jueves, 9 de julio de 2009

Clarín en Ostrava: la ciudad bajo tierra de los nazis


Entrar a un búnker significa darse de frente contra una serie de sensaciones que nunca se pueden agotar en las imágenes. Por ejemplo, el extraño silencio de un lugar bajo la superficie. Uno de esos sitios que se hicieron casi comunes en Europa durante la Segunda Guerra está en las afueras de Ostrava, a unos metros de la frontera con Polonia.
En la entrada del lugar está Pavel, un chico muy joven que está a cargo de la custodia. Es un típico joven de pueblo de Europa Oriental, con el pelo corto y cierta timidez. Pertenece a un club militar que se encargó de restaurar el búnker y ahora se ocupa de conservarlo.
Adentro, lo que de entrada se percibe es el olor a humedad y obviamente a encierro. El agua corre por el piso y las paredes blancas transmiten una temperatura casi bajo cero. Y enseguida se nota que los caminos que se abren y las habitaciones son muy difíciles de contar.
Pavel muestra todo con mucho entusiasmo. Explica que la sala de comunicaciones servía para establecer contacto con la red de búnkers que los nazis tenían establecida en Europa para refugiar a sus tropas.
Los nazis consideraban a Ostrava, según cuenta Pavel, la última posibilidad de resistencia ante el avance del Ejército Rojo hacia Europa central. Esa importancia estratégica fue la que derivó en la construcción del búnker, donde el aire debía ser renovado permanentemente por las emanaciones de gas que generaba hacia adentro un cañón al ser disparado.
Ver las cuchetas donde dormían los soldados alcanza para pensar en largas noches en vela. Apilados en espacios muy reducidos, con bases de alambre y colchones ínfimos. Todo, mientras la guerra avanzaba unos metros hacia arriba. En la ciudad donde se jugará la Davis y en la que la locura hitlerista también dejó su huella.Fuente Clarin

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