lunes, 23 de septiembre de 2013

El desafío del sionismo religioso

El desafío del sionismo religioso Israel entre Tierra y Estado NUEVA SION La decisión del gobierno de Israel de reanudar las conversaciones de paz con el gobierno palestino a fin de intentar poner fin al sangriento conflicto entre ambos pueblos expone nuevamente la polémica relación entre religión y estado en Israel, una problemática que divide al país entre aquellos que creen en el Estado de Israel y aquellos que veneran a la Tierra de Israel colocando los principios religiosos por encima de los intereses nacionales, civiles, democráticos y políticos del Pueblo Judío. Por Daniel Alaluf Si bien la creación del Estado de Israel, a pesar de sus indiscutibles orígenes laicos, se vio entrelazada con el uso de la identidad religiosa a fin de obtener resultados políticos, la religión fue raramente un factor crucial en la política israelí durante las dos primeras décadas posteriores a la Independencia de Israel. Esta realidad comenzó a cambiar como resultado de la Guerra de los Seis Días en 1967, tras dos décadas en las cuales las relaciones entre la religión y el Estado se rigieron bajo el "status quo", un compromiso tácito basado en una carta enviada por David Ben Gurión en junio de 1947 a los líderes espirituales de Agudat Israel. El balance entre el Estado laico y el lugar que la religión ocuparía en el ámbito político inició una notable transformación a partir del fortalecimiento de un nuevo tipo de nacionalismo, el nacionalismo religioso. Los resultados de esta guerra, que cambiaron la realidad en Oriente Medio, fortalecieron al “sionismo religioso” en Israel y el discurso político local adoptó peligrosos elementos religiosos que lamentablemente han sido determinantes en el proceso de toma de decisiones trascendentales para el Estado. La creación de “Gush Emunim” (bloque creyente) en 1974, tras la Guerra de Iom Kipur, persiguió asegurar la permanencia israelí en Cisjordania por medio de asentamientos en estos territorios ocupados. Gush Emunim logró obtener el apoyo de los partidos religiosos y de los sectores nacionalistas, convirtiéndose en una peligrosa mezcla para cualquier democracia y adjudicándose un nuevo modelo de sionismo: patriota, civil y religioso. Este volátil modelo se afianzó hacia los años ’90, década en la cual este nacionalismo religioso, con características altamente fundamentalistas, comenzó a ser parte integral del discurso público y político israelí. Este tipo de nacionalismo es tomado por amplios sectores de la sociedad como el reemplazante de las expresiones seculares sionistas, tanto de derecha como de izquierda, convirtiendo muy equivocadamente a la religión en “la base de la legitimidad política del Estado de Israel”. ¿Tierra de Israel o el Estado de Israel? Durante las últimas cuatro décadas, la convergencia entre los intereses religiosos y la seguridad nacional ha sido un factor determinante en la política aplicada a los asentamientos en los territorios ocupados. Uno de los indicadores semánticos de esta confusa combinación es el uso constante en el discurso político de los grupos de derecha del término “Tierra de Israel” por sobre el “Estado de Israel”, siendo para estos grupos irracionales la voluntad divina el fundamento necesario para ser dueños de la tierra. La importancia atribuida a este concepto ha ido creciendo notablemente desde principios de los años ’90, llevando a que grupos nacionalistas religiosos, asentados principalmente en los territorios ocupados, se atrevan a desafiar desvergonzadamente a las leyes del Estado, poniendo en claro riesgo no sólo las relaciones del país con sus vecinos y la comunidad internacional sino también la tan preciada y frágil democracia israelí. La máxima expresión de este desafío a la ley y a la democracia fue el asesinato del primer ministro Itzjak Rabín cometido por un terrorista fundamentalista judío, quien declaró haber hecho este asesinato a fin de “proteger la Tierra de Israel”. Un nuevo desafío Tras observar y analizar brevemente el nacimiento y desarrollo de los sectores nacionalistas religiosos en el Estado de Israel, no debemos asombrarnos de las desproporcionadas e ilegales actitudes que puedan llegar a tomar los líderes políticos de este sector frente a la reciente decisión de reanudar las negociaciones o, en un futuro, cuando sea necesario desmantelar los asentamientos en Cisjordania y generar que los ciudadanos israelíes que allí viven retornen a los límites de Israel reconocidos internacionalmente. El uso de conceptos altamente irracionales y primitivos como “la voluntad de Dios” o “la Tierra de Israel del Mar Mediterráneo hasta el Río Jordán”, apoyados por las todopoderosas determinaciones y autorizaciones de los rabinos fascistas que guían ciegamente a gran parte de los séquitos de este peligroso sector político y religioso, demuestra nuevamente que para ellos el acatar las leyes del Estado de Israel no es un deber, las mismas son respetadas solamente cuando sus intereses sectoriales se ven beneficiados. La ley que rige a algunos de los líderes políticos israelíes que gobiernan los asentamientos en los territorios ocupados y el compromiso de los mismos con el Gobierno Nacional situado en Jerusalén parece ser muy diferente a aquella que guía a los líderes de las otras ciudades del país. ¿A alguien se le ocurre pensar que los intendentes de Tel Aviv, Kfar Saba o Beer Sheva se opongan a acatar una decisión de la Knesset? ¿Se permitiría acaso el intendente de Haifa no dejar entrar a su ciudad a inspectores nacionales? Las respuestas son más que obvias. Lamentablemente, a pocos kilómetros de Tel Aviv, más allá de la línea verde, el nacionalismo religioso adapta las leyes a sus necesidades, desafiando a todo líder que se interponga en sus intereses y demostrando nuevamente que en esta zona de Oriente Medio las leyes internacionales son sistemáticamente violadas. Con el correr de las décadas, los extremistas religiosos en Israel se han tornado más nacionalistas y los nacionalistas religiosos se han hecho más extremistas. El rol preponderante de los territorios ocupados en el futuro del Estado de Israel ha dado un lugar desproporcionadamente destacado al nacionalismo religioso. Los fundadores sionistas del Estado aspiraban a definir la identidad judía moderna en el marco de un estado democrático aceptado por el mundo; hoy en día, tras 65 años de Independencia, el país lucha aún por autodefinir qué tipo de Israel será: ¿Estado o Tierra? El nacionalismo religioso y sus implicancias actuales se encuentran en conflicto con las bases puras del Sionismo. Teodoro Herzl deseaba un hogar nacional judío no por motivos religiosos sino para que los judíos puedan vivir una vida normal. Quienes fundaron el Estado de Israel no buscaron legitimación bíblica para el mismo, persiguieron respaldo internacional a través de la política y la diplomacia. El conflicto árabe-israelí no podrá ser resuelto hasta que los límites geográficos, legales y éticos de Israel no sean determinados pura y exclusivamente por quienes creen y defienden al Estado democrático, laico y sionista. La fórmula pretendida por esta derecha nacionalista, que insta a dominar a millones de palestinos bajo su control y al mismo tiempo argumentar que Israel es la única democracia de la región, no será sostenible por muchos años más. Israel deberá decidir entre un estado democrático judío al lado de un estado Palestino, o entre un gran Estado Judío desde el Mediterráneo hasta el Río Jordán donde sólo una minoría de la población, la judía, tenga asegurada sus derechos civiles… un modelo que ha demostrado en el apartheid sudafricano ser poco ético y con pocos adeptos en la comunidad internacional. La sociedad israelí deberá decidir, entonces, entre un futuro de paz, democracia, seguridad relativa y prosperidad económica a cambio de los territorios ya perdidos o pretender seguir dominando por la fuerza esas tierras poniendo en riesgo el futuro del Estado judío.