domingo, 21 de abril de 2013

Las promesas rotas de la ‘primavera árabe

El integrismo y el desgobierno dejan aparcadas las esperanzas de avance para la mujer Crecen las agresiones, pero también aumenta el activismo feminista Había mucha esperanza para ellas en las revoluciones de la primavera árabe. En Egipto las mujeres se manifestaban contra un régimen autoritario mano a mano con sus compañeros varones. Parecía que un nuevo amanecer democrático traería libertad, igualdad y nuevas oportunidades. Más de dos años después, ante el avance de grupos islamistas por las vías legítimas de Gobierno y, ante la inestabilidad, la inseguridad y el desgobierno en el que han quedado las calles del país, las mujeres se encuentran en una situación mucho más compleja y delicada. Algunas, incluso, confiesan que bajo el régimen de Hosni Mubarak vivían mucho mejor. El caso de Egipto es especialmente sensible, entre el resto de países de la primavera árabe. Allí, unas elecciones consideradas justas y transparentes han llevado a una situación de gran incertidumbre e inquietud en las calles. El 25 de enero, cuando se conmemoraba el segundo aniversario del inicio de las protestas que llevaron al derrocamiento de Mubarak, la plaza de la libertad se convirtió, en parte, en un lugar de violencia e indignidad. Al menos 19 mujeres fueron agredidas sexualmente en la icónica plaza de Tahrir, varias de ellas violadas por turbas de jóvenes descontrolados, según denunciaron varios grupos de defensa de los derechos humanos. La policía se hallaba en paradero desconocido. Quedaban solas esas mujeres para intentar defenderse a sí mismas. Al desgobierno en las calles de Egipto se le ha añadido el avance de grupos, antes acallados o prohibidos por Mubarak, que ahora tratan de hacer de su interpretación conservadora del Corán la legalidad vigente en el país. Solo bajo esa luz se entiende que alguien como el legislador Reda Saleh al Alhefwani, del partido político afiliado a la sociedad de los Hermanos Musulmanes, se preguntara en una comisión parlamentaria recientemente: “¿Cómo le piden al Ministerio del Interior que proteja a una mujer cuando ella misma se mezcla con hombres?”. En semejante contexto, hasta los elementos más radicales de la sociedad se han visto legitimados a decir lo que les place. El jeque Abu Islam, un predicador televisivo, ha comparado a las mujeres que se manifiestan con “ogros, sin vergüenza, educación, miedo o, incluso, feminidad”. “Hay un clima de violencia contra las mujeres", explica la socióloga Imam Bibars, directora regional de la organización Ashoka Arab World. “Lo que se ve tras el ascenso al poder del presidente Mohamed Morsi no es un aumento del acoso sexual en las calles. Es violencia contra las mujeres, para eliminarlas de la vida pública, para dejarlas de lado. Es un movimiento planificado, pensado y acometido por los fundamentalistas, tanto en el Gobierno como en grupos más extremistas, como los salafistas. Lo que vemos es una campaña para asustar a las mujeres, para forzarlas a que callen y que no formen parte del movimiento que quiere avanzar la democracia”, añade. “Y si las mujeres en El Cairo están asustadas, las de las zonas rurales y remotas mucho más. Yo misma me lo pienso dos veces ahora antes de ir a cualquier sitio a solas, sin la compañía de amigos varones o mujeres. Sé que hay animales en muchos sitios”. Bibars lo tiene claro: “Si los que ahora mandan siguen en el poder, y se les deja hacer lo que quieran, Egipto acabará como Afganistán o como Irán. Quieren hacerlo y lo lograrán si se les deja”. Las activistas egipcias citan un ejemplo reciente que ha confirmado sus temores. La rama en Egipto de los Hermanos Musulmanes, un grupo que ha extendido su poder en el mundo árabe tras las revueltas de la primavera árabe, y cuyos aliados controlan el Gobierno en ese país, criticó duramente el pasado mes de marzo una resolución de condena