viernes, 25 de enero de 2013

El cruce del mar

El cruce del mar El Man caía a la mañana temprano todos los días de la semana, salvo en Shabbat. El viernes, por otro lado, caía una ración doble por persona, que les alcanzaría para cubrir las necesidades del Shabbat. Rabino Daniel Oppenheimer. Egipto estaba literalmente arruinado. Un visitante que no conociera la historia reciente de la región, no podría adivinar qué es lo que había sucedido. ¿Había sido un aluvión? ¿Un terrible terremoto? ¿Una guerra? ¿Todo junto? Por las calles la gente transitaba cabizbaja, como si estuviesen todos de duelo por algún familiar. Sus orejas y narices tenían los rastros de las perforaciones por las joyas que solían ostentar, y que ya no poseían. En los comercios de alimentos, se formaban largas filas para conseguir algo para comer, y la gente del campo acudía a la ciudad para obtener comida pues sus árboles estaban totalmente “rasurados”. Pareciera ser que una plaga de langostas había comido hasta la última hoja verde. El río que cruzaba el territorio, que antiguamente había sido la fuente de vida y riego, se parecía más a un Riachuelo maloliente con los pescados muertos y ni siquiera la Ministra de Medioambiente se animaba a prometer que algún día se iba a bañar en él. El olor pestilente provenía también de montículos de sapos muertos que se veían por doquier. Los vidrios de las casas se habían roto por un horroroso granizo. La propia gente mostraba un aspecto singular. Todos tenían cicatrices de picaduras de piojos... ¿o eran los vestigios de una sarna? ¿O acaso los dos en conjunto? No se podía diferenciar bien. Muchos tenían incluso mordeduras de animales feroces provenientes del desierto. Otros tenían dificultad en caminar. Parecían acalambrados por haber estado inmóviles durante varios días. El aspecto general era calamitoso - ¡Impresionante! Uno de los elementos más extraños, eran algunos de los barrios “fantasmas”. Era la zona de Goshen, en dónde las casas estaban vacías. Se notaba que los pobladores se habían ausentado apurados. En las jambas de las puertas se notaba manchas de sangre y adentro de las casas, los restos del último asado que habían estado comiendo las familias. ¡¿Adónde se habían esfumado todos?! Algunos periodistas que conocían el país cómo había sido antes y habían venido a cubrir los macabros acontecimientos de la última época, no podían creer lo que veían. ¡¿Cómo había caído la superpotencia que lideraba el primer mundo?! ¿Cuántos años demoraría en recuperarse? ¿habría un golpe de estado para destituir al rey terco que gobernaba el país? Ya se había rumoreado que los sirvientes del rey le habían advertido de la grave situación que atravesaba el campo y que el monarca obstinado había hecho caso omiso a todas las exhortaciones. En algunas plazas públicas, uno podía divisar los carteles que se habían escrito en apuros: “¡Judíos! ¡Go home!” - “¡Si quieren, llévense las pirámides, pero váyanse!”, incluso: “¡Por favor, basta!”. De pronto, se escucharon los altavoces y las trompetas que anunciaban que el rey Faraón dirigiría la palabra a la población por cadena nacional. ¿Iba a renunciar? ¿O iba a pedir perdón por el dolor que había causado? ¿Quizás iba a anunciar que permitiría el ingreso a los inspectores de la O.N.U.? Todos corrieron a escucharlo al balcón de la “pirámide rosada”. No se le notaba en absoluto la desesperación que él mismo había mostrado cuando lo vieron correr en pijamas (y sin corona) hacía apenas pocas noches, en búsqueda de Moshé, para rogarle que se vaya del país lo antes posible con todos los judíos, y que no volviera jamás. Totalmente repuesto y sin remordimiento manifiesto, dirigió la palabra al pueblo alzando ambos brazos: “¡Compañeros!” - exclamó - “hemos cometido un grave error al dejar libres a los judíos. Se nos ha escapado gran parte de nuestra mano