viernes, 18 de enero de 2013
Mi querido anónimo
Rabino Daniel Oppenheimer
Melina estaba entusiasmada. Había recibido - por fin - su ansiado obsequio: Una PC para tener en casa. Ya en la escuela era la única de la división que no tenía computadora en su casa y eso la hacía sentir que era “menos” que sus compañeras.
Es verdad, sabía manejarse bien con el aparato, pues había aprendido computación en clase, y cuando necesitaba cumplir alguna tarea, podía ir a la casa de alguna de sus compañeras (siempre amables) y se la dejaban utilizar. Pero le daba vergüenza tener que pedir siempre y aclarar que ella no tenía computadora. Tampoco gustaba de los locales en donde podía trabajar, porque no había “buen ambiente”, y además le molestaba el humo de los que fuman.
Pero había un tema más: Las compañeras siempre mantenían en contacto entre ellas, mientras que Melina se sentía excluida. También ocasionalmente hablaban - en tono un poco más bajo y misterioso - de otras personas con quienes “chateaban”, cosa que le parecía un misterio a Melina, y que le era aun más molesto al no poder participar por carecer un aparato propio en su hogar.
Melina - una alumna promedio que acababa de cumplir 17 años - había vivido toda su vida en el seno de lo familiar - hermanos, tíos, abuelos, primos, y escolar: sus compañeras de la escuela. No tenía otras relaciones. Lo que el futuro le depararía era un “gran signo de pregunta”. Puesto que era la mayor de los hermanos y primos, no tenía una idea fija de lo que debía hacer y cómo llegaría a ser adulta. La información que poseía era vaga, jamás se había atrevido a conversar ciertos temas con sus papás y tampoco ellos habían dado señal de que estuvieran interesados en abrir ese tema.
La mamá de Melina trabajaba como vendedora en un negocio de los tíos, para ayudar en la economía de la casa. Los hermanos que le seguían eran muy buenos alumnos y compinches entre sí. Georgina, la menor, absorbía casi todo el tiempo libre de la mamá, l iertos temas con sus papás y tampoco ellos habían dado señal de que estuvieran interesados en abrir ese tema.
La mamá de Melina trabajaba como vendedora en un negocio de los tíos, para ayudar en la economía de la casa. Los hermanos que le seguían eran muy buenos alumnos y compinches entre sí. Georgina, la menor, absorbía casi todo el tiempo libre de la mamá, lo cual colocaba a Melina en la penumbra con una vida opaca que no llamaba la atención de nadie.
El mundo exterior estaba en el “más allá”. Su propio sueño del futuro, no era más que una construcción basada en las quimeras ilusorias de un príncipe azul - que la llevaría en caballo blanco a un castillo, donde vivirían y serían felices para siempre - y que había escuchado desde niña, alimentando su imaginación de “ser grande”.
La intriga de conectarse con el mundo desconocido hasta el momento creció. Una vez “conectada” al sistema, no se hizo esperar. Feliz y confiada, aprendió a estar “on line” durante muchas horas, no solamente con las amigas, como había sido los primeros días, sino con todo aquel que respondiera a sus intentos por conectarse.
No faltaban conexiones atrayentes y llamativas (¿buscando relaciones, amistad, romance o amor?)
La fascinación de Melina con su nuevo “chiche” no tenía límites. No solo había bajado su precario rendimiento en la escuela, sino que dormía cada vez menos que antes y estaba “ida” en sus conversaciones con la familia.
Sus nuevos “amigos” le escribían casi todos los días, y ella contestaba - creyendo todo lo que le decían. A la tarde, no podía esperar a volver a su casa para encender el aparato y saber si le habían dejado mensajes.
Claro que en su inocencia, sentía que había encontrado esa “categoría” y “protagonismo” que jamás había tenido.
Pasó un tiempo. A medida que crecía la familiaridad con sus compañeros del chat, así menguaba la confianza con su propia familia. Pequeñas cosas de su entorno inmediato la comenzaron a fastidiar. Ante cualquier contrariedad, iba sola a su cuarto.
