viernes, 28 de diciembre de 2012
Percepciones de la Parashá
Percepciones de la Parashá
por
Rab Yaakov Hillel
Rosh Yeshivat Ahavat Shalom
Parashat Vayejí
Por encima de la naturaleza
“Y Yaakov vivió en la tierra de Egipto durante diecisiete años” (Bereshit 47:28).
Rashí cita a los Sabios (Bereshit Rabá 96:1): “¿Por qué esta parashá es ‘cerrada’ (setumá)? Porque a partir del momento que nuestro patriarca Yaakov falleció, los ojos y los corazones de Israel se cerraron a causa del sufrimiento de la esclavitud que ellos [los egipcios] le infligieron”.
¿Por qué está parashá es llamada setumá, cerrada y oculta?
Un Séfer Torá está dividido en secciones llamadas parshiyot. Si una parashá comienza en un renglón nuevo, recibe el nombre de parashá petujá, que literalmente significa “parashá abierta”. Si una parashá empieza en medio de un renglón, tras un espacio de nueve letras, se llama parashá setumá, que se traduce como “parashá cerrada” (Shulján Aruj, Yoré Deá 275:1). Aunque Vayejí es una parashá en sí misma, comienza en la mitad de un renglón, sin dejar espacio alguno que la separe del final de la parashá anterior. Por eso es considerada una parashá completamente oculta y cerrada. Esta es la única parashá así en todo el Séfer Torá.
Késet haSofer (Parte 2, Vayejí) escribe que se acostumbra dejar un pequeño espacio, del tamaño de una letra, entre el final de Vayigash, que es la parashá anterior, y esta parashá.
También podemos sugerir una explicación diferente a la observación de los Sabios de que la parashá Vayejí está “cerrada y oculta”. La expresión parashá setumá también puede ser traducida como “asunto oscuro”.
En el Tanaj, la Biblia, la Nación de Israel es a veces designada como “Yaakov”, “Casa de Yaakov” o como “Hijos de Israel”, en referencia a nuestro ancestro, el patriarca Yaakov. Él, quien fue el padre de las doce tribus de Israel, representa al pueblo judío en su conjunto. Por ello, las palabras vayejí Yaakov, “y Yaakov vivió”, también pueden ser entendidas como una afirmación acerca de la vida de sus descendientes, especialmente durante el exilio.
A pesar de dos mil años de exilio, terribles sufrimientos y persecuciones, el Pueblo Judío continua existiendo a pesar de todos los pronósticos en contra, tanto individual como nacionalmente. ¿Cómo es posible que a pesar de tantos intentos por destruirnos no sólo estemos aquí, sino además florecemos y prosperamos? La razón de esto es que la existencia del Pueblo Judío ha sido siempre una parashá setumá, un fenómeno inexplicable, oculto de los ojos de cualquier observador. Cada aspecto de la sobrevivencia y existencia de nuestro pueblo en el exilio ha sido por encima de las leyes naturales. Tratemos de entender un poco más sobre este constante milagro oculto.
Los Sabios explican que cuando el Todopoderoso creó el mundo, lo estableció con un orden natural claramente definido, a través del cual Él actúa. Cada individuo nace con cierto mazal (constelación) y ese mazal juega un rol decisivo al determinar el destino de ese individuo (Shabat 56a).
Además, cada una de las setenta naciones del mundo tiene su propio ángel guardián (sar) en el Cielo. La distribución de la bendición divina designada para cada una de estas naciones no les llega directamente de Hashem, sino que es canalizada a cada nación por los mazalot través de su sar (véase Abarbanel, Maayané haYeshuá, Maayán Yud-alef, Tamar Bet, citando la opinión de Ibn Ezra y de Rambán; y Maaréjet haElokut, página 151b; véase también Ramjal, Dérej Hashem, Parte 2, capítulo 7).