de obra”. “¡Debemos recuperarla! - Se han llevado todos nuestros tesoros que supimos conseguir. Vamos a buscarlos al desierto adonde han huido. Yo iré al frente de las tropas. No tengo miedo ni a los judíos, ni a su D”s. Síganme. No los voy a defraudar. Recuperaremos el honor, la dignidad y la soberanía nacional. Compartiré todo el botín con Uds. Todos, sin importar de qué provincia provengan, tendrán su jubilación de privilegio”. El rey siguió su discurso ante el nutrido público. “¡Vengan a ver!” - exclamó - “yo mismo ensillaré la montura de mi caballo.” Los corresponsales no lo podían creer… ¿Estaba borracho? ¿Qué haría ahora la gente? ¡Seguramente, lo iría a abuchear! Sin embargo, ¡no sucedió nada de esto! ¡Al contrario! ¡La gente lo aplaudió!: “¡Viva! ¡Viva el Faraón!” - exclamaron al unísono - “Vamos todos a seguirlo. Pueblo egipcio: ¡uníos!” Los periodistas quisieron hacer alguna nota para el noticiero de la noche, pero todos estaban tan entusiasmados con la idea de salir a guerrear en contra de los hebreos recién emancipados, que nadie les prestó atención. Leemos esta historia año tras año, y nos deja perplejos: ¿Cómo se entiende semejante locura? ¿Cómo se puede explicar que el Faraón y los egipcios, luego de la espeluznante capitulación apenas días antes, a raíz de las plagas cuyos vestigios aún se notaba en el Nilo, en los campos y árboles escuálidos, en sus tesoros desvalijados, y aun en sus propios cuerpos lastimados por mordeduras, sarna y piojos, y luego de haberle rogado a los judíos que se vayan - y terminar echándolos, los persigan al desierto para intentar recuperarlos y obligarlos a retornar? ¿Creían realmente que podrían vencerlos? La Torá nos da ciertos indicios que nos pueden ayudar. Nos dice que el Faraón vio que “el pueblo escapó” (Shmot 14:5). ¿Qué significa esto? En realidad, los egipcios habían pedido y suplicado que se fueran. A su vez, Moshé había aclarado en numerosas oportunidades, que el objetivo era alcanzar la tierra de Israel y establecerse allí como una nación santa que obedece la Ley Di-vina. Sin embargo, al Faraón le pareció que en realidad la partida había sido una huída y, por lo tanto, decidió apresarlos y traerlos. ¿Qué diferencia hay si estaban encaminados hacia un objetivo o si huían? La diferencia entre quien va hacia un lugar y quien se fuga del sitio en el que se encontraba, es que el primero tiene un objetivo - sencillo o complejo - que intenta alcanzar. Teniendo ese fin ante sus ojos, aunque se presentaran obstáculos en el camino, procurará estudiar todas las posibilidades para franquear los problemas y llegar a cumplir su anhelo. Pero, quien se escapa de situaciones difíciles o incómodas, y no tiene metas claras que le indiquen el rumbo, al encontrarse con dificultades mayores, optará por volver a lo “malo y conocido” con lo cual pudo vivir hasta el momento. Esto sucede en muchos órdenes de la vida. El Faraón especuló con esta posibilidad. “Seguramente” - pensó al entusiasmar a sus multitudes - “unos días en el calor del desierto van a hacer la tarea y cuando vean el ejército egipcio en pleno, estarán contentos de poder volver y no prestarán más atención a Moshé”. (Rav Jaim Shmuelevitz sz”l) El Faraón se equivocó... respecto a los judíos de su época. Pero no en su razonamiento… EL CRUCE DEL MAR El itinerario por el que D”s condujo a los hebreos, no fue el más directo entre Egipto e Israel, pues por ese trayecto habitaban los filisteos (descendientes de la mezcla de cretenses y egipcios), una nación guerrera que amedrentarían al pueblo de Israel recién emancipado. Apenas los hebreos se percataron de la presencia de sus ex-opresores que los perseguían, se estremecieron: el ejército egipcio era imponente y temible aun después de la catástrofe que habían sufrido. Además, venía acompañado por el populacho enardecido. La Torá describe la