Un colega virtual, no dejaba de escribir. Era un tal Mauro Levy y su nombre le sonaba familiar de algún lugar que no recordaba. ¿había sido en el Bet haKneset, o un compañero de Gan?
Si no lo conocía personalmente, “sabía” acerca de toda su vida, pues ya se habían confiado mutuamente todo. Melina percibía que tenían muchas cosas en común. Todo lo que ella le contaba en sus notas, a él le parecía interesante. ¿Y él? Siempre le ponía mensajes agradables que a ella la hacían sentir bien - como jamás se había sentido antes.
Soñaba con él, a pesar que jamás lo había visto. Se sentía atraída a él. Claro que en su cabecita, Mauro no podía estar sin ella. Él ya se lo había confesado en sus mensajes.
Para Melina, Mauro no podía ser otra cosa que lo que ella imaginaba - tanto en su apariencia física, como en sus virtudes de inteligente, atento y afectivo.
Y no podía ser distinto, pues si él - siempre que “entraba”a la computadora - le escribía, “algo” significaba; y si lo que ponía era extenso, eso le daba la certeza absoluta que ella a él le importaba, y si el que empezaba las conversaciones era siempre él, “algo” estaba expresando, y si a la hora señalada, ella no se conectaba y él mandaba un mail preguntando dónde estaba, era más que “cantado” que la quería, y que tenía un interés genuino en ella.
¿Ud. quiere saber cómo siguió la historia?
Pues, querido lector: no se lo puedo contar. Esta hoja no es una novela. Todo pudo haber sucedido a Melina: desde la situación “ideal” en la que realmente se conociera con Mauro y fueran una pareja ideal - lo cual no es imposible, y puede teóricamente suceder (en una fracción mínima) - hasta lo peor, que no quiero detallar en este espacio para no ser alarmista, pero que no es secreto, pues lamentablemente estas circunstancias mayoritariamente desembocaron en mucho dolor y sufrimiento.
El atractivo de los chat, en muchos casos es para ponerse en contacto con gente nueva. Permite a los individuos inhibidos soltar su imaginación, sus fantasías e ilusión, creer que buscarán (y encontrarán) el “amor idea l”, y llenar el vacío de la soledad.
En la computadora, se eliminan las inhibiciones.
Los chats son divertidos, lo cual no quiere decir que no sean peligrosos.
En los chats, que se están convirtiendo en un fenómeno social y una nueva forma de comunicación, se mueven personas sanas, pero también los peores elementos de la sociedad - la mayoría de las veces bajo una identidad falsa - y afloran detrás de las máscaras los más perversos propósitos. Los hombres pueden hacerse pasar por mujeres, los adultos, por niños y por gente honrada. Según las estadísticas, una de cada cuatro personas que entra en un chat lo hace con fines malintencionados y que nueve de cada 10 ciber-romances terminan en chasco.
Claro que el ingenuo que entra en esto, cree que es sólo “un juego ”. Le divierte “conocer” a gente por este medio. Cree que allí puede mostrarse realmente como es, aunque en el fondo sabe claramente que muchos de sus interlocutores no son sinceros, y que en realidad nadie conoce a nadie.
En su intelecto sabe también que se conecta con Internet compulsivamente, o sea que no es libre en sus decisiones. Si fuera honesto, tomaría conciencia y vería que esta adicción al chateo se torna más obligatoria en personas con problemas de integración social y hasta conoce de otros que se han embarcado en aventuras que han conducido a terribles desengaños - pero le cuesta soltarse de ese estilo de vida , que le permite sortear su timidez y apocamiento.
Termina por preferir el chat a las relaciones en la vida real, es capaz de dejar cualquier cosa para chatear, siente ansiedad si no puede hacerlo por el motivo que sea y ve degradarse su vida social o familiar.
Pues entonces: ¿tiramos las computadoras a la basura?
No creo que eso sea viable. Vivimos en la era de la informática, y este mismo fascículo lo escribo en la máquina virtual.
