miércoles, 2 de enero de 2013

Gala hace gala de su antisemitismo

por Marcelo Wio 21 de Diciembre de 2012 Imprimir | Enviar | Compartir El siguiente texto, escrito por Antonio Gala en su columna diaria (La Tronera) en el diario El Mundo (7 de diciembre de 2012) no merece, siquiera, la más mínima aclaración. El catálogo antisemita al completo es desplegado por Gala. “LOS ISRAELÍES están gobernados por cabezotas. Netanyahu es de temer: el amor a su pueblo lo traduce en odio tenaz a los palestinos. Así no pueden tenerse amigos -o aliados- duraderos ni ganarse las simpatías del resto de la Humanidad. Cualquier reconocimiento a la supervivencia de sus vecinos lo saca de quicio. No ya satisfecho con dar algo más que la vara en Gaza, en cuanto ha reconocido la ONU como Estado a Palestina se ha puesto a construir. ¿Qué querrá? ¿Que lo nombre corral de moros o basurero gerosolimitano? De veras, ya está bien. Israel vive del arrepentimiento tras la Segunda Gran Guerra (bueno, vive de bastante más que eso: los judíos destacan por ser buenos negociantes), pero es difícil que dejen vivir a nadie cerca de ellos. España fue, en su momento, un ejemplo largo; el resto del mundo, también. Cuenta con amplias simpatías -la mía entre ellas-, pero procuran dejar de merecerlas...” Hay simpatías que, mejor, no merecerlas. ¿Cuando Gala dice Netanyahu, está diciendo judío? ¿Cuando dice israelíes, también está diciendo judíos? Lo que es seguro, es que, cuando dice judíos, despliega todo un arsenal antisemita: el judío avaricioso y negociante; el judío como causa y consecuencia del propio antisemitismo; la justificación tácita de la expulsión de los judíos de España y del Holocausto Nazi; el judío sediento de muerte (“... reconocimiento a la supervivencia de sus vecinos lo saca de quicio”). El judío como el mal de la humanidad, en definitiva: “... es difícil que dejen vivir a nadie cerca de ellos...”. El espacio para el debate, la discusión, la exposición de ideas, la corrección, está reservado para aquellos que creen en el poder de la razón. Antonio Gala, cuando habla de Israel, lo hace desde el odio más visceral. El odio, propone C.F. Alford en el libro The Psychology of Hate, es "como una elección de esclavitud para con otro con el objetivo de otorgarle significado, estructura y conexión al frágil yo". Uno se convierte en esclavo del objeto (pues el sujeto se cosifica) del odio, depende de él para encontrar un sostén para la propia existencia. El odio compartido hacia un mismo sujeto brinda la posibilidad de interrelación con otros que encuentran el mismo alivio, el mismo subterfugio con esa táctica. El antisemitismo parece ser, además, el punto donde los extremos se encuentran y confunden: la extrema izquierda y la extrema derecha en una postura común. Es preciso tener en mente que el odio no se razona; y con el odio no se razona. El odio no precisa ni de membresía ni de credenciales, pero termina creando ciertas afinidades entre grupos sociales, un lugar de encuentro, de reconocimiento mutuo, sin necesidad de lógica ni de estructuras complejas: sólo necesita un sujeto en el que descargar frustraciones, obsesiones y las pasiones más bajas de las que el humano es capaz. El judío ha sido, y sigue siendo, este punto de encuentro para tantos que no son más que el desprecio que ejercitan. No es la primera vez que Gala hace gala de su antisemtismo. ReVista ya ha escrito sobre el tema en reiteradas ocasiones: Antonio Gala y El Mundo reiteran el "algo habrán hecho, El cinismo antisemita de Antonio Gala en las páginas de El Mundo, España: en El Mundo, el escritor Antonio Gala da rienda suelta a su obsesión antisemita y Se dispara el antisemitismo en Internet, según el Observatorio de Antisemitismo de España. ¿Puede un medio justificar la publicación de estos libelos aduciendo libertad de opinión? ¿Gala opina? Es decir, ¿discurre sobre las razones, probabilidades o conjeturas referentes a la verdad o certeza de algo? ¿O simplemente ejecuta una descarga vitriólica? El odio no es una opinión. La reiterada publicación de “justificaciones” del odio - en definitiva la difusión y la “normalización” del mismo - no forman parte ni remotamente de la labor periodística. Denigrar o infamar, no es informar