martes, 1 de junio de 2010

Yo soy el ultimo judio".

Es razonablemente comun encontrarnos libros que traen relatos sobre sobrevivientes de campos de concentracion nazis, como Dachau y Auschwitz. Pero eso no sucede cuando tratamos de Treblinka, y el motivo es el peor posible.
De los cerca de 750 mil prisioneros --en su inmensa mayoria, judios de los guetos de Varsovia, capital de Polonia-- que fueron enviados para alli, apenas 57 sobrevivieron. Chij Rajchman fue uno de los que estaban en la revuelta que dio libertad a algunas pocas personas, permitiendo que ellas por lo menos luchasen por su supervivencia. El fue uno de los ultimos en conseguir escapar en esta ocasion.
Aun fugitivo y sin saber si conseguiria llegar vivo al final de la Segunda Guerra Mundial, el comenzo a escribir febrilmente sobre las terribles experiencias por las cuales habia pasado en Treblinka. Hasta ahora inedito, este impresionante relato es publicado en Brasil con el nombre de "Yo soy el ultimo judio" (Jorge Zahar, 2010), en una edicion complementada por fotografias, mapas y plantas del campo de exterminio.
Horror
Durante los diez meses en que estuvo preso alla, Rajchman sobrevivio de manera casi inexplicable. Vio incontables ejecuciones y empalamientos, presenciando algunas de las peores atrocidades cometidas por los seguidores de Hitler.
El mismo cargo cadaveres en descomposicion y arranco dientes de oro de los muertos para dar a los nazis. En declaracion al Museo del Holocausto de Washington, el afirma que fue obligado a cortar el cabello de varias mujeres antes que ellas fuesen muertas en una camara de gas.
Despues de la guerra, testifico en diversos procesos judiciales y se mudo para Uruguay, donde vivio hasta su muerte, en 2004.
Abajo el trecho inicial de "Yo soy el ultimo judio".
En vagones cerrados rumbo a un destino desconocido
Los vagones tristes me cargan para alla. Ellos vienen de todas partes: del este y del oeste, del norte y del sur. De dia y de noche, sea cual fuese la estacion: primavera, verano, otoño, invierno. Los convoyes llegan ya abarrotados, incesantemente, y Treblinka prospera mas cada dia que pasa. Cuantos mas convoyes llegan, mas Treblinka consigue absorberlos.
Partimos de la estacion de Lubartow, a cerca de 20km de Lublin.
Asi como todos nosotros, no se para donde nos llevan ni por que.
Intentamos saber mas sobre eso durante el trayecto. Los guardias ucranianos que nos vigilan no dan muestras de ninguna benevolencia y se rehusan a respondernos. Una unica cosa que oimos de ellos es: "Oro, plata, objetos de valor!" Los asesinos no nos dejan en paz. No pasa un instante sin que uno de ellos nos aterrorice. Nos agreden con culatazos, y todos intentan alejarse de esos criminales para evitar los golpes.
Ese es el retrato de nuestro tren.
Estoy con mi hermana pequeña Rivke, una linda muchaca de 19 años, y uno de mis buenos amigos, Volf Ber Rojzman, su mujer y sus dos hijos. Conozco a casi todos los que estan en el vagon. Ellos vienen del mismo shtetl, Ostrow Lubelski. Somos 140, comprimidos unos contra los otros, respirando un aire viciado. Como es imposible movernos, estamos obligados a hacer nuestras necesidades en el lugar, aun cuando hombres y mujeres estan mezclados. Oimos gemidos, y las personas se preguntan unas a otras: para donde vamos? Responden levantando los hombros y soltando un suspiro. Nadie sabe para donde vamos, y, al mismo tiempo, nadie quiere creer que somos llevados para donde hace meses nuestros hermanos y hermanas, todos los nuestros, son deportados.
Otro amigo, Katz, ingeniero, está sentado a mi lado. El me garantiza que vamos para Ucrânia y que seremos instalados fuera de las ciudades, que podremos cultivar la tierra. El sabe de eso, pues un teniente aleman le conto. Era el director de una hacienda estatal que queda a 7 km de nuestro shtetl, en Jedlanka. El le hizo esa confidencia para agradecerle por haberle arreglado un motor electrico. Quiero creer eso, a pesar de las apariencias.
Avanzamos. Nuestro tren para con mucha frecuencia, interrumpido por la señalizacion, pues no es prioritario y debe dejar pasar a los trenes regulares. Pasamos por diversas estaciones, entre las cuales estan Lukow y Siedlce. Cada vez que el tren frena, pido a los ucranianos que descienden a la plataforma que nos den agua. No responden, pero, si les damos un reloj de oro, nos traen un poco de agua. Muchos entregaron sus objetos de valor sin recibir a cambio los pocos items prometidos.
Tengo suerte. Pido un poco de agua a un ucraniano, el exige cien zlotys por una botella. Acepto. Poco despues, el regresa con medio litro. Le pregunto cuanto tiempo de viaje tenemos por delante. El me responde: tres dias, pues vamos para Ucrania. Comienzo a creer que es verdad. Hace practicamente 15 horas que partimos, y no recorrimos mas de 120 km.
Fuente: Folha- Brasil

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