lunes, 31 de diciembre de 2012

El descenso a los infiernos

George Chaya. El día después y el proceso de transición que se abra tras la caída de Bachar al Asad se ha convertido en una carrera contra el tiempo. Muchos partidarios de una Siria pluralista y democrática muestran sus temores. En Washington y Estambul, el principal grupo opositor organizó una estructura provisional para dirigir el país hasta que pueda tomar el poder un gobierno salido de las urnas. Pero incluso quienes trabajan en esos planes dudan de las posibilidades de éxito y aplicación en la era post-Asad, dado el nivel de descontrol y caos actual. El peor escenario es que los suníes provoquen un baño de sangre sectario para ajustar cuentas con los alauíes y que los extremistas islamistas que combaten con los rebeldes ganen poder ilimitado. Lo que necesitará la oposición es trabajar con el sector moderado del Ejército Libre de Siria y con líderes políticos nacionales en el exilio para crear una organización de liderazgo fuerte y unificadora. Si ello no sucede, la oposición cometerá un error estratégico de gran magnitud. Todo lo que ha hecho hasta ahora ha tenido un efecto insignificante en el conflicto y los planes para ganar las mentes y los corazones de los sirios el día después de Asad no parecen seducir a los grupos satélites de Al Qaeda, que sueñan con instalar en Siria la cabeza de playa del gran Califato que propugnan en la región. Lo cierto es que en Siria la gente no está pensando en el día después. Está pensando en el hoy y cómo seguir vivo mañana. La confusión es mucha. Incluso los grupos seculares que reconocen a los yihadistas como una amenaza potencial para ellos, hoy dicen que son las únicas personas que los han ayudado. No hay mucho tiempo para demostrarle a los sirios que la comunidad internacional estaba con ellos cuando más lo necesitaban. La élite política del mundo libre debe abordar con urgencia la situación; la cifra de civiles muertos ha trepado a niveles escandalosos, por lo que hay aspectos legales que deberán ponerse en marcha. El apoyo tendrá que ir más allá de la ayuda humanitaria. Pero sin un mandato internacional de la ONU, no tiene ninguna base seria ayudar o interactuar con los rebeldes, como hoy está sucediendo. Aunque el mundo en su mayoría piensa que Asad debe irse, nadie ha hecho mucho en favor de esa idea. Sin respaldo legal suficiente, la comunidad internacional dejó claro que considera que intervenir militarmente sobre el terreno empeoraría las cosas. La única línea roja que podría provocar una intervención, según ha dicho el presidente Obama, es el uso de armas químicas por parte del régimen y los esfuerzos por guiar a Siria a un futuro democrático no se han plasmado positivamente por la disparidad de ideas entre grupos sirios en el exilio. La oposición trató de imitar los modelos de Suráfrica y Túnez, cuyas nuevas constituciones incorporaron normas legales más transparentes e incluyentes que en Egipto e Irak. Pero no hubo consenso. La transición será difícil. Cada pueblo y cada ciudad va a tener que tratar con personas que apoyaron el régimen y cometieron crímenes. Nadie podrá controlar a la gente en todos esos lugares ni decirle qué debe hacer. Todo hace pensar en una improbable transición pacífica, a pesar de la insustentada visión de EE UU y sus aliados europeos. Washington y Bruselas no podrán contener el caos que tratan de evitar. Elementos armados, incluidos yihadistas, ya identifican a Israel como el nuevo enemigo a batir después de acabar con el régimen.