horda egipcia en singular aparentando ser “unida” (con un corazón, como un hombre” - Rash”í, Shmot 14:10). ¿Qué los juntaba? - Su odio hacia D”s y hacia Israel. Aun cuando habría diferencias propias de su sociedad materialista, su enemistad para con Israel mancomunaba su acción. Las diferentes categorías de judíos reaccionaron según había sido su conducta previa. La gente que ya había logrado una fe cierta, rezó a D”s. Quienes no eran firmes en su creencia, se volcaron con quejas inculpando a Moshé por la peripecia que estaban atravesando. Esta discrepancia suele ser constante: las personas manifiestan su reacción ante las emergencias según su actitud habitual pasada…. Los hebreos se parecían en aquel momento a una paloma que huye del halcón intentando ingresar en una pequeña grieta dentro de la roca, para percatarse que adentro la espera una serpiente… No puede entrar por el reptil - ni salir por el halcón. Desesperada gime y llora. D”s colocói a los hebreos en una situación en la que tendrían que clamar por Él: “mi paloma está en las rendijas de la roca… permíteme escuchar tu voz (la Tefilá), pues tu voz es dulce…” (Shir HaShirim 2:14, Rash”í). Entre los hebreos y los egipcios que los acorralaban, los separaba la Nube Di-vina que los protegía de sus flechas, como una muralla. No parecía haber escapatoria. Su camino estaba cerrado, pues frente a ellos estaba el enorme Iam Suf (según ciertas opiniones, el Mar Rojo). Fue entonces que D”s indicó a Moshé que partiera el mar - utilizando el bastón con el que había llevado a cabo las plagas de Egipto. Y así ocurrió: D”s causó un viento intenso de modo que el mar se partiera. En la oscuridad de la noche del séptimo día desde su partida de Egipto, comenzó la extraña travesía en medio de las aguas. Según el Midrash, el milagro recién sucedió cuando miembros de la tribu de Iehudá - o Biniamín - se arrojaron para atravesar el mar, aún antes que se partiera (Sotá 37., Midrash Rabá, Shmot 21:9). Los egipcios, a pesar de lo insólito de la situación - una clara y milagrosa señal de Asistencia Di-vina a los hebreos - ingresaron envalentonados e intrépidos detrás de los hebreos a lo profundo del mar con sus carros de guerra y sus caballos, entre los murallones de agua petrificada que se cernían de ambos lados, (y, según el Midrash Midrash Tanjuma Beshalaj 10, como techo de un túnel). Justo cuando apuntaba el alba, los hebreos habían alcanzado la orilla opuesta (según algunas opiniones, volvieron a salir del mismo lado y viajaron en forma de U). D”s ordenó a Moshé volver a cerrar las aguas hacia su cauce normal - sobre el ejército egipcio que quedó atrapado dentro de las aguas. Ni un solo soldado egipcio sobrevivió, salvo- según ciertas opiniones - el Faraón, quien debía volver a Egipto para notificar públicamente las maravillas que había experimentado durante el cruce y el posterior desenlace. Por un lado, observamos que D”s incluyó un componente “natural” al hacer separar las aguas mediante un viento potente. Por otro lado, dicen los Sabios que los múltiples fenómenos que pudieron observar los hebreos (Midrash Tanjuma, Beshalaj 10) - aun las simples sirvientas (Mejilta Beshalaj 3) - frente y durante el paso por el Iam Suf, fueron superiores a las visiones proféticas que experimentó el mismísimo Iejezkel y el resto de los profetas. Esto último nos lleva a una pregunta: ¿cómo, entonces, no llegaron a crecer todos los presentes al nivel de Iejezkel? La respuesta radica en que los milagros no modifican por sí solos a las personas. El camuflaje de la maravilla detrás de un viento, es para que las personas alcancen el reconocimiento de la verdad mediante un trabajo espiritual propio. Solamente si aquel/la que advirtió la esplendidez Di-vina está dispuesto/a a permitir que aquel incidente modifique su pensamiento y actitud para siempre, se sentirá el