jueves, 31 de marzo de 2016

EL CONFIDENCIAL, ESPAÑA

Los últimos seis judíos de Egipto


Hace tiempo que la menorá de la sinagoga Sha'ar Hashamayim dejó de tener velas encendidas. Ahora Samir -musulmán-, el 'hombre para todo' que cuida y mantiene limpio el templo, las enciende durante un momento para el visitante.

El resto del tiempo, la "Puerta del cielo", un imponente y mastodóntico edificio de color gris azulado en el centro del Cairo, permanece cerrado y vacío, incluso en Shabat. Apenas quedan ya judíos egipcios que enciendan las velas o lean las plegarias de la Torá en las sinagogas, muchas de las cuales están abandonadas por toda la ciudad. En una crónica de una extinción anunciada: solo seis judíos egipcios permanecen en el país que en un momento de su historia se vanaglorió de la mezcla de culturas y la convivencia pacífica entre las tres religiones monoteístas.

Aunque llegaron a ser más de 75.000 al final de la década de los 40, dos generaciones después solo quedan seis ancianas como últimos reductos de una sociedad que participó, junto a musulmanes y cristianos, en la construcción de la nación egipcia en ámbitos tan diversos como el comercio, la política, la arquitectura o las artes. Tras la creación del Estado de Israel el acoso del Gobierno hacia los judíos egipcios, considerados como potenciales traidores a la patria, forzó un éxodo que ha terminado acabando con esta comunidad. Fueron víctimas de las políticas de la región. Y la agonía ya no es reversible.

“No hay nada que hacer. En dos o tres años ya no quedarán otros judíos egipcios. Soy como un último dinosaurio”, comenta Magda Haroun, presidenta a sus más de sesenta años de la Comunidad Judía en Egipto. El resto de los miembros son ancianas de más de ochenta años, que viven repartidas entre El Cairo y Alejandría. El último hombre murió o abandonó el país a finales de los 90. Esta comunidad ya no celebrará más bodas ni bautizos, solo funerales. "Soy la más joven de los judíos egipcios que quedan, y espero ser la última", añade Haroun. Mientras las demás mujeres, muchas de ellas enfermas, viven solas y se reúnen de vez en cuando o se llaman por teléfono como viejas amigas, sobre Magda pesa una ingrata labor: no puede hacer nada por revertir la desaparición física de los judíos egipcios, pero quiere salvar su historia.

Sefardíes, asquenazíes, rabanitas... todos encontraron un refugio en Egipto, una “tierra de oportunidades" en aquel entonces. Los sefardíes, tras ser expulsados de España, mientras que otros, como los asquenazíes, tras la Primera Guerra Mundial, oliéndose el aumento del antisemitismo en Europa del Este. Según señala el profesor Joel Beinin, de la Universidad de Stanford, en su libro 'La dispersión de los judíos egipcios', las cifras totales de los que llegaron a vivir en Egipto no son claras, pues muchos judíos, al igual que los inmigrantes armenios, italianos o franceses, mantuvieron sus pasaportes originales o declinaron el papeleo de pedir la nacionalidad egipcia, en aquel momento bajo control técnico de la corona británica. Muchos otros se mantuvieron apátridas, pese a considerarse a sí mismos judíos en la religión y cultura, y egipcios en su nacionalidad: judíos egipcios. En 1937, el censo contó 65.000, pero para 1947 eran ya 75.000, cifra que algunos historiadores alzan hasta los 85.000.

La familia Haroun vivía en el barrio de West el Walad, o "Downtown", en el centro del Cairo. La madre de Magda era francesa, pero su padre era judío nacido en Egipto, así como el padre de su padre y el del padre antes que él. Los Haroun compartían edificio con familias musulmanas, a los que iban a felicitar la celebración de la cena del Ramadán, y con alguna familia cristiana, con la que celebraban la Navidad. "Y los vecinos, musulmanes o cristianos, venían a casa a compartir nuestras fiestas también", recuerda. Sin embargo, tras la revolución de Los Oficiales libres contra la monarquía del Rey Faruq, así como la creación del Estado de Israel y las posteriores guerras arabe-israelíes, la familia de Magda fue yéndose. Ella creció sin primos, sin abuelos. “Por un motivo u otro, todos se fueron”.

