viernes, 19 de abril de 2013
Perasha Itro
EL CUIDADO DEL SHABAT MEJORA TODOS LOS DIAS DE LA SEMANA
El cuarto Dibur (Mandamiento) refiere al día de mayor santidad de la semana: “Seis días trabajarás, y realizarás todas tus tareas. Y el día séptimo, Shabat (será consagrado) para Hashem, tu D´s.
Nuestros Jajamim aseguraron que, al que disfruta del Shabat confome nos lo indica la Ley Judía, le otorgan del Cielo “una herencia espiritual sin límites”. Cabe la pregunta, de por qué le fue asignada una recompensa tan grande a la Mitzvá (precepto) de comer y beber abundantemente, la cual, además de fácil, resulta muy agradable y placentera. Es posible responder mencionando la forma en que se conducía Shamay (el gran Rab de la época del Talmud): Desde el primer día de la semana ya estaba pensando en el Shabat que vendrá. Cuando veía una buena carne, decía: “Ésta la voy a guardar para Shabat”, y así, cuando encontraba algo mejor, dejaba esto último para Shabat, y se servía de lo que había apartado antes.
Ahora se puede entender la pregunta anterior, porque cuando durante los días de la semana la persona aparta para Shabat todo lo bueno que encuentra, Hashem, en virtud de su esfuerzo, le otorga algo mejor aún, al día siguiente. Y, además de poder disfrutar cada día de lo que ya apartó para Shabat, a medida que transcurre la semana recibe más y mejores Bendiciones; una verdadera “herencia sin límites”.
Y por eso está escrito en el Pasuk de los Aséret Hadiberot (10 mandamientos): “Seis días trabajarás, y realizarás todas tus tareas. Y el día séptimo, Shabat…”Es decir: Que hagas todas las tareas de la semana pensando en el Shabat, para consagrarlo a Hashem Tu D´s.
Y este pensamiento se puede aplicar en sentido figurado, al dicho: “Haz tu Shabat (como un día de) la semana, y no necesites de los demás” (Este dicho alude a que es preferible que la persona se prive de ciertos lujos, y que el Shabat lo viva como un día de la semana, con tal de no pedir dádivas N. del R.). Cuando la persona “hace el Shabat la semana” (si todos lo días de la semana piensa en el Shabat), entonces “no necesitará de los demás”, porque Hashem lo proveerá, cada vez más y mejor, de lo que necesita.
(Ketab Sofer-Itró)
EL INIMAGINABLE VALOR DE UNA MITZVÁ
Rabí Bunam, el “Yehudí Hakadosh” MiPashija, se encontraba en medio de su clase de Guemará frente a sus alumnos. El tema y su desarrollo eran muy profundos, y el Rab siempre se esmeraba en dar la explicación correcta de las palabras de Talmud que exponía. Llegó un momento en el que el Rab se detuvo y se sumergió en su análisis. ¡Quien sabe cuántos tratados de Guemará y sus comentarios, pasaban en ese instante por su mente!
El silencio se hizo aún más prolongado. Por parte del Rab por un lado, con su vista clavada en los libros, y por parte de sus alumnos por el otro, que no querían interrumpir ni con murmullos las cavilaciones de tan eminente personaje.
Entretanto, uno de los jóvenes comenzó a inquietarse. “Estoy hambriento”, pensó. “Hace varias horas que no pruebo bocado, y al parecer, todavía falta un largo rato hasta que lleguemos a la casa”. Y luego se preguntó: “¿No será mejor que, mientras, aproveche para comer algo, y luego vuelvo a seguir estudiando con más fuerzas? ¡Esta situación tan incómoda no me permite concentrarme! Si ahora estoy molesto, ¿cómo estaré más tarde…?”
Convencido de estar tomando la mejor decisión, el joven estudiante se retiró sigilosamente y se encaminó hacia su casa.
Una vez allí, apuró un tentempié, y luego de unos minutos ya estaba tomando el camino de regreso a su mesa de estudios. Todavía no había traspuesto el umbral de su casa, cuando escucha a sus espaldas la voz de su madre.
-Hijo: Ya que estás aquí, ¿no me harías el favor de subir a la azotea para bajarme un fardo de heno? Los animales necesitan alimentarse, y cuando tú vengas será demasiado tarde…
-Pero mamá…Estoy en medio de la clase. Y si me demoro puedo llegar a perder la explicación del Rab…
-Sí, tienes razón, Debes volver a tu estudio. Discúlpame que traté de interrumpirte. Pero…Que puedo hacer. Yo necesito de ti –los ojos de la mujer se le llenaron de lágrimas -. A una viuda y anciana le resulta muy difícil arreglárselas sola.
