jueves, 5 de septiembre de 2013
Egipto: el choque de identidades
LA VANGUARDIA
Ilegalizar a los Hermanos Musulmanes sería echar gasolina al fuego y ampliar la fractura ideológica y social | Hay auténtico riesgo de que un Egipto sin control se hunda en una violencia de signo político
Como frecuente visitante de Egipto, nunca he visto el país tan profundamente polarizado en el plano ideológico, social y político como en la actualidad, tanto en sentido horizontal como vertical. La lucha actual enfrenta a los Hermanos Musulmanes y a sus aliados islamistas con el Gobierno apoyado por los militares y un segmento considerable de la población egipcia unida a los poderes rectores, en pleno aliento populista. El marco religioso de referencia se enfrenta a una identidad con siglos de antigüedad, de signo nacionalista y profundamente arraigada.
Esta lucha encarnizada por la hegemonía y la identidad futura del Estado egipcio se reviste de connotaciones culturales y existenciales. Ambos bandos luchan a vida o muerte, atrincherados en un enfrentamiento mortal que ya ha costado más de un millar de muertos, incluidos miembros de las fuerzas de seguridad, además de miles de heridos. El Gobierno egipcio ha reconocido una operación en la que acabó con la vida de 36 islamistas detenidos; al cabo de un par de días, veintitantos policías libres de servicio murieron a manos de hombres armados en la inestable península del Sinaí.
Según el Ministerio del Interior, los policías volvían de un permiso a la localidad fronteriza de Rafah, donde los activistas les hicieron bajar de dos minibuses y tumbarse en el suelo antes de tirotearles. Esta reciente carnicería constituye el episodio más violento de la historia moderna de Egipto y muestra un desgarramiento de su tejido social, una ruptura con el pasado. A diferencia de sus vecinos árabes, tales como Iraq y Siria, de historia empapada en sangre, Egipto es una de las sociedades menos violentas de Oriente Medio y los egipcios son el pueblo más amante de la paz. Pero se corre auténtico riesgo de que el baño de sangre dé lugar a más baños de sangre y de que un Egipto sin control se hunda en una violencia de signo político.
Ciertos indicios apuntan que el Gobierno apoyado por los militares seguirá imponiendo restricciones sobre los Hermanos Musulmanes, además de una amplia purga, de forma que puede llegar a prohibir la organización, que tiene 85 años de existencia. Su líder, Mohamed Badie, ha sido detenido en el marco de una campaña que incluye la detención de decenas de líderes de la cofradía y de más de un millar de seguidores (en su prolongado enfrentamiento con los Hermanos Musulmanes, incluso el régimen de Mubarak se abstuvo de detener al líder más destacado).
El primer ministro, Hazem el Beblaui, ha llegado a sugerir la ilegalización de los Hermanos Musulmanes y ha señalado: "No habrá reconciliación con quienes tienen las manos manchadas de sangre ni con quienes han vuelto sus armas contra el Estado y sus instituciones".
Una decisión en el sentido de la citada ilegalización tendría graves repercusiones sobre el futuro de Egipto. Supondría echar gasolina al fuego y ampliar la fractura ideológica y social ya existente. Representaría asestar un duro golpe a la frágil experiencia democrática registrada en Egipto y propinar un serio revés al proceso de institucionalización de la democracia. Los Hermanos Musulmanes tienen millones de partidarios y no pueden ser exterminados políticamente de un plumazo o un cañonazo. No habrá institucionalización de la democracia sin los Hermanos Musulmanes, el mayor y más antiguo movimiento islamista de base religiosa de Oriente Medio.
Además, una cofradía cuyos líderes están en prisión o viven en la clandestinidad podría tentar a sus jóvenes miembros a empuñar las armas contra el Estado y contra la sociedad, como se ha podido ver en las violentas acciones de represalia de seguidores de los Hermanos Musulmanes contra 21 comisarías de policía y decenas de iglesias coptas a las que han prendido fuego. A menos que se adopten medidas destinadas a mitigar la crisis, Egipto puede deslizarse hacia un baño de sangre y hacia una situación de perenne inestabilidad. Podemos enfrentarnos a una repetición de la insurgencia violenta observada en Egipto entre los años 1992 y 1998, con el resultado de miles de muertos y heridos.
Es menester dar prioridad al fin de las muertes y derramamiento de sangre para poder iniciar un proceso de recuperación y reconciliación, tarea compleja dada la intensa y creciente polarización y la ausencia de una tercera fuerza fiable y neutral. La comunidad internacional tiene un papel fundamental, aunque un grado excesivo de intervención por parte de las potencias occidentales envalentonaría a los elementos partidarios de la línea dura en el seno del aparato militar y de seguridad y les permitiría atizar los sentimientos hipernacionalistas. Más allá de la presión legal y moral que la comunidad internacional pudiera ejercer sobre las autoridades militares egipcias, resulta urgente proceder a un proceso de negociación para detener el deslizamiento del país a una confrontación total.
De todas las instancias de poder, la Unión Europea, junto con las Naciones Unidas, es la mejor preparada para ayudar al pueblo egipcio y salvar la brecha existente entre las dos partes en conflicto. A diferencia del caso de Estados Unidos, del que desconfían profundamente los egipcios de toda clase y condición por sus estrechos vínculos con los militares y gobernantes egipcios, la UE es vista como una instancia neutral y digna de crédito.
Aunque su misión anterior no logró conseguir un avance, la UE, en coordinación con las Naciones Unidas y Estados Unidos debe redoblar sus esfuerzos e influencia en el gobierno provisional en orden a la adopción de medidas concretas y de restauración de la confianza para desactivar la crisis, tales como la suspensión de detenciones de líderes de los Hermanos Musulmanes y la liberación de otros. Seguirían conversaciones políticas orientadas a las formas y los medios de garantizar a los islamistas que no serían excluidos de la participación en la hoja de ruta de la transición.
No existe garantía de éxito y sí una elevada probabilidad de fracaso. Sin embargo, la comunidad internacional no puede permitirse el lujo de permanecer pasiva ante el baño de sangre que ha tenido lugar en Egipto con los riesgos consiguientes para la estabilidad de la región y para la paz internacional.
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Traducción: José María Puig de la Bellacasa
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