Los Sabios nos dicen que el crecimiento y desarrollo de la vida de las plantas también es influenciada por las constelaciones. Cada brizna de hierba tiene su propio mazal en el Cielo, que la golpea y le dice: “¡Crece!” (Bereshit Rabá 10:6). Encontramos este concepto en Pérek Shirá, que es una compilación de versículos recitados por distintas creaturas como canto personal de alabanza al Todopoderoso. Cada ser vivo tiene su propia canción, a través de la cual se estimula la constelación que lo influencia para que atraer beneficio a su especie. El libro Néfesh haJaim explica que el ser humano tiene la capacidad de atraer beneficio divino a esas especies al recitar Pérek Shirá, porque él mismo contiene dentro de sí mismo las energías de todos los seres creados (Nefesh haJayim, Shaar Alef, capítulo 11, citando al Arizal en Likuté Torá, Vaetjanán).
El Pueblo Judío también está expuesto a la influencia de las constelaciones. Cada individuo tiene su propio mazal según el momento de su nacimiento (Shabat 156a). El mazal posee implicaciones muy serias, como explica el Arizal. Una ocasión, un rabino le dio a una mujer un amuleto para ayudarla a dar a luz antes de tiempo. Como resultado, el bebé nació con un mazal que no era el suyo. Esta intromisión fue considerada pecaminosa y el rabino responsable de ello fue con el Arizal a buscar expiación y rectificación (Shaar Ruaj haKódesh, Tikún Dalet, página 14a). Vale la pena mencionar que inducir el nacimiento de un bebé sin una razón médica válida y autorizada por una autoridad rabínica es algo problemático incluso en la actualidad.
Por otro lado, los Sabios nos dicen que el Pueblo Judío está por encima del mazal (Shabat 156a). Ya que el judío posee un alma que es Jélek Eloká miMaal (una entidad divina que desciende de los mundos superiores), goza de la capacidad de trascender la intervención de las constelaciones y recibe su porción de beneficio Divino directamente del Todopoderoso. Sin embargo, este privilegio depende de nuestros actos. Si depositamos nuestra fe en las leyes naturales, seremos tratados con base en criterios estrictamente naturales, como aprendemos en las maldiciones de la Torá: “Si caminas conmigo como por accidente, Yo también caminaré contigo como por accidente” (Vayikrá 26:23-24). Si vivimos como si los eventos y las circunstancias de la vida fueran simplemente coincidencias que surgen de condiciones naturales, el Todopoderoso nos abandonará a los caprichos de las coincidencias y la naturaleza. La Torá define esta eventualidad como una maldición.
Depende de nuestra decisión. Si tenemos el mérito, Hashem se relacionará con nosotros de una manera tal que no esté confinada al orden natural y a la influencia de la constelación en nuestro nacimiento. Podemos vivir de una manera que trascienda la naturaleza, creyendo plenamente en Hashem y venciendo nuestra inclinación al mal. Si nos adherimos al Todopoderoso y cumplimos Su voluntad, Él nos tratará acordemente, a grado tal que incluso si nacemos con un mazal desfavorable, éste puede ser alterado para bien, como sucedió al patriarca Abraham, cuya fe y confianza en el Todopoderoso no conoció límites. Hashem le dijo: “Ignora tus cálculos astrológicos” (véase Shabat 156a y Bereshit 15:5, con el comentario de Rashí). Según su mazal al nacer, Abraham no podía tener hijos, pero al adherirse a Hashem, trascendió la naturaleza y fue capaz de tener un hijo.
Mayor que el Mazal
La vida del patriarca Yaakov es una parashá setumá, al igual que la vida de sus descendientes. El sol, la luna y las estrellas son visibles al ojo humano y sus distintas influencias en el mundo son también visibles. En contraste, la supervivencia de la nación judía es incomprensible a la lógica humana. Nuestro destino es dirigido por la mano del Todopoderoso a través del Divino orden superior de las Sefirot, que rebasa la influencia de las constelaciones y el orden natural del mundo. Este trato especial a la nación judía no es la manera en la cual actúa el mazal y la naturaleza; está oculto de la mirada ordinaria de los mortales por un velo de eventos naturales.