a la violencia contra las mujeres debatida en un comité de la Organización de Naciones Unidas. “Esa declaración, de ser ratificada, llevaría a la desintegración de la sociedad y, sin duda, sería el paso final en la invasión intelectual y cultural de los países musulmanes, al eliminar la especificidad moral que ayuda a preservar la cohesión de las sociedades islámicas”, dijeron los Hermanos Musulmanes en un comunicado oficial. Entre otras cosas, critican que la ONU quiera “concederle la igualdad de derechos a las mujeres adúlteras y a los hijos ilegítimos de esas relaciones adultas”, “ofrecer protección y respeto a las prostitutas”, “la abolición de la poligamia” y, sobre todo, “anular la necesidad del consentimiento de un marido en asuntos como viajar, trabajar o emplear anticonceptivos”. “Ese es un comunicado muy útil, en realidad", opina Heba Morayef, directora de la oficina de Human Rights Watch en Egipto. “No proviene de un sector extremista y aislado, sino de la sociedad de los Hermanos Musulmanes en sí misma, difundido en su página web en inglés y en árabe. Ahora sabemos con quién tratamos, una plataforma islamista socialmente conservadora. No sorprende por lo que se dice en el comunicado, sino porque procede de una agrupación a la que están afiliados el partido mayoritario en el Congreso y el presidente de Egipto, y que está comprometida con el avance de la sharía, o ley islámica”, añade. Ante esa perspectiva, muchas mujeres dicen algo ahora impensable durante los días de la revolución de 2011. “Con Mubarak, en este apartado, estábamos mejor”, asegura la activista Dalia Ziada, que fue candidata en las primeras elecciones parlamentarias libres del país. No lo duda. Lo repite, de hecho, varias veces. “Su mujer, Suzanne Mubarak, tuvo un gran papel en la aprobación de una ley de 2007 que prohíbe la ablación genital femenina. Ahora los salafistas quieren anular esa ley”, explica. En mayo de 2012 el legislador Nasser al Shaker, del partido salafista Nour, pidió, de hecho, que se permitiera reinstaurar la práctica de extirparle el clítoris a las mujeres, de acuerdo con su interpretación de los preceptos del Corán. “Este régimen promueve la violencia contra las mujeres para, de ese modo, asustarlas y apartarlas de las manifestaciones”, añade Ziada. “Si las familias ven que en las calles no hay seguridad, no dejarán acudir a las protestas a sus hijas. Las propias mujeres se lo pensarán dos veces antes de unirse a una manifestación. Son métodos a los que ya recurría Mubarak, pero ahora las cosas han cambiado a peor. Mubarak no era perfecto. El régimen tenía muchos problemas. Pero en lo que respecta a derechos de las mujeres, la situación ha empeorado notablemente”, añade. “Hay en marcha un fuerte movimiento y no se rinden”, insiste una analista Mucho se debatió sobre el futuro de la mujer en Egipto el pasado mes de septiembre, cuando la presentadora de televisión Fatma Nabil dio el parte en el Canal 1 de televisión tocada con un velo islámico que le cubría cabello y cuello. Fue toda una novedad. No porque el velo apareciera en televisión, algo que era común en cadenas privadas, sino porque el Canal 1 es público y hasta entonces las presentadoras que habían aparecido en él llevaban todas el pelo descubierto. La norma no escrita de que los asuntos confesionales quedaban fuera de los medios informativos públicos quedaba entonces rota. Aquel incidente, sin embargo, fue una anécdota, un pequeño aparte comparado con los verdaderos problemas que vive Egipto dos años después de la revolución. La mayoría de mujeres en Egipto lleva velo y, para muchas, verlo en televisión no es un asunto de derechos civiles o no. Las verdaderas amenazas se hallan en la calle. Muchas de las activistas entienden y asumen la contradicción que se vive en la resaca de la primavera árabe. Las mujeres se ven agredidas. Sus derechos se ven gravemente amenazados. Pero muchas