jueves, 19 de junio de 2008

Volviendo a Martín Buber (1878-1965)


Al cumplirse 130 años de su nacimiento:

No puedo referirme a Martín Buber sin un sentimiento de gratitud. Le debo buena parte de mi formación. La lectura y el estudio de sus escritos, me enseñaron a insertar su visión religiosa en la práctica del pensamiento, es decir, a reconocer que hay formas de la fe que no amenazan la independencia de la razón sino que, por el contrario la refuerzan.
La fe no niega a la razón sino que le recuerda sus límites. Esto lo reconoció ya uno de los más grandes racionalistas modernos, Manuel Kant. Y es lo que protagonizó de modo original y conforme al lenguaje de su tiempo, Marín Buber. Optó por la razón, pero no quiso confundir sus audacias innovadoras, con los delirios de una desmesura. Llevada a su omnipresencia, ésta puede dejar de ser razonable y caer en la locura: ese estado que Chesterton había definido no como “pérdida de la razón”, sino como el de “quien lo ha perdido todo menos la razón”.

Las desmesuras

El genio de Martín Buber también transitó el camino de vuelta; el de las correcciones a las desmesuras de la religión. Ésta confunde, a veces, la fe con el fanatismo, la hipertrofia ritual, la rigidez dogmática, la violencia, la retórica cansina, el vacío tradicionalismo.
En tales casos, Buber da la bienvenida a la crítica del filósofo. Llega al extremo de justificar expresiones del llamado “humanismo ateo”, como un “shock.” bienhechor para la religión ( Marx, Nietzsche, Freud, Sartre, Merleau–Ponty ) Aquel movimiento la sacudió de su letargo y denunció enmascaramientos; la religión aprendió a criticarse a sí misma, tomó conciencia de sus debilidades y se desprendió de toxinas que enfermaban su cuerpo.
Fue un ejercicio de verdadera purificación. El ateísmo contemporáneo jugó entonces, un papel religioso y vino a ser, en palabras de Buber, “la plegaria del filósofo al Dios nuevamente desconocido” (“Eclipse de Dios” )..
Nuestro pensador sostiene que en algunos momentos de la historia de una religión, las formas de la relación que el hombre establece con “aquello que carece él mismo de forma” (p. 44), se convierten en obstáculos para la relación misma. Se trata de doctrinas, ritos, prácticas, símbolos que, con el tiempo, son productos sin vida pero sacralizados: sustituyen a Dios e imposibilitan una relación viva. Al enjuiciarlos, el filósofo eleva, sin saberlo, una “plegaria al Dios desconocido”.La tarea del ateo en este caso, es solidaria con la del que se dispone a un nuevo encuentro divino.

Lucidez múltiple

Esto es lo genial de Martín Buber: una sencilla pero inobjetable lucidez en constante movimiento. Dirige su luz en sentidos múltiples y opuestos: el de una religión que ilumina la filosofía, o el de una razón , que contribuye a que la fe cobre una nueva vida. Mucho aprendí de él cuando siendo alumno del “Majon Ginberg” en Jerusalem (1956), fui junto a mi compañero Efrain Jacubovich, a escuchar algunas clases que el filósofo dictaba; quedamos muy impresionados por sus razonamientos y sus pensamientos.
Con el tiempo vine a constatar que él continuaba esa tradición fundadora del pensamiento occidental, que tuvo lugar en la baja Edad Media y cuyas figuras mayores fueron Maimónides, judío, Averroes, islámico y Tomás de Aquino, cristiano. También ellos consideraban, en su tiempo, que no hay sabiduría verdadera sin la confluencia de la razón y la fe, las dos indestructibles vertientes del espíritu humano.
Otro aporte fundamental de Martín Buber es su valoración de la utopía.
Por los años´60 del siglo xx, yo estaba ganado por una desconfianza en las utopías sociales, sustentadas todas, en esquemas colectivistas y autoritarios. A partir de un hecho violento germinal y de un redentor social, ellas permitían un orden justiciero, la versión secularizada de un Reino de Dios en la Tierra. Esta esperanza terminaba casi siempre desmentida, por terribles consecuencias: los Gulags, el universo concentracionario, el terror y las masacres colectivas.
Las utopías sociales empiezan soñando con la abolición del mal, y en manos tiranas terminan convirtiéndose en ficciones asesinas


Hilo de redención

Pero Buber adoptó una perspectiva muy suya: vinculó el tiempo histórico con la eternidad, asoció utopía y escatología. Esta última entendida como un saber en torno a lo que acontecería al final de los tiempos. Un mismo hilo de redención uniría el proyecto social próximo y la distante meta de lo universal humano. Buber propuso ensamblar el “deseo utópico” en tanto aspiración legítima a un inminente “espacio perfecto”, con la aspiración escatológica a un venidero “tiempo perfecto” que se daría como el sentido de toda la historia humana.
En ambas dimensiones estaría presente un designio divino cuya consumación depende de la voluntad y la libertad humanas; en palabras de Buber: “de la fuerza de la resolución de todo hombre” (“Caminos de utopía”). Pero no del hombre aislado sino en “relación” y “diálogo” con otros, en un ámbito de vida en común. “El hecho fundamental es el hombre con el hombre” escribe. “¿Que es el hombre?”).
Como se advierte, la escatología de Buber no es determinista, no se funda en la pura obediencia al mandato divino, como en la escatología apocalíptica de raíz irania. Dado que se inspira en la del Antiguo Israel, la de Buber es profética: en el diálogo con Dios, le otorga valor decisivo a la respuesta de la libertad humana.
¿Cuál es en suma, esa meta última hacia la que se encaminaría el milenario peregrinaje de las sucesivas generaciones a través del tiempo? En su bello libro “Caminos de utopía”, Buber responde: “La esperanza primordial de toda la historia se endereza a una auténtica comunidad del género humano”.Oír esto, ahora, al igual que en 1955 cuando lo escribió, suena a irrisión, escándalo y locura. Pero hay que afinar el oído y distinguir el metal de voz. Quien lo dijo, quien lo dice, no es novelista destacado, ni un político, ni el buen columnista semanal de un diario o un programa televisivo.Lo dijo, lo dice, un profeta, una figura espiritual-al igual que Mahatma Gandhi-, otro iluminado del siglo xx.
Y lo dijo Buber luego del exterminio de seis millones de hermanos en la sangre y en la fe. Atreverse a sostener, todavía con la herida abierta, “que toda la historia se endereza a una auténtica comunidad del género humano”, y recordarlo hoy, a la vista de tanto terror desencadenado en el mundo, exige un acto de extrema seriedad, recogimiento y gratitud .
Esa visión fraterna del futuro, a muchos nos ayuda a vivir.El profeta es el ciudadano de la lejanía y alcanza a ver lo que yo no veo, pero creo en su palabra con todas las fuerzas del corazón.
Por Moshé Korin
Fuente: Mundo Israelita

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.