Rambán explica que los milagros visibles que fueron hechos a nuestro pueblo nos enseñan a reconocer también los milagros ocultos. Esta creencia es la base de toda la Torá. Rambán escribe que una persona no tiene parte en Torat Moshé si no cree que todo en nuestras vidas –ya sea a escala individual o nacional– no surge de la naturaleza ni de la manera natural en la que opera el mundo. Si cumplimos los mandamientos de Hashem, seremos recompensados con éxito; si los violamos, seremos castigados. Estos eventos son decretos Divinos, no circunstancias naturales; dependen de la manera en la cual servimos a Hashem. Esta idea es obvia también para las naciones no judías, como aprendemos en la Torá: “Y todas las naciones dirán: ‘¿Por qué Hashem hizo esto con la Tierra…’? y dirán: ‘Porque abandonaron el pacto de Hashem, su D-os’” (Debarim 29:23-24). Incluso ellas reconocen que nuestro sufrimiento en el exilio es por nuestros pecados. Lo mismo aplica cuando sí cumplimos Su voluntad: “Y todas las naciones de la Tierra verán que el nombre de Hashem está en ustedes y les temerán” (Debarim 28:10). Ellas también reconocen que nuestra relación especial con D-os depende del cumplimiento de Sus mandamientos (Shemot 13:16).
Nuestros Sabios enseñan que “Una persona que evalúa sus actos en este mundo, merece ver la salvación de Hashem” (Sotá 5b). Al tomar conciencia de las múltiples circunstancias, oportunidades y tribulaciones que ocurren en nuestras vidas, incrementamos nuestra percepción de los continuos milagros y maravillas que Hashem hace por nosotros y de la intervención Divina que nos guía a cada paso. Las palabras de los Sabios nos enseñan a analizar los eventos que acontecen en nuestras vidas y nuestros propios actos, en vez de permitir que nuestras vidas se nos escurran sin siquiera darnos cuenta. Si damos todo por sentado e ignoramos el involucramiento de Hashem en nuestras vidas, podemos perder Sus regalos de milagros ocultos y la intervención personal Divina. Éstos estarán camuflados por los fenómenos naturales y los esfuerzos humanos, dejando que caminemos a tientas en la oscuridad.
S
iempre y en todo lugar
Cada día agradecemos a Hashem en el rezo de Shemoné Esré por “Tus milagros que están con nosotros cada día y por Tus maravillas que nos acompañan en todo momento”. Este es el secreto de nuestra supervivencia sobrenatural a través de todas las generaciones, a pesar de haber sufrido indecibles persecuciones. También en nuestra época podemos reconocer la excepcional intervención Divina a favor de Su pueblo. Por ejemplo, en años recientes cayeron sobre Éretz Israel miles de misiles diariamente, con un mínimo de fatalidades. ¿Cómo pudo haber sucedido esto, no sólo una vez, sino frecuentemente en clara oposición a las leyes de la probabilidad? La única y obvia respuesta es que Hashem protegió a Su pueblo y a Su tierra. Tristemente, los medios masivos de comunicación seculares describieron estos eventos milagrosos como “buena suerte”. Pero los milagros no son “buena suerte”; son ocasiones en los que se revela abiertamente la intervención Divina en nuestra nación y debemos reconocerla como tal.
