lunes, 3 de diciembre de 2012

El Observador, Julio María Sanguinetti

El Observador, Julio María SanguinettiEl Estado PalestinoEscuchar este texto Si el mundo árabe hubiera aceptado la resolución de 1947, creando un estado judío y otro árabe, mucha sangre se hubiera ahorrado. La creación de un estado árabe palestino no puede sino emerger de una negociación en que reconozcan su derecho a existir Hay quienes fuimos desde siempre partidarios de la existencia de un Estado Palestino o Árabe o como quiera llamársele. El 29 de noviembre de 1947, Naciones Unidas no creó solamente a Israel sino también a ese otro Estado. Y el Uruguay fue actor protagónico en esa histórica decisión, luego de una larga campaña liderada por el Presidente Luis Batlle Berres y la destacada actuación que le correspondió a nuestra delegación, integrada por el Prof. Enrique Rodríguez Fabregat (Representante ante Naciones Unidas), el Prof. Oscar Secco Ellauri y el Ing. Edmundo Sisto. Desgraciadamente, como es bien sabido, los países árabes no aceptaron la resolución, declararon la guerra y dejaron sin solución a los miles de palestinos que vivían en ese territorio, muy dispersos y aún sin verdadera conciencia nacional. La mayoría de ellos, incluso, habitaban en Jordania. Es de llorar pensar en cuánta sangre y sufrimiento se habrían evitado de haberse acatado el histórico pronunciamiento de Naciones Unidas, que en nuestra visión sigue siendo la decisión política de mayor trascendencia de la comunidad internacional. El hecho es que, 65 años después, seguimos con la herida abierta y una guerra no definida que apenas, cada tanto, experimenta alguna tregua para continuar más tarde. El Acuerdo de Oslo estableció un mecanismo de negociación, pero bien vemos lo claudicante que es. Lo peor es que no se ve el horizonte cuando existen Estados, que integran Naciones Unidas, que sostienen como política explícita la desaparición de Israel y del pueblo judío, por el medio que sea. Posición que también sustenta Hamas —hoy gobierno en Gaza— en su propia carta orgánica y por la cual ha sido declarada organización terrorista por la Unión Europea, los Estados Unidos, Canadá y Japón. La mayoría de los países que hoy ardorosamente proclaman la necesidad de crear el Estado Palestino ignoraron —e ignoran olímpicamente— aquel rechazo original, que es aún la madre del conflicto. Ahora se han lanzado en Naciones Unidas a consagrar el estatus de “Estado observador” a Palestina, decisión que, paradójicamente también acompañaron muchos de los que reconocen que Hamas es terrorista. ¿Por qué esta decisión es un paso negativo? Porque la paz tiene que provenir de una negociación entre Israel y las autoridades palestinas, donde ambos se reconozcan explícitamente como Estados y resuelvan sus fronteras. Los palestinos quieren ser reconocidos como Estado; Israel quiere fronteras seguras y que pongan fin al reclamo de su territorio. Cuando a los palestinos se les reconoce el Estado sin condición alguna se está, justamente, concediendo graciosamente lo que debería ser uno de los términos de la negociación. La otra consideración fundamental es que se vota ese reconocimiento sin exigir el respeto a los códigos y principios del orden internacional. Si seguimos proclamando la “Guerra Santa” y la capitalidad musulmana de Jerusalem y la propiedad del territorio, simplemente se está cohonestando la barbarie. Tal es el despropósito que tampoco se toma en cuenta que Israel, en 2005, entregó unilateralmente Gaza que, en vez de haber sido una prenda de paz, ha servido hasta hoy como base de lanzamiento de misiles contra la sacrificada población israelita de la zona. Es elemental que se le reclame a ese “observador” que, así como se beneficia de la comunidad internacional, comulgue también con sus principios, respete a Israel y reconozca que no será por la violencia que alcanzará su reconocimiento pleno. Es muy hipócrita lamentar la violencia de ambas partes cuando no se reacciona antes, cuando se agrede a Israel ante el silencio de una organización internacional que ahora sí debiera asumir responsabilidad y hacerse cargo de una vigilancia estricta de la tregua pactada.No es lo mismo agredir que ser agredido. No es lo mismo ser un Estado democrático que una organización terrorista. En algún momento se tendrá que partir de estas bases fundamentales.