pacto equilibrado con los cristianos y restaurar la neutralidad de un pequeño Estado diversamente constituido como es Líbano, a la vez que reforzaría el equilibrio de poder político entre las distintas comunidades abriendo la posibilidad de una nueva época de prosperidad y estabilidad que incluyan tratados de paz con sus vecinos Siria e Israel.

La tendencia del mundo actual, la globalización, la tecnología, el secularismo y fundamentalmente el deseo universal de los seres humanos de vivir en paz no serán derrotados por los fundamentalistas islámicos idealizando tradiciones del siglo VII. El fundamentalismo, independientemente de lo mucho que se escucha sobre “la ideología islamista” no podrá afianzarse en la calle árabe, ni cuenta con la mínima posibilidad de éxito en estos tiempos donde todas las religiones están en retroceso ante los avances de la ciencia y la tecnología, excepto cuando se impone por la fuerza, lo que en sí mismo es una receta autodestructiva. La mayor amenaza que representa el fundamentalismo islámico, no es el atractivo de su ideología en los pueblos árabes, es el uso inescrupuloso del terrorismo como arma destructiva y no menos peligrosa, es su búsqueda de armas tácticas para imponerse en el mundo. Por lo tanto, la batalla que algunos en Occidente quieren librar como sustituto de la batalla militar, es decir la guerra por ganar los corazones y las mentes de los musulmanes en todo el mundo se ha convertido en una batalla inútil: “porque las personas comunes, incluyendo la gran mayoría de los musulmanes no quieren vivir bajo un régimen fundamentalista; todos sabemos que si a la gente promedio se le da opción, nunca elegiría vivir en el atraso, sino que escogería la modernidad”. La verdadera batalla es, por desgracia, fundamentalmente militar más que una elaboración ideológica o económica para seducir a los ciudadanos árabes con otros elementos.

Mientras los fundamentalistas islámicos tengan la capacidad operativa para destruir, asesinar y ejecutar masacres como las del 11-S, Londres, Buenos Aires, Atocha o Bombay, hay de que “preocuparse y ocuparse” en el futuro. Pero si la batalla contra estas fuerzas de la violencia y el crimen se libra desde donde debe ser librada, la victoria de la libertad, la democracia y la preservación de vidas inocentes estará ganada.

En cuanto al efecto de cambios en Líbano, y si la historia sirve de guía para evaluar sus posibilidades de éxito a futuro, el resultado a esperar del actual choque es el de una victoria de Occidente y la posibilidad de un período de estabilidad, aunque para que ello suceda, la batalla en favor de llegar a ese escenario será larga, dolorosa y difícil.

En otras palabras, nada cambió en la región por los últimos 30 años desde que la ideología islamista radical apareció con ímpetu para asfixiar libertades. Lo único que ha avanzado peligrosamente han sido los grupos y regimenes exponentes de esa ideología cuyos objetivos ya no solo son políticos-religiosos, sino que manifiestan su ferviente deseo por obtener poderío nuclear. Y si obtuvieran tal poder, todas las apuestas indican que utilizaran esa capacidad. Así que no solo Israel y los árabes socios de Occidente, sino todo el mundo, prepárense.


Diario de América

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