Los milagros que Hashem nos concede no son exclusivamente en el frente de batalla, sino que están dentro nuestro propio hogar. Estamos rodeados de la corrupta cultura no judía que nos inunda. Estamos bombardeados por herejía, idolatría e inmoralidad que nos acosan desde cada nación de la tierra, desde el este hasta el oeste. Dondequiera que miremos desaparecen todos los límites de la decencia y del refinamiento moral. En vez de respeto, los padres y los maestros son objeto de burla y arrogante desprecio. Pese a las poderosas arremetidas de los estándares y conductas antitéticas a la Torá y la decencia elemental, los hijos que crecen en hogares de Torá se conservan modestos, educados, respetuosos, refinados y comprometidos con los valores de la Torá. Todo esto es también un milagro abierto, es la mano del Todopoderoso que nos guía y ayuda a educar a nuestros hijos en Su camino, para que continúen con las tradiciones de la Torá.
Otro ejemplo del éxito de nuestro pueblo es en el área financiera. Como las otras naciones rápidamente señalan, el porcentaje de judíos ricos excede por mucho su proporción en la población. Hashem otorga riqueza a nuestros hermanos para que puedan financiar Torá y Jésed, posibilitando a los estudiosos de la Torá proseguir sus estudios sagrados. Esto también va más allá del orden natural.
Fortaleza espiritual
Nuestro patriarca Yaakov fue el prototipo del estudioso de la Torá. Si la vida de la nación judía trasciende a la naturaleza, con mucha más razón la vida de los Sabios de la Torá que siguen en el camino de Yaakov. Ningún aspecto de la vida de un talmid jajam está limitado a las aptitudes naturales, ya sea en su estudio, en su cumplimiento de mitzvot o en sus esfuerzos para ganarse la vida (véase Avodá Zará 19b). Él puede aspirar a objetivos que van más allá de los medios naturales y, si tiene el mérito, podrá alcanzarlos. A lo largo de nuestra historia, nuestros Sabios han adquirido gran maestría en la Torá, tanto en vastos conocimientos como en profundidad. Establecieron Yeshivot, enseñaron a numerosos alumnos y publicaron importantes libros de Torá. En algunos casos, escribieron tanto que le llevaría a una persona toda su vida para simplemente copiar sus escritos. Muchos de ellos fueron rabinos de comunidades, intensamente ocupados en dirigir y velar por las necesidades de su gente. Y también eran seres humanos. ¿Cómo pudieron hacerlo? La única razón es porque sus logros no fueron naturales. Se les concedió una ayuda Divina excepcional para estudiar, enseñar, escribir y dirigir comunidades casi sin límite alguno.
Nuestros Sabios enseñan que no puede haber éxito en el estudio de la Torá sin esforzarse por ello: “Si alguien te dice: ‘Me esforcé y no encontré’, no le creas. [Si te dice:] ‘No me esforcé y encontré’, no le creas. [Si te dice:] ‘Me esforcé y encontré’, créele” (Meguilá 6b). Si no tratamos al máximo, no podemos tener expectativas de mucho. Sin embargo, la manera en la cual los Sabios escribieron nunca es incidental. ¿Por qué escribieron “Me esforcé y encontré” en vez de la frase más obvia de “Me esforcé y lo logré” o “Me esforcé y tuve éxito”? La palabra “encontré” (matzati) sugiere un beneficio inesperado, lo que llamamos metziá, un hallazgo. El éxito en el estudio de la Torá no depende exclusivamente del esfuerzo invertido, es una metziá, un hallazgo que viene a nosotros como don Divino y que excede enormemente a los esfuerzos invertidos (véase Ruaj Jaim a Abot 4:1; Maharal, Tiféret Yisrael, capítulo 3; Sefat Emet, Parashat Terumá, 5631).
Encontramos este principio en la vida del incomparable Rabí Akibá, uno de nuestros mayores tanaim. Akibá ben Yosef, un antiguo pastor, comenzó a estudiar Torá a la edad de cuarenta años. La Torá es tan amplia y su ignorancia era tan grande, que podemos preguntarnos: ¿qué opciones reales tenía de progresar en sus estudios de Torá?