efecto. De otro modo, permanecerá como el mismo que había sido previamente (Rav Jaim Shmuelevitz sz”l, 5732:39). Sin embargo, algunos hebreos seguían atemorizados. Al no advertir las huestes egipcias, sospecharon que habrían emergido del mar en otro sitio, y volverían sobre ellos (Psajim 118:). Los Sabios (basados en Tehilim 106:7, 13) consideran que los hebreos, en este episodio y en el que sigue en Mará, carecieron de suficiente fe. Habiendo vislumbrado todas las maravillas en Egipto, no debían sospechar que D”s los abandonaría. Fue por eso que D”s permitió que el mar hiciera flotar las tropas egipcias ahogadas hacia la orilla en donde estaban los hebreos, y ellos pudieron alabar a D”s por su salvación definitiva con un cántico - los hombres con Moshé y las mujeres con su hermana Miriam - que recitamos diariamente en nuestra plegaria matutina de Shajarit: “Az Iashir”. El botín que se tomaron posesión los hebreos por los atavíos que llevaban los egipcios consigo a la guerra, fue incluso considerablemente mayor que las joyas obsequiadas a los hebreos previo a su partida días antes. Moshé debió obligar a los hebreos a continuar su viaje hacia el desierto, pues no acababan de hacerse del nuevo trofeo (Psikta Beshalaj). Asimismo, justo antes de salir de Egipto, mientras los hebreos habían estado recibiendo los presentes lujosos de los egipcios, Moshé cumplía con el compromiso heredado por todos los hermanos de Iosef: antes de fallecer, el Virrey que los había salvado, pidió que cuando llegara el momento, transportaran sus restos a la tierra prometida. Sobre Moshé dice pues el Talmud (Sotah 13.) que se aplica el pasaje (Mishlei 10:8) que “el Sabio ama las Mitzvot”. Para Moshé, el mandato de Iosef superaba la orden de D”s de recibir los donativos materiales de los egipcios… MARÁ y EILIM Viajaron tres días - sin agua, y arribaron a Mará. El agua en aquel paraje era salobre y amarga, y volvieron a protestar. Nuevamente, D”s los asistió con un milagro, señalando a Moshé una rama de árbol - amarga también - que debía arrojar a las aguas, las que milagrosamente se tornaron dulces y potables. El modo de expresar del pasaje, es que no pudieron beber de las aguas porque “estaban amargos” (aparentemente refiriéndose a los hebreos mismos). Cuando una persona siente amargura interna, suele proyectar ese sentimiento en gente u objetos ajenos a él… (Rav Menajem Mendel de Kotzk). La conducción Providencial se volvía más evidente, y allí también se recibieron los primeros preceptos. Al llegar a Eilim, sin embargo, sintieron como si todo estuviera preparado para ellos: doce fuentes de agua - una para cada tribu - los esperaban, y setenta datileras con fruta - al igual que los setenta Sabios que conducían y representaban al pueblo. Habían estado solamente un día en Mará, aquel sitio en el que se incomodaron por las aguas amargas, sin saber que de inmediato llegarían a Eilim, un sitio que ofrecía la comodidad que pedían, y en el que permanecerían 21 días. También nosotros, si tuviéramos en cuenta que un poco más adelante la situación puede mejorar radicalmente, no tendríamos una actitud negativa hacia el presente (Ibn Ezra citado en Rav Frand). EL MAN Cuando el 15 de Nian salieron de Egipto, ni siquiera tuvieron tiempo de acopiar provisiones para el camino, pues fueron literalmente echados de Egipto a raíz de la plaga de la muerte de los primogénitos que había sido la noche anterior. Las Matzot que prepararon apresuradamente al salir, alcanzaron milagrosamente para un mes. Pasó este lapso de tiempo y allí estaban, en medio del desierto, y sin alimento. ¿Qué se hace? ¡El pueblo tiene hambre! No hay almacenes, ni shoppings, ni maxi-kioscos, en el desierto. El pueblo se quejó nuevamente a Moshé. ¿Tantas quejas? Aquel que siempre tuvo qué comer y nunca se fue a dormir con hambre, posiblemente pueda llegar a saber