Nuestra época nos permitió acceder a herramientas que jamás se conocieron en el pasado. La computadora nos faculta a escribir, corregir fácilmente el mismo texto, modificar el tamaño y estilo de las letras, insertar, borrar y comparar, etc.
En la vida real, casi todo se maneja con estas máquinas. Pero claro, es como un cuchillo: cuanto más filoso - más riesgoso. El “chat” es tan solo uno de los distintos trastornos contemporáneos producidos a través de la informática. Todos los usuarios somos potenciales víctimas de los estragos que pueden causar, y nadie está exento. Esto incluye riesgos físicos, psíquicos, anímicos y espirituales.
Volviendo al caso específico de Melina, y todas las demás “Melinas” en sus distintos matices, el aparato llenó (casi seguro por muy poco tiempo) un vacío emocional y sentimental. Como tantos, ella tampoco sabía bien qué es lo que buscaba, pero - aun si fue con auto-engaño - lo encontró. A raíz de la falta de apoyo familiar, la omisión de un modelo claro y un diálogo a la altura de las circunstancias, se juntaron “el hambre con las ganas de comer”.
¡¿Cuánta gente vive con esa enorme necesidad de contención que debiera recibir de sus seres queridos y allegados, y no la encuentra pues vivimos en un mundo super-acelerado, más empecinado en competir y exhibirse, que en una vida real, tranquila cuidada?!
¿Cuántas “Melinas” hay que no saben, y nunca se les dedicó tiempo para ir encarando su futuro acompañada por la contención de sus papás y maestras, evitando que se deba arriesgar a caer en manos de gente peligrosa a través de la pantalla en su propia casa?
Pregunta Ud. ¿Pero no conocemos, acaso, matrimonios que se han conocido por los programas de búsqueda de pareja?
Efectivamente, es posible que existan algunos que se conocieron por este medio, como también habrá aquellos que se conocieron sobre un avión, y otras situaciones inauditas.
Sin embargo, esto no justifica ni minimiza los riesgos de los “encuentros” cibernéticos colmados de engaños y aventuras, y que - sin duda - no es lógico someterse, ni someter a otros a peligros de toda índole para una función (la de encontrar su “media naranja”) que se ha podido realizar durante muchos siglos de modo sano y saludable, en medios adecuados y acompañados por padres, maestros y asesores espirituales sabios y experimentados.
La idealización de lo que uno desea es algo naturalmente humano. Cuanto más se siente defraudado con los factores de la vida real, tanto más se encandilará y enamorará con lo que crea ofrecer la ilusión de lo que desconocido - precisamente porque no se lo conoce y, por consiguiente, da lugar a dibujar en la imaginación todo lo que uno desea creer acerca de/la otro/a.
En ese enamoramiento ficticio, olvidamos que somos seres polifacéticos, y que las habituales pasiones a las que estamos habituados responden a inclinaciones por ciertas facetas parciales de otra persona que gusta o “cayó bien”.
Del mismo modo en que la seducción inicial sucedió por ciertos aspectos subjetivos (dado que deseamos quererla, no le podemos ver nada malo), así también los odios posteriores se producen por visiones parciales de la otra persona (cuando nos enojamos por el auto-engaño, desaparecen todas las virtudes del otro aun si somos concientes que estamos tapando esas mismas virtudes que positivamente reconocimos anteriormente…).
Asimismo, la idea de “conocer” a otra gente por “chat”, cuando en realidad no se la conoce, responde a un modo de vida superficial que caracteriza la época actual, y a un escapismo desesperado de la soledad real o supuesta. Los hogares y su intimidad, se vieron desdibujados. Las relaciones personales, se tornaron fingidas. Las amistades son descartables. De este modo, los noviazgos y los amoríos se hacen y deshacen en materia de segundos, según corran los ánimos de los integrantes.
La historia de Melina nos debe hacer reflexionar. La cuestión - en sus múltiples modos que se pueda presentar, es ineludible en todos los ambientes. El mundo cambió y sigue cambiando muy velozmente - tan solo con un “doble clic”…
Fuente: Ajdut Informa Nº520
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