Los Sabios lo explican con una parábola: un cantero comenzó a trabajar en una montaña, usando un pequeño martillo. Con cada golpe lograba mover algunas pocas piedras. Las personas que pasaban por allí le preguntaban: “¿Qué crees que haces allá arriba?”
“Voy a hacer que esta montaña caiga dentro del río Jordán”, les replicó.
Se rieron. “¿En verdad crees que puedes desplazar esta montaña con un martillo? Aunque sigas haciéndolo por años no podrás conseguirlo”.
Él los ignoró y continuó trabajando en ello, sin importar lo imposible que parecía lograrlo. Un día, después de haber picado la roca continuamente, el cantero descubrió que esa enorme montaña era simplemente una gran roca sostenida por bases muy frágiles. Subió a ella, rompió sus bases y la montaña rodó fácilmente dentro el río (Abot de Rabí Natán 6:2).
Cuando estudiamos Torá, somos como ese picapedrero, esperando desplazar enormes montañas con un pequeño martillo. Nos sentamos frente a nuestra Guemará, picando con los limitados medios que tenemos a nuestro alcance: nuestra mente, nuestras preguntas, respuestas y conocimientos. Nos parece que aunque tuviéramos mil años para estudiar no lo lograremos. Con esta parábola, los Sabios nos enseñan que sí es posible. Nuestros limitados esfuerzos nos darán resultados mucho más grandes que los que podemos alcanzar por nosotros mismos. Tendremos el mérito de recibir asistencia Divina y esa cima inalcanzable será solamente una roca que se desplaza con algunos golpes bien colocados.
Esta es la lección de la vida de Yaakov. Yaakov fue el “Hombre perfecto que habitaba en las tiendas del estudio de la Torá” (Bereshit 25:27, con el comentario de Rashí). Sus grandes logros, tanto en el estudio de Torá como en las otras áreas de la vida fueron “hallazgos”, regalos del Cielo que rebasaban los límites naturales. No podemos entenderlo en términos naturales, justo porque va más allá de la naturaleza.
Fortaleza física
Un dedicado estudioso de la Torá puede elevarse por encima de los límites ordinarios y de las capacidades naturales de su cuerpo. Descubrimos que los Sabios de la Torá que se dedican completamente al estudio pueden sobrevivir con lo mínimo necesario de comida, bebida y sueño, como los Sabios dicen: “¿De dónde sabemos que la Torá perdura sólo en aquél que se mata por ella? A partir del versículo: ‘Esta es la Torá: un hombre que muera dentro de la tienda…’”, refiriéndose a las tiendas del estudio de la Torá (Bamidbar 19:14 y Berajot 63b).
Todavía no se han hecho elogios a un importante rabino alabando su meticuloso cumplimiento del mandamiento “Y cuidarán bien sus vidas” (Debarim 4:15) y su excepcional cuidado en comer siguiendo una dieta balanceada y durmiendo todo lo que requiere. La Guemará relata que a varios de nuestros más grandes Sabios se les preguntó por qué habían merecido vivir vidas tan largas. Todas sus respuestas se centran en méritos espirituales, como el cuidado extremo que tenían en sus relaciones interpersonales y su cumplimiento meticuloso de mitzvot específicas. Ninguno sugirió que su longevidad se debía a una forma de vida saludable (Meguilá 27b, 28a). Hasta la actualidad, reverenciamos a nuestros líderes por su dedicación total a la Torá y a las mitzvot, a costa de las comodidades mundanas. ¿Cómo pueden sobrevivir con su estilo de vida tan exigente? La respuesta es que se les concede una bendición Divina especial que va más allá de las limitantes naturales.
Vemos este concepto en la explicación que Rabí Jayim de Volozhin hace de los “Diez milagros hechos a nuestros antepasados en el Bet haMikdash” (Ruaj Jaim a Abot 5:5).