en teoría, lo que son los otros problemas de la vida, pero seguramente no podrá identificarse con el apremio que sintió la gente en ese terrible momento. D”s respondió inmediatamente a la necesidad de comida, pues nunca quiso - ni quiere - que los seres humanos o cualquier otra creación Suya suframos sin razón alguna. No obstante, convirtió la fuente de alimentación celestial del desierto en un elemento educativo que iba a trascender los años que el pueblo comió el Man (maná). El Man caía a la mañana temprano todos los días de la semana, salvo en Shabbat. El viernes, por otro lado, caía una ración doble por persona, que les alcanzaría para cubrir las necesidades del Shabbat. Cada cual juntaba el Man para su familia a la mañana, y no variaba si traía mucho o poco a casa, pues al medirlo había exactamente un “omer” (la medida individual) de Man por persona. D”s provee a cada uno su sustento. El ser humano debe hacer su Hishtadlut (esmero adecuado) por procurarlo de modo lícito. Si la persona se esfuerza en demasía, esto de por si no le traerá más de lo que ya está asignado para él. El Man debía ser consumido en el día, pues si alguien dejara restos de su Man para el día siguiente sin comerlo, este se pudría y llenaba de insectos. Hubo personas suspicaces - escasos de fe - que desconfiaron de la provisión de Man al día siguiente e intentaron almacenar Man, que, como había pronosticado Moshé, se pudrió (Midrash Rabá, Shmot 25). Aquellas mismas personas salieron a buscar Man en Shabat - a pesar que ya se había anunciado que no caería aquel día - y poseían el que se había conservado de la porción aumentada del viernes. Obviamente, no encontraron Man. ¿El sabor? La Torá (Shmot 16:31) dice que el sabor del Man era como “tortillas fritas en miel”. El Talmud (Iomá 75.), sin embargo, nos cuenta que el sabor lo disponía el consumidor, según su deseo. ¿Y si uno no pensaba en un sabor en particular? ¿qué sabor tendría entonces? “Si no se piensa ni reflexiona sobre lo que hace, pues entonces nada tiene ‘sabor’ - (sentido o significado)” - respondió el Jafetz Jaim. Según siguen explicando los Sabios, el Man era una comida singular: era asimilada totalmente por el cuerpo y no originaba desperdicios. Los atributos del Man permitieron a aquella generación dedicarse de lleno al estudio íntegro de la Torá. Al tener cubiertas todas sus necesidades físicas, no habría distracción alguna que desviara su atención. Es por eso que los Sabios enseñan que la Torá fue “cedida a los consumidores del Man” (Midrash Tanjuma, Beshalaj 20). “¿Por qué caía el Man todos los días como ración diaria, en lugar de caer una vez para todo el año?” - pregunta el Talmud (Iomá 76.). Una de las respuestas radica en el hecho que la necesidad de alimentar a la familia y lo perecedero del Man, provocaba una mayor adhesión y cercanía de los judíos con D”s (pues dependían de aquel alimento y debían rezar por él, día a día). Moshé ordenó a Aharón que tomara un frasco y lo llenara de Man “para la posteridad”, lo cual explica Rash”i, se refiere a la generación del profeta Irmiahu, quien amonestó al pueblo por su falta de dedicación al estudio de la Torá. Cuando la gente le respondió que el trabajo cotidiano les insumía todo el tiempo disponible, Irmiahu les reprendió señalando al Man guardado: “Miren Uds. cuántos medios posee D”s para alimentarlos...”