domingo, 2 de diciembre de 2012
La primavera árabe ha dado que hablar. Sacudió los cimientos de una estructura política atrofiada y precipitó la caída de varios gobiernos ilegítimos anclados al poder por largo tiempo. Pero ella no estuvo acompañada de otra revolución muy necesaria en el Oriente Medio: una primavera cultural que transforme nodalmente el paradigma del pensamiento árabe regional. Lamentablemente, las semillas de las cuales esos cambios podrán florecer no han sido todavía plantadas. Lo sucedido meses atrás al escritor argelino Boualem Sansal ejemplifica ello con alarmante claridad. Él es un escritor renombrado con una trayectoria profesional destacada. Estudió ingeniería en Argelia y economía en Francia, fue ejecutivo de empresa, consultor, académico e incluso oficial del gobierno. De ese puesto fue despedido por sus cuestionamientos a los programas educativos de su país, a los que veía saturados de nacionalismo e islamismo. Comenzó a escribir ensayos y novelas en 1999, a los cincuenta años de edad, y casi instantáneamente se convirtió en un referente literario. Desde entonces no paró; lleva escritos nueve libros en poco más de diez años. Sus textos fueron alabados en Europa principalmente, donde sus libros fueron traducidos. Sus elites lo colmaron de premios a su creatividad y, por sobre todo, a su valentía intelectual. “En su deseo de denunciar la injusticia, las mentiras y los dictados de todo tipo, de luchar contra la amnesia y el revisionismo histórico, pero también de recordar, nada parece poder frenar a Boualem Sansal” escribió sobre él Christine Rousseau en Le Monde. Acerca de su libro El Mujahid alemán, comentó Haaretz: “El Mujahid alemán lidia con la fina línea entre el poder destructivo esgrimido por el fundamentalismo islámico hoy y el poder de otro movimiento que dejó una marca indeleble en la historia: el nazismo ”. Sobre su obra Un trabajo no terminado, dijo Les Inrockuptibles: “Debe ser celebrado por su estructura virtuosa y por su preocupación por lo universal y por su coraje político”. Su última novela, La calle Darwin, fue premiada por Editions Gallimard a la mejor novela árabe del 2012. Israel lo convocó a participar del Tercer Festival Internacional de Escritores en Jerusalem como invitado de honor. Sansal aceptó y visitó el estado judío. Fue entonces cuando se desató la tormenta. Desde la Franja de Gaza, Hamas denunció al escritor argelino de haber cometido un “acto de traición contra el pueblo palestino”. En una nota publicada en la versión en inglés de Al-Akhbar, Najwan Darwish fundamentó sus objeciones de este modo: “[El festival literario] fue lanzado por Shimon Peres en 2008. Es apoyado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel e instituciones de la extrema derecha sionista. Es casi un festival promocional en ocasión de su ´Día de la Independencia´ y parte de la enorme campaña de propaganda organizada por la ocupación cada año el día de la Nakba”. Los veintidós diplomáticos de la Liga Árabe asentados en París, cuyas naciones han patrocinado el premio por los últimos tres años, anunciaron la cancelación de la ceremonia de entrega y que no darían al autor el monto de quince mil euros que acompaña a la distinción, en consonancia con las políticas de sus gobiernos que ven a Israel como un enemigo. La Argelia natal de Boualem Sansal se sumó al boicot. Editions Gallimard llevó adelante una pequeña ceremonia en junio donde confirió el premio literario al autor sin la dotación monetaria. El jurado aseguró que buscaría nuevos donantes. Entristecido, el escritor argelino dijo que las naciones árabes se habían encerrado en una prisión de intolerancia. El episodio confirmó de manera dramática una reflexión hecha unos años antes por el autor argelino, durante una entrevista con Le Nouvel Observateur, acerca de la cultura de su país: “Es el mismo discurso de odio, enseñado en nuestras escuelas y mezquitas, retransmitido y amplificado por la televisión y las oficinas de propaganda. [Sus ciudadanos] no sólo se sienten prisioneros de muros y de fronteras herméticas, sino también de un orden tenebroso y violento en el que ni siquiera hay lugar para los sueños”. Esta apreciación bien puede extenderse al resto de las naciones árabes. Con caridad podemos imaginar que la decisión árabe colectiva de este boicot cultural emergió del viejo orden regional, que todavía las nuevas elites no han podido iniciar una reingeniería social y educativa transformadora, atareadas como están en derrocar a los déspotas que los someten o en consolidarse políticamente en aquellos países donde sus revueltas ya han triunfado. Esperemos que así sea, y que todavía haya alguna esperanza de que una futura revolución cultural acontezca en el Medio Oriente. Pues sociedades que sabotean a sus librepensadores jamás podrán saborear los frutos de la plena libertad.