La cita completa de la Mishná en Pirké Abot es: “Diez milagros eran hechos por nuestros antepasados en el Bet haMikdash: ninguna mujer jamás abortó por causa del olor de la carne de los sacrificios; la carne de los sacrificios nunca se echó a perder; ninguna mosca fue vista donde se sacrificaba la carne; el Kohén Gadol nunca tuvo una emisión seminal en Yom Kipur; las lluvias nunca extinguieron el fuego de la leña que ardía en el altar; el viento nunca desvió la columna de humo que ascendía de los sacrificios quemados; nunca hubo una invalidación del Omer, las dos hogazas de pan y el pan de la proposición (Léjem haPanim); se paraban apretados, pero con amplio espacio para prosternarse; ninguna serpiente o escorpión jamás dañó a nadie en Yerushaláyim y nadie jamás le digo a otro: ‘No tengo lugar para brindar hospedaje en Yerushaláyim’”.
Todo lo que sucedía en el Bet haMikdash tenía relación con la espiritualidad y conlleva lecciones profundas para la nación judía sobre cómo vencer la inclinación al mal, alcanzar fe y confianza plenas en Hashem y servirlo cumpliendo Sus mandamientos. Ahora bien, pareciera ser que esos diez milagros fueron solamente respecto de los sacrificios y no tenían relación directa con la fe de todo el pueblo. Entonces, ¿por qué los Sabios dijeron que eran hechos por “nuestros antepasados”?
El libro Ruaj Jaim explica que todos los diez milagros fueron en verdad para todo Israel para mostrarles que Hashem trata a aquellos que cumplen con Su voluntad de una manera que rebasa el orden natural. Si se dejasen las cosas a la naturaleza, las moscas inundarían la carne sacrificada, la lluvia apagaría el fuego del altar y así con cada uno de los otros milagros. De alguna manera, nada de eso sucedía, pues la existencia misma del Bet haMikdash estaba totalmente consagrada al servicio del Todopoderoso y al cumplimiento de Su voluntad. Bajo esos parámetros, la naturaleza y sus leyes eran irrelevantes.
Uno de esos milagros era que “ninguna mujer abortó por causa del olor de la carne de los sacrificios”. Lo más probable era que el olor de la carne asada, que estaba prohibida para el consumo personal, despertase los antojos de una mujer embarazada. La Halajá señala que los antojos no satisfechos de una mujer embarazada pueden ser riesgosos, a grado tal que en ciertas circunstancias se le permite comer alimentos que se le antojen, incluso en Yom Kipur. Pero la santidad del Bet haMikdash y los sacrificios era más poderosa que los antojos normales del
embarazo. Aunque esa carne estaba prohibida de comer, ningún daño sucedió jamás a ninguna mujer por causa de sus tentadores aromas.
La lección para todos nosotros es clara. El Ruaj Jaim señala que desde una perspectiva natural, el esfuerzo del estudio constante de Torá, combinado con una forma de vida austera, debería bastar para drenar nuestras energías: “El estudio de la Torá drena las energías del hombre” (Sanhedrín 26b). y aun así, no debemos argumentar que somos incapaces de estudiar para no poner en riesgo nuestra salud, pues así como el Bet haMikdash funcionaba mediante reglas más allá del orden natural, el estudio de Torá y la vida de los estudiosos de la Torá actúan siguiendo propias reglas sobrenaturales.
Milagros silenciosos
La prueba de este principio es Moshé Rabenu, el mayor sabio y maestro de Torá de todas las épocas. Estudió toda la Torá directamente del Todopoderoso y después la enseñó a todo el pueblo. Simultáneamente, era el único juez y autoridad halájica de una congregación compuesta de cientos de miles de personas, atendiéndolos de día a noche. Indudablemente el esfuerzo que invertía en ello era mayor a las capacidades físicas normales de cualquier ser humano. Sin embargo, Moshé continuaba incansablemente. “Y Moshé tenía ciento veinte años de edad cuando murió. Sus ojos no se opacaron y su energía nunca disminuyó”. Incluso su apariencia externa no cambió (Devarim 34:7, con el comentario de Rashí).