El joven salió de su casa con el saludo de su madre aún en sus oídos.
Al principio caminó de prisa; no quería perderse la conclusión de su Rab. Luego de unos instantes, los pies empezaron a parecerle cada vez más pesados. Se quedó parado. Y ahora fue su cabeza la que se puso a trabajar:
“¡Un momento!”, se dijo. “Al fin y al cabo, ¿para qué estoy apurándome a ir a estudiar? ¿Cuál es la finalidad de todo el estudio de la Torá al cual me dirijo? ¿No es para saber más y más? ¿Y de qué sirven los conocimientos cuando no se los pone en práctica..?”
El corazón le dio un vuelco cuando tuvo la siguiente reflexión:
“Mi madre me pidió algo y no le obedecí. Sí, estudié mucha Torá, y entre las Mitzvot que aprendí fue la de honrar a mis padres, hasta sabérmelo de memoria…Pero cuando llegó el momento de cumplirlo…¿Qué hice? ¡La abandoné y no le hice caso! ¿Acaso para esto estudié las Leyes de la Torá..?”
Y al tiempo que giraba sobre sus talones, se respondió: “¡No! ¡Todo el objetivo del estudio de la Torá es poner en práctica lo que se aprende!
¡Mamá!¡Ahí voy!¡Tu pedido es una orden...!”
Entró raudamente a su casa; subió directamente a la azotea, y bajó sobre sus hombros el pesado fardo.
-Aquí tienes lo que me pediste – le dijo el hijo a su madre. Y con una avergonzada expresión agregó: - Y perdóname por no obedecerte inmediatamente, mamá…
En el rostro de la mujer se dibujó una sonrisa de real satisfacción.
- Al contrario, hijo mío – lo tranquilizó ella, mientras lo acariciaba cariñosamente-. Soy yo la que tiene que agradecerte. Pero…-se interrumpio
Ve. Ve rápido con tu Rab. Espero que no te hayas perdido nada de lo que tan ansioso estás de escuchar de él.
Con el corazón más calmado, el joven corrió hacia su clase de Torá, mientras balbucea agitado: “¡Hashem! ¡Haz que llegue a tiempo!!No quiero dejar de escuchar ninguna de las sabias palabras de mi maestro..!”
Tembloroso, abrió la puerta de la casa de estudios, y suspiró al comprobar que Rabí Bunam aún seguía sumido en su análisis. El ruido de la puerta distrajo al Rab, y éste levantó la vista de su libro. Cuando divisó al joven entrar, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa. Se incorporó de su asiento y se acercó al joven. Le puso la mano en su hombro y le dijo: -¿Sabes, acompañado de quien entraste aquí..?
El joven agachó su cabeza, sin entender si lo que le dijo el Rab era una observación o una reprimenda. Tampoco entendieron los demás alumnos: El único que se veía en la puerta era el joven que había entrado.
-Dime: ¿Qué gran Mitzvá has realizado recién?-quiso saber el Rab.
Y al ver que el joven seguía sin comprender, añadió: -Te diré que cuando entraste, vi que el alma de Abayé (uno de más grandes sabios del Talmud) venía a tu lado. Su presencia espiritual alumbró mi mente, y pude responder la tan difícil pregunta que tenía sobre la Guemará, y que me demandó tanto tiempo para dilucidarla. Entonces, dime, hijo: ¿Qué Mitzvá tan grandiosa hiciste, que tuviste el privilegio de ser acompañado por tan inmenso personaje?
El joven, tímidamente, comenzó a relatar los detalles de todo lo que pasó desde que se retiró de la casa de estudios.
- Me di cuenta que me equivoqué –reconoció-. Por eso volví a casa y obedecí a mi madre…
-¡Ah! –exclamó el Rab, dirigiéndose a los demás alumnos.-Está clarísimo.
¿Saben ustedes por qué Abayé acompañó a este joven Tzadik hasta aquí? Abayé era huérfano tanto de padre como de madre. Él jamás pudo cumplir la Mitzvá de honrar a sus padres, pues casi nació sin ellos. Por eso, desde que falleció, él acostumbra a acompañar (y a proteger con su santidad) a todo el que cumple cabalmente el quinto de los Aséret Hadiberot. Mi querido alumno –concluyó el Rab- no sólo logró una insuperable protección, sino que me ayudó a mí también a descifrar un problema de la Guemará…¿Todo gracias a la Mitzvá de Honrar y respetar a su madre!
(Ma-asehem Shel Tzadikim – Yitró)
(Extraido de Hamaor editorial Hamaor México tomo 2)