Durante el siglo pasado, los judíos egipcios participaban en política, especialmente en movimientos izquierdistas, pero también eran banqueros, comerciantes o artistas como el compositor Mourad, el director de cine Togo Mezrahy o la actriz Nagwa Salem. Según explica Amir Ramsis, director del documental 'Judíos egipcios', los judíos fueron parte importante de la sociedad egipcia, pero en la actualidad muchos desconocen esa faceta de estos personajes. "Laila Mourad [una de las más famosas cantantes egipcias del siglo pasado] es buena", "¿Sabías que era judía?", "¿Judía también?... Entonces no sería tan buena", comenta un anciano vendedor de revistas en una calle del Cairo, en los primeros fotogramas del documental.

“En las escuelas egipcias no enseñan la diferencia entre la religión judía y el Estado de Israel. Israel, judíos, sionismo... todo es lo mismo. En los medios de comunicación también. Desde que me convertí en la presidenta de la Comunidad Judía, cada vez que veo en un programa de televisión veo a alguien que quiere hablar de Israel, y sionismo, y habla sobre judíos, les llamo. ‘¡Despierta! No todos los judíos son sionistas ni todos los judíos son Israel’.

La relativa compenetración de la comunidad judía egipcia con el resto de la sociedad del país cambió con la formación del Estado de Israel en 1948. Pronto, la palabra "judío" significó lo mismo que "israelí" y "sionista", una visión alimentada tanto por el Gobierno egipcio de entonces -“Los Oficiales Libres” tras independizarse del control británico en 1952- como por movimientos políticos como los Hermanos Musulmanes. También por el propio Israel, que instó a los judíos egipcios a trasladarse a “su tierra prometida” y catalogó a los que se quedaron como traidores a su propia religión. Un mensaje que el actual primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, sigue defendiendo: tras los ataques terroristas en París contra un supermercado kosher, Netanyahu instó a todos los judíos a emigrar a Israel, "el único país para ellos", por encima de nacionalidades.

En tan solo cuatro años, más de 20.000 judíos egipcios abandonaron el país. Algunos emigraron a Israel, pero muchos otros a Francia, Estados Unidos o Brasil. El resto, poco a poco, les fue siguiendo. Durante las décadas de los 40-50, los judíos fueron objeto de detenciones arbitrarias, deportaciones o confiscación de propiedades. El Gobierno modificó sus leyes de ciudadanía, complicando la obtención de la nacionalidad egipcia. Muchos se enfrentaron al ultimátum de tener una semana para abandonar el país, especialmente los apátridas. En noviembre de 1956, al menos 500 apátridas fueron expulsados de golpe, según recoge el historiador Michael Laskier en 'Los judíos egipcios bajo el régimen de Nasser'. Al tiempo, organizaciones como los Hermanos Musulmanes atacaban comercios y sinagogas.

En 1954, Israel reclutó a un grupo de judíos egipcios para que atentaran contra objetivos civiles estadounidenses y británicos en el país, con la intención de crear una imagen de inestabilidad y persuadir así al Reino Unido de mantener la ocupación militar del canal de Suez. La “Operación Susannah” falló, pero generó un mayor clima de desconfianza hacia los judíos egipcios que permanecieron en el Egipto. Para 1967, año de la Guerra arabe-israelí de los Seis Días, solo quedaban 12.000 judíos egipcios. Entonces, el Gobierno detuvo a cientos de judíos varones de entre 17 y 60 años, acusados de ser una quinta columna. Muchos fueron deportados o confinados en campos de detención hasta que aceptaran marcharse del país. El clima de represión del Gobierno egipcio hacia los judíos continuó. "Israel decía: esta es la tierra para todos los judíos. Y los árabes decían: esta es la tierra para todos los árabes. Ambos movimientos se alimentaban mutuamente en ese sentido”. La creación de Israel, y la posterior reacción árabe fue, en opinión de Haroun, detonante de la desaparición de la comunidad de judíos egipcios. Más tarde fue el discurso del odio. “Cuando el mensaje comenzó a ser ‘lanzaremos a los judíos al mar’, muchos de ellos abandonaron definitivamente Egipto”, relata.