En cierto momento, Moshé tuvo una visita: su atento suegro Yitró, quien llegó de Midián y vio la situación desde una perspectiva normal. Le dijo a su yerno que esa situación era insostenible, diciéndole: “Seguramente te agotarás, tanto tú como la nación que está contigo, pues es demasiado difícil para que la manejes por ti mismo. No podrás hacerlo solo” (Shemot 18:18). Una vez que Yitró anunció públicamente que la rutina de Moshé era simplemente imposible acorde con cualquier estándar natural, algo cambió. A partir de entonces se necesitaría un milagro abierto para que Moshé prosiguiese enseñando a la gente como antes, pero los milagros no son cosa de todos los días. La asistencia especial Divina que había permitido a Moshé dirigir y enseñar a Israel totalmente por sí solo se disipó. Fueron nombrados oficiales para decenas, cientos y miles de personas y el pueblo judío perdió el milagro abierto del invaluable liderazgo de Moshé a toda la nación.
Véase Percepciones de la Parashá a Behalotejá para una discusión más completa de este tema.
El potencial de trascender los limitantes naturales existe para todo estudioso de la Torá en cada generación. El compromiso total con el estudio engendra un vigor que desafía la comprensión. Sin embargo, se requiere tener mucho cuidado. En todo lugar que hay un “Moshé”, también hay un “Yitró” que analiza la situación desde una perspectiva práctica basada en la experiencia y anunciando que sería imposible, a menos que sea un milagro. Sería mejor que estos “Yitros” bienintencionados se guardasen sus propias opiniones, pues “La bendición se encuentra en lo que está oculto al ojo” (Taanit 8b).
Si pensamos que necesitamos un milagro evidente, perderemos el don del milagro oculto. En cierta ocasión, un joven sensato y de mentalidad muy práctica de la Diáspora me consultó acerca de la posibilidad de ir a Israel a estudiar Torá de tiempo completo. Preguntó cuánto era lo que los abrejim de un kolel recibían normalmente de dinero. Al escuchar cuánto era, comenzó a calcular y rápidamente me dijo que es imposible vivir con esa ridícula cantidad de dinero, incluso humildemente.
Al escucharlo, me entristecí y le dije que una vez que ya había hecho todos los cálculos financieros, sí le sería imposible vivir de esa manera, a menos que le hicieran un milagro abierto, pero ¿cuántos de nosotros tenemos el mérito de experimentar uno? Cada estudioso de la Torá que sobrevive con un cheque del kolel sin pensar demasiado en cómo ese pequeño estipendio le alcanzará para satisfacer sus necesidades es un milagro silencioso y oculto. Ya que su manutención está “oculta del ojo”, recibe bendición Divina.
Nuestros Sabios nos dicen que “los cálculos son perjudiciales, incluso para el estudio de Torá” (Sanhedrín 26b). Ideas ambiciosas de lo que nos gustaría lograr en el estudio de la Torá, incluso si son mantenidas en privado, también pueden ser dañinas. La inclinación al mal se entrometerá y hará lo posible para detenernos: nos acosará con interrupciones, distracciones y emergencias de todo tipo para que nuestras intenciones no se cristalicen. Si es aplicable para algo privado como nuestros pensamientos, con mucha más razón para las palabras que emitimos. Mientras más silenciosos seamos acerca de nuestros planes y logros, habrá más éxito. Lo mismo aplica para nuestros asuntos financieros que se relacionan con el estudio de la Torá. Si dejamos de calcular abiertamente todas las cantidades y ver lo poco que son, abrimos las puertas a las bendiciones ocultas que están reservadas a aquellos que se dedican a la Torá.
