jueves, 2 de mayo de 2013

Hace 153 años nacía Theodor Herzl, fundador del Movimiento Sionista y visionario del Estado judío

Itongadol/AJN.- El 2 de mayo de 1860 nació en Pest, en el imperio austrohúngaro, Theodor Herzl (foto), un idealista y visionario que en agosto de 1897 vislumbró el establecimiento del Estado judío, pues convocó al Primer Congreso Sionista en Basilea, donde se fundó el Movimiento Sionista, que 50 años después concretó el sueño ancestral de millones de judíos al fundar el Estado de Israel en Éretz (Tierra de) Israel, que de acuerdo a la Torá, el Creador le otorgó al Am (Pueblo de) Israel. Creció en el seno de una familia acomodada de la parte oriental de Budapest (entonces separada de Buda por el río Danubio) que se asimiló a la cultura alemana, lo cual era común por esos años en Europa Central, si bien hasta los 10 años estudió en un escuela judía. En 1878, luego de fallecer su única hermana, la familia Herzl se trasladó a Viena, donde Theodor se inscribió en la Facultad de Abogacía y en 1889 se casó con Julia Naschauer, descendiente de una familia judeohúngara, con quien tuvo tres hijos. Herzl ejerció la abogacía poco tiempo, pues descubrió que su vocación era el periodismo, tarea a la cual se abocó con ahínco -ingresó a la redacción de uno de los más prestigiosos diarios vieneses, el Neue Freie Presse-, a la vez que escribía obras de teatro, en muchas de las cuales estaba presente la temática judía, en especial la relacionado a la necesidad de asimilarse a la cultura circundante. Esos trabajos literarios tuvieron un éxito discreto, mientras que sus artículos periodísticos fueron muy ponderados y la dirección del diario lo envió a diversos lugares de Europa para describir y analizar los acontecimientos que allí ocurrían. En 1891, Herzl fue designado corresponsal en París, donde permaneció cinco años, hasta que fue llamado de vuelta a Viena, pues había sido designado director de la sección literaria del Neue Freie Presse, cargo que mantuvo hasta su muerte. La problemática judía siempre le interesó, como también la política: fue miembro activo de la asociación de estudiantes nacionalistas alemanes Albia, a la cual renunció cuando el antisemitismo reinante en ella hizo que prohibieran que ingresaran nuevos miembros de origen judío; sentía que pertenecía a un pueblo que era odiado y perseguido. En París, Herzl debió cubrir las alternativas del “Caso Dreyfus”, un capitán del ejército francés que fue falsamente acusado de traición y condenado a degradación y prisión; lo que observó -que la población francesa, considerada una de las más progresistas de Europa, daba por sentado que era un traidor por el solo hecho de ser judío- lo impactó de sobremanera. Si bien era consciente de la existencia del antisemitismo, hasta ese momento entendía que el mismo se eliminaría con el progreso, pero el hecho que se actuara de esa forma en el país que había establecido los Derechos del Hombre lo llevó a plantearse que era imposible que se aceptara a los judíos, a quienes consideraban extranjeros, y que por lo tanto debía existir una alternativa: que tuvieran su propio país, un Estado judío. Hombre eminentemente racionalista, Herzl desarrolló la idea e intentó lograr el apoyo de los grandes filántropos judíos de la época, los barones Hirsch y Montefiore. Como éstos no estuvieron de acuerdo con su proyecto, lo plasmó en un libro, “Der Judenstaat. Versuch einer modernen Lösung der Judenfrage” (El Estado judío. Una solución moderna a la cuestión judía), que se publicó en Viena, en 1896. Allí, Herzl hace un análisis de la situación que vivían las diversas comunidades judeoeuropeas y propone mantener conversaciones con los principales líderes políticos del mundo para conseguir que cedieran un territorio donde pudieran instalarse los judíos, así como la creación de diversas instituciones que permitieran la concreción del proyecto. Este trabajo, de poco más de 100 páginas, fue de inmediato traducido al inglés, el francés y el ruso, a la vez que tuvo una amplísima difusión entre las masas judías de Europa Oriental. Si bien ya existían corrientes de pensamiento que postulaban el sionismo -la inmigración de los judíos a Éretz Israel-, su motivación se fundamentaba en aspectos tradicionales y no políticos; es por eso que al proyecto de Herzl se lo denomina “sionismo político”, además del hecho que en “Der Judenstaat” no se plantea que el Estado judío debería estar ubicado en la Tierra Prometida, sino en el territorio que se consiguiera. Con la finalidad de darle una organización estable a su propuesta, el visionario invitó a las diversas comunidades judías a participar en una asamblea que tenía la intención de realizar en la alemana Múnich, pero la oposición de los rabinos lo obligó a trasladarlo a la suiza Basilea, donde del 27 al 31 de agosto de 1897 se llevó a cabo el Primer Congreso Sionista, con la asistencia de 204 delegados, muchos de ellos representantes de pequeños shtetlej (aldeas) del imperio zarista. Durante las deliberaciones se aprobó la creación del Movimiento Sionista y el programa que habría de regirlo, denominado “Programa de Basilea”, en el cual se establecía la necesidad de fundar un Estado judío, que por presión de los congresales debía estar ubicado en Éretz Israel, la patria ancestral del pueblo judío, y se eligió a Herzl como presidente de la organización recién creada. Concluido el Primer Congreso Sionista, escribió en su diario: “En Basilea fundé el Estado judío. Esto no lo puedo decir en público porque se reirán de mí. Aunque se posea un territorio, el Estado es siempre algo abstracto e invisible para la mayoría”. Cincuenta años después, ese Estado “abstracto e invisible para la mayoría” se convertiría en realidad. Herzl, que con anterioridad al congreso ya había mantenido conversaciones con diversos líderes mundiales, redobló sus gestiones diplomáticas y se entrevistó con el sultán de Turquía, el Káiser Guillermo y el Papa, entre otros, con el propósito de convencerlos de que apoyaran su proyecto y le concedieran al Movimiento Sionista el territorio que necesitaba para establecer un Estado judío. Meses antes, en junio, de su propio peculio fundó el periódico Die Welt (El Mundo), que luego se convertiría en el vocero del Movimiento Sionista. En 1902, Herzl visitó Éretz Israel por primera y única vez, y a su regreso escribió su novela utópica Altneuland (La Vieja Nueva Tierra), en la cual describe cómo sería el Estado judío en 1922: un país moderno, democrático y próspero. El líder sionista presidió los siguientes cinco congresos, en los cuales informó de las gestiones diplomáticas que realizaba y se decidieron aspectos relacionados con la marcha del movimiento; entre otros, la fundación de un banco, el Jewish Colonial Trust, con sede en Londres, y del Fondo Nacional Judío, Keren Kayemet Israel. Las múltiples ocupaciones, los viajes y la permanente tensión deterioraron la salud de Herzl, quien falleció el 3 de julio de 1904 (20 de tamuz de 5664, según el calendario hebreo), en Edlach. En su momento había expresado una póstuma voluntad: “Quiero ser enterrado en el panteón junto a mi padre y descansar allí hasta que el pueblo judío me conduzca a Éretz Israel”. En 1949, sus restos fueron trasladados a Jerusalem, capital del flamante Estado de Israel, y enterrados en el monte que lleva su nombre.