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CARTA ABIERTA DE UN HOMBRE DESESPERADO
(Por favor, difundan: tal vez aún estemos a tiempo)
Las imágenes del piloto jordano ardiendo en llamas, ha marcado un antes y un después en mi persona.
Ya sé que alguien dirá que es una muerte más, que el terrorismo es una plaga mundial, e incluso que los niños del África mueren de a miles por inanición.
Y todo eso es correcto e inaceptable.
Pero no es “una muerte más” la que me preocupa, sino el grado de indiferencia de todos nosotros, hombres civilizados.
¿Quién está más enfermo? ¿El que incendia a un inocente ante las cámaras de televisión, o el que lo ve, se “indigna” y cambia de canal?
¿No entienden que estamos enfermos de indiferencia y apatía?
¿No les parece que tal vez llegó la hora de dejar de confiar en las grandes potencias y tomar el rumbo del mundo en nuestras manos?
¿Esas imágenes no justifican, al menos, una manifestación pacífica internacional?
¿Qué más debe suceder para que hagamos algo?
Hagamos dije, hagamos.
No dije “suspiremos”, no dije “repudiemos”, dije “hagamos”.
Para mí hacer es que todos los hombres civilizados salgamos a las calles, en silencio, y presionemos a los “dueños del mundo” para que también ellos hagan algo.
“Y esto de qué puede servir”, dirá algún lector sin esperanza.
“Para poder mirarme la cara en el espejo”, respetado lector. “Para no morirme de vergüenza”, estimado amigo.
Que los poderosos dejen de poner mala cara y pronunciar discursos desde las Naciones Unidas.
Porque ese hombre desconocido, ardiendo en llamas, al menos para mí, me coloca en una disyuntiva límite:
O el mundo (es decir, nosotros) reacciona, o simplemente acepta su destino suicida y su cómplice inacción, como la declaración explícita y cobarde del final del mundo “moderno”.
Después de ver a ese hombre ardiendo en llamas vuelvo a formular la pregunta, inspirado en Primo Levi: ¿esto es un hombre? ¿el que se calla y sigue su vida mientras otro hombre es quemado vivo ante sus ojos?
Ya no hablo de los asesinos.
Hablo de nosotros, señora, de usted, de su marido, y de mí.
Ha llegado el momento de gritarlo a los cuatro vientos, con el perdón de todos los ateos, incrédulos y cientificistas:
YA NO TENEMOS EN QUIEN APOYARNOS
SINO EN EL JUICIO Y LA JUSTICIA DIVINAS.
SINO EN EL JUICIO Y LA JUSTICIA DIVINAS.
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