La primavera árabe ha dado que hablar. Sacudió los cimientos de una estructura política atrofiada y precipitó la caída de varios gobiernos ilegítimos anclados al poder por largo tiempo. Pero ella no estuvo acompañada de otra revolución muy necesaria en el Oriente Medio: una primavera cultural que transforme nodalmente el paradigma del pensamiento árabe regional. Lamentablemente, las semillas de las cuales esos cambios podrán florecer no han sido todavía plantadas.
Lo sucedido meses atrás al escritor argelino Boualem Sansal ejemplifica ello con alarmante claridad. Él es un escritor renombrado con una trayectoria profesional destacada. Estudió ingeniería en Argelia y economía en Francia, fue ejecutivo de empresa, consultor, académico e incluso oficial del gobierno. De ese puesto fue despedido por sus cuestionamientos a los programas educativos de su país, a los que veía saturados de nacionalismo e islamismo. Comenzó a escribir ensayos y novelas en 1999, a los cincuenta años de edad, y casi instantáneamente se convirtió en un referente literario. Desde entonces no paró; lleva escritos nueve libros en poco más de diez años. Sus textos fueron alabados en Europa principalmente, donde sus libros fueron traducidos. Sus elites lo colmaron de premios a su creatividad y, por sobre todo, a su valentía intelectual.
“En su deseo de denunciar la injusticia, las mentiras y los dictados de todo tipo, de luchar contra la amnesia y el revisionismo histórico, pero también de recordar, nada parece poder frenar a Boualem Sansal” escribió sobre él Christine Rousseau en Le Monde. Acerca de su libro El Mujahid alemán, comentó Haaretz: “El Mujahid alemán lidia con la fina línea entre el poder destructivo esgrimido por el fundamentalismo islámico hoy y el poder de otro movimiento que dejó una marca indeleble en la historia: el nazismo ”. Sobre su obra Un trabajo no terminado, dijo Les Inrockuptibles: “Debe ser celebrado por su estructura virtuosa y por su preocupación por lo universal y por su coraje político”. Su última novela, La calle Darwin, fue premiada por Editions Gallimard a la mejor novela árabe del 2012. Israel lo convocó a participar del Tercer Festival Internacional de Escritores en Jerusalem como invitado de honor. Sansal aceptó y visitó el estado judío. Fue entonces cuando se desató la tormenta.
Desde la Franja de Gaza, Hamas denunció al escritor argelino de haber cometido un “acto de traición contra el pueblo palestino”. En una nota publicada en la versión en inglés de Al-Akhbar, Najwan Darwish fundamentó sus objeciones de este modo: “[El festival literario] fue lanzado por Shimon Peres en 2008. Es apoyado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel e instituciones de la extrema derecha sionista. Es casi un festival promocional en ocasión de su ´Día de la Independencia´ y parte de la enorme campaña de propaganda organizada por la ocupación cada año el día de la Nakba”. Los veintidós diplomáticos de la Liga Árabe asentados en París, cuyas naciones han patrocinado el premio por los últimos tres años, anunciaron la cancelación de la ceremonia de entrega y que no darían al autor el monto de quince mil euros que acompaña a la distinción, en consonancia con las políticas de sus gobiernos que ven a Israel como un enemigo. La Argelia natal de Boualem Sansal se sumó al boicot. Editions Gallimard llevó adelante una pequeña ceremonia en junio donde confirió el premio literario al autor sin la dotación monetaria. El jurado aseguró que buscaría nuevos donantes. Entristecido, el escritor argelino dijo que las naciones árabes se habían encerrado en una prisión de intolerancia.
El episodio confirmó de manera dramática una reflexión hecha unos años antes por el autor argelino, durante una entrevista con Le Nouvel Observateur, acerca de la cultura de su país: “Es el mismo discurso de odio, enseñado en nuestras escuelas y mezquitas, retransmitido y amplificado por la televisión y las oficinas de propaganda. [Sus ciudadanos] no sólo se sienten prisioneros de muros y de fronteras herméticas, sino también de un orden tenebroso y violento en el que ni siquiera hay lugar para los sueños”. Esta apreciación bien puede extenderse al resto de las naciones árabes.
Con caridad podemos imaginar que la decisión árabe colectiva de este boicot cultural emergió del viejo orden regional, que todavía las nuevas elites no han podido iniciar una reingeniería social y educativa transformadora, atareadas como están en derrocar a los déspotas que los someten o en consolidarse políticamente en aquellos países donde sus revueltas ya han triunfado. Esperemos que así sea, y que todavía haya alguna esperanza de que una futura revolución cultural acontezca en el Medio Oriente. Pues sociedades que sabotean a sus librepensadores jamás podrán saborear los frutos de la plena libertad.