Viviendo con milagros
Quizás una de las preguntas más frecuentes que la gente hace sobre los estudiantes de las Yeshivot y estudiosos de tiempo completo de la Torá es: “Y si no funciona, ¿de qué van a vivir?” Podemos responder que ellos son los verdaderos descendientes de Yaakov: así como Yaakov Abinu, su vida es también una parashá setumá. Tanto los estudiosos de la Torá a nivel individual como en general las instituciones de Torá viven con base en milagros que es difícil explicar. ¿Por qué y de qué manera pueden funcionar? Sólo porque es la voluntad de Hashem que lo sigan haciendo.
Rambam elucida claramente este concepto. Él explica por qué a la tribu de Leví no se le entregó tierra agrícola en Éretz Israel ni parte en los botines de guerra ni tampoco se les obligó a prestar servicio militar, como a las otras tribus. Su función era distinta de las otras tribus hermanas: “Estaban consagradas a adorar a Hashem, servirlo y enseñar Sus leyes y caminos a las multitudes”. Rambam prosigue diciendo: “Y no sólo la tribu de Leví, sino cualquier persona en el mundo” que decida dedicarse plenamente al servicio Divino, liberándose de todo cálculo mundano, es también santo y “Hashem será su porción para toda la eternidad y Él le dará lo que necesita en este mundo, como a los Kohanim y a los Leviim” (Hiljot Shemitá veYobel 13:12-13).
Nadie menos que Rambam señala explícitamente que Hashem prometió quitar la carga de las ocupaciones mundanas y las obligaciones financieras a aquél que se dedica de corazón completo a la Torá y que Él le proveerá todas sus necesidades. En palabras de los Sabios: “A quien acepta sobre sí mismo el yugo de la Torá será liberado del yugo del gobierno y del yugo del dérej éretz [ganarse el sustento] (Avot 3:5). Nosotros, sin embargo, estamos acostumbrados a la naturaleza y a la lógica, no a los milagros y lo encontramos difícil de entender. Para nosotros, la vida de Yaakov que “habitaba en las tiendas de la Torá” es una parashá setumá, oculta de la vista de nuestros propios ojos de carne y sangre.
Pero más aún: no sólo las instituciones de Torá y los estudiosos de Torá viven una existencia milagrosa, sino que ellos nos mantienen a nosotros, pues ellos son “El Arca que sostiene a sus portadores” (Sotá 35a; véase Kelí Yakar a Shemot 25:22), de la cual mana beneficio y bendición al mundo entero. Ellos no dependen del mundo para mantenerse, sino que el mundo depende de ellos.
¿Acaso nosotros entendemos cómo es así? No necesariamente y, no obstante, la bendición fluye de aquello que consideramos impráctico o improductivo. Para la persona ignorante, Shabat es un día desperdiciado que mejor sería ocuparlo en ganar un poco más de dinero, D-os no lo quiera. Pero en verdad el Shabat es la fuente de bendición para los esfuerzos de toda la semana. Lo mismo aplica a los estudiosos de la Torá que “no trabajan para ganarse la vida” y no parecen contribuir ni siquiera para su propio sustento. En realidad, es solamente gracias al mérito de ellos que nosotros disfrutamos de la riqueza material que nos permite mantener su estudio de Torá: “El mundo entero es sustentado por su mérito” (Berajot 17b).
La elección es nuestra. Podemos apoyarnos en el mazal y en las reglas de la naturaleza o podemos hacer uso de nuestro privilegio nacional. Somos los hijos de Hashem y Él nos dirige amorosamente de la mano, sin necesidad de intermediarios. Nuestras vidas también pueden convertirse en la parashá setumá implicada en las palabras vayejí Yaakov. Si confiamos en el Todopoderoso y le servimos, Él nos concederá una bendición ilimitada, por encima del orden natural. Si dedicamos nuestros recursos y esfuerzo al estudio de Su Torá, recibiremos grandes éxitos milagrosos en nuestras actividades materiales y espirituales.
Este ensayo contiene dibré Torá.
Por favor trátelo con el debido respeto.