"Mi padre era un Don Quijote"

El padre de Magda, en cambio, decidió quedarse, pese a las detenciones (“mi padre fue a la cárcel primero por ser comunista y, después, por ser judío”) o las amenazas. "Mi padre era egipcio, y no quería dejar el que era su país. Era un Don Quijote", recuerda Haroun. Y lo fue hasta cuando una de sus hijas enfermó de leucemia y necesitó tratamiento en un hospital extranjero. Shehata quiso visitarla y despedirla, pero el Gobierno egipcio le presentó un ultimátum: "Puedes irte, pero no volver. Es sólo un viaje de ida". No fue al único al que le presentaron esa opción, otros muchos judíos egipcios con negocios o familia en el extranjero recibieron la misma proposición. Cuando abandonaran el país, a unos 25.000 judíos egipcios (cifras no confirmadas por el Gobierno egipcio) se les obligaría a firmar una declaración de que lo hacían voluntariamente, tras lo cual se les sustraería el pasaporte egipcio o incluso se le ofrecerían otros documentos que señalaran que no habían nacido en Egipto y que no tenían derecho a volver a entrar. Muchos los firmaron y se fueron. No Shehata Haroun, que permaneció en Egipto hasta su muerte en 2001, sin haber podido despedirse de su hija.

'Mi padre no era religioso, pero sí mi abuelo. Yo solía venir con él a la sinagoga. Entonces estaba llena de gente, en las celebraciones… ahora, cuando entro, y está tan vacía… Es muy duro saber que seré la última'. Durante años, el Centro Comunitario Egipcio ha recibido numerosas cartas de egipcios que tuvieron que abandonar el país y años más tarde buscan recuperar el contacto y saber qué sucedió con sus amigos, como Ruth nee Goldstein, nacida en Heliópolis y que dejó Egipto en 1952. O Serge Kay, cuyos abuelos se establecieron en Egipto "escapando de los Bolcheviques". Nacido en Alejandría, fue "expulsado de Egipto" en 1952 y desde entonces busca a alguien que pudiera recordar a sus padres. O como Moussia Schenouda, que escribe desde Canadá un mensaje buscando saber qué fue de sus "viejos amigos de Zamalek" (barrio cairota) Sally Chammas, Racheline Israel o David Mitchnik. Los mensajes desde la diáspora son cada vez menos. Los hijos y nietos de los judíos egipcios que emigraron a Francia o Estados Unidos han dejado de sentirse egipcios.

Las pocas decenas de judíos egipcios que quedaron en Egipto fueron diluyéndose. Magda, por ejemplo, se casó primero con un musulmán con el que tuvo a sus dos hijas, musulmanas también. Sin posibilidad de recuperación, la historia de los judíos egipcios descansa ahora en sus edificios, pese a las dificultades que ha pasado la Comunidad para protegerlos.

Muchas sinagogas languidecen abandonadas en las calles del Cairo, mientras que el cementerio judío de Bassatine, el segundo más antiguo de esta religión, todavía sufre esporádicos ataques vandálicos, pinturas o profanación de tumbas. La protección del patrimonio cultural e histórico de los judíos egipcios es la misión que se ha encomendado a sí misma Magda Haroun, sabedora de que será la última presidenta de la comunidad. Insiste en su esperanza de que quizá algún día el Ministerio de Antigüedades egipcio inaugurará un museo que recoja la historia.

Al terminar la entrevista, Magda mira hacia la sinagoga, la “Puerta del cielo”, pero no entra. “Mi padre no era religioso, pero sí mi abuelo”, recuerda. “Yo solía venir con él. Y cuando él murió, en los sesenta, dejé de venir. Entonces estaba llena de gente, en las celebraciones… ahora, cuando entro, y está tan vacía… Es muy duro saber que seré la última

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