de ellas han decidido que no van a ser acalladas, y toman un papel cada vez más protagonista en la vida civil y política de su país. “Hay más mujeres defendiendo sus derechos, y más mujeres activistas”, asegura Rabab el Mahdi, profesora de Ciencia Política en la Universidad Americana de El Cairo. “Con la primavera árabe se han roto muchos tabúes en ese sentido. Paralelamente ha habido un incremento en las agresiones a las mujeres. El problema de la agresión sexual en Egipto siempre ha estado ahí, no es algo nuevo. Pero con la revolución se ve más, y más mujeres han decidido protestar y denunciar a sus agresores. Por otro lado, antes había una gran presencia del aparato de seguridad del Estado, controlada por el régimen, que ahora ha desaparecido. Hay menos policía en las calles, y los agresores tienen más margen de maniobra, lo que ha llevado, también, a un aumento de las agresiones”, añade. Ha habido mujeres valientes que han dado el paso de hablar públicamente de la lacra del acoso sexual en Egipto. La periodista Hania Moheeb fue una de las agredidas en la plaza de Tahrir el 25 de enero. Una turba la rodeó en la oscuridad, la desnudó y la violó durante tres cuartos de hora. Con gran coraje, el mes pasado la reportera decidió relatar ese calvario. En una entrevista en la cadena de televisión NBC contó que entre el grupo que la violó había hombres que fingían acudir en su ayuda. “Lo que sé es que mi cuerpo fue violado hasta el último segundo en que se me pudo poner en una ambulancia”, dijo. Egipto se halla en una compleja y delicada situación social, política y económica. Los partidos salafistas han ganado fuerza en las calles, ejerciendo presión sobre el Gobierno de Morsi e incitando a las agresiones contra cristianos y musulmanes chiíes. Las reservas de moneda extranjera están un 60% por debajo de los niveles de hace dos años. El país ha solicitado un préstamo por valor de 3.600 millones de euros al Fondo Monetario Internacional, que ha puesto como condiciones una serie de reformas de austeridad que, con toda seguridad, incrementarán el descontento en las calles. En ese contexto, en marzo el presidente se apresuró a presentar una iniciativa nacional para proteger a las mujeres y sus derechos. Dijo que los principales problemas para las féminas de Egipto son el analfabetismo, el desempleo y el acoso sexual. “Esta iniciativa pondrá fin a cualquier intento de marginalizar a las mujeres, reducir sus derechos o suprimir su libertad o dignidad”, dijo el presidente en un discurso recogido por varios medios locales. No dio más detalles. En su Ejecutivo hay solo dos mujeres. Tras las elecciones legislativas de hace más de un año, el Parlamento quedó conformado con apenas un pequeño 2% de féminas, muy por debajo del 12% de los últimos años de Mubarak. “Por muchas trabas que pongan, no creo que puedan anular a las mujeres políticamente. La revolución ha puesto en marcha un movimiento muy fuerte, y las mujeres siguen muy activas en la oposición, y no se rinden”, asegura Fatemah Khafagy, analista egipcia experta en asuntos relativos a los derechos de las mujeres. “Creo que a los Hermanos Musulmanes les asustamos las mujeres, porque en cierto modo temen que votemos más que los hombres y que les podamos echar del poder. Y, de ese modo, van eliminando cuotas y van cambiando leyes, utilizando la religión para decirnos a las mujeres que nuestro lugar está en casa, no en la esfera pública. Pero no está funcionando”, opina. Bajo el dominio de Hosni Mubarak, el régimen acallaba a los disidentes y silenciaba a los grupos islamistas. Con la democracia, estas activistas mujeres sienten que la mayoría política quiere enmudecerlas a ellas, con la excusa de una religiosidad, para ellas, debería limitarse al ámbito de la esfera privada, y no exhibirse desde el Gobierno. Para ellas, la lucha por sus libertades comenzó hace dos años, y dista mucho de haber acabado.