. REFIDIM Siguieron viaje y arribaron a Refidim. Nuevamente la falta de agua se tornó aguda. Y otra vez el pueblo protestó. Moshé sintió la presión de responder a su gente, a quien percibía agresiva. D”s indicó que se acerque a una roca próxima al Monte Sinaí (Jorev), y la golpeara con el bastón con el que había efectuado los milagros y las plagas de Egipto. El agua llegó, y la gente sació su sed, pero “bajó las defensas” espirituales. El sitio donde esto ocurrió se denomina precisamente Refidim, pues (en acróstico) esto simboliza “que aflojaron sus manos de la Torá” (Sanhedrin 106.). En Refidim (que luego denominaron “Masá uMerivá”), el pueblo había pedido agua de una manera inapropiada, cuestionando si D”s realmente los estaba protegiendo, o no. “Dijo D”s: ‘Si ustedes Me están fiscalizando, vendrá el malvado y los examinará’. Los Sabios enseñan también que la aparición repentina de Amalek fue el resultado de la debilidad espiritual de Israel: “Si (el pueblo de Israel) hubiera observado en la forma prescripta por HaShem aquel primer Shabat, no habría nación que los pudiera doblegar” (Shabat 118:). Como veremos, la respuesta a esta liviana desidia no se hizo esperar. AMALEK De inmediato, “vino Amalek” (Midrash Rabá, Shmot 26:2). Estando en Refidim, se desató una nueva amenaza: el pueblo de Amalek no habitaba por la ruta que transitaba el pueblo recién liberado, por lo que no deberían tener temor a ser agredidos - sino que vino desde otras comarcas expresamente para combatir. En realidad la batalla fue contra D”s (en Midrash Rabá Bamidbar 13:5, se describe cómo eso se manifestaba en sus acciones bélicas), y los judíos representaban “la cara visible” de lo que D”s aspira para los seres humanos. Así le había legado su abuelo Eisav (Midrash Rabá, Bamidbar 15:18) ¿Acaso no lo había bendecido el abuelo que “al jarbejá tijié - que se regiría por la espada”? Amalek no podía tolerar que D”s hubiera elegido a una sola nación para transmitirle la Torá, y que los hebreos entrara a las pocas semanas en su convenio con D”s al declarar ante el Monte Sinaí su predisposición a aceptar incondicionalmente toda la Torá. Todo esto iba en contra de la tradición de Amalek, para quien este mundo sería regido siempre por la ley del más fuerte y que las especies de sub-humanos o más débiles desaparecerían como en su teoría ocurría en el resto del mundo animal por selección natural. Menos aun podían resignarse a que las demás naciones mostraran la reverencia que estaban manifestando a este pueblo, por quien D”s había partido el Mar Rojo y hecho añicos la orgullosa potencia de la época que era el Egipto de los Faraones. La embestida de Amalek fue contra aquellos que sabía eran más débiles en términos espirituales (por sus faltas en el cumplimiento de los preceptos - Sifrí Ki Tetzé 296). Entendía que por aquel flanco tenía más posibilidades de triunfar. Moshé ordenó a Iehoshúa alistar los hombres más idóneos y salir a luchar. Mientras tanto, Moshé subió junto a su hermano Aharón y su sobrino Jur a la cima de la montaña a rezar, y desde donde se veía el campo de batalla. Cuando Moshé alzaba sus manos Israel dominaba a Amalek, mientras que si las dejaba de levantar, aventajaba Amalek. Los Sabios preguntan (Rosh haShaná 29.): ¡¿acaso las manos de Moshé despliegan la guerra o causan derrotas?! ¿Cuál es, entonces, el significado de estos gestos? Efectivamente, responden, las manos de Moshé no provocaban cambios en el balance militar. Pero sí permitían a los judíos observar a su líder inmerso en la Tefilá, lo cual los motivaba a “mirar hacia Arriba” y profundizar su fe en el Todopoderoso. Amalek, asesorado por el malvado profeta Bil’am (Midrash Rabá Esther 7), sabía que podría perder la batalla, pero su interés y propósito al salir al cruce de Israel, era desmejorar la Imagen Di-vina ante el resto de los pueblos, enfriar el apego de los hebreos para con D”s, y así impedir que desearan aceptar la Torá - por lo que estaba dispuesto a perder la batalla militar - si lograba ese fin… D”s ordenó a Moshé (Shmot 18:14-16) dejar asentado para la posteridad que Él borraría a Amalek… pues es “la guerra de D”s con Amalek de generación en generación”. Recién después de abandonar Refidim, el pueblo de Israel llegó al nivel de aptitud para merecer escuchar la Voz Di-vina en el Monte Sinaí. Fuente: Ajdut Informa Nº 625