miércoles, 26 de junio de 2013

La Onda Digital Por Avelina Lésper* Marc Chagall creyó en la belleza

Después del Holocausto la noción que tenemos de la humanidad, de nosotros mismos, no puede ser ni será la misma. Saber que en complicidad individuos y naciones persiguieron y exterminaron a millones de personas nos dice que la sociedad puede ser repugnante. ¿En qué se cree después de un horror así? Marc Chagall creyó en la belleza. Su pintura es la rebeldía y una fuga a una dolorosa realidad para él y su familia. El pueblo judío, ya antes de la Segunda Guerra, fue acosado en Rusia, y con la persecución nazi esto se convirtió en una pesadilla sin límites. El color está presente en la realidad, en la cotidianeidad, en la naturaleza, sus innumerables matices nos cubren. Verlo, percibirlo y entenderlo, sentirlo es una virtud del que se detiene a pensar en él, en conocerlo. Las guerras son negras, son grises, las explosiones, las nubes de los incendios, el frío, la tristeza de la violencia, es monocroma hasta que la sangre la invade con una mancha que se extiende, que se apodera del espacio de violencia. Chagall se olvidó de la monocromía de la guerra, de ese manto espantoso que cubre días, años, y que se queda en la ropa, en la voz y en los ojos. Su pintura es emocional, lúdica, el color estalla. Para mantener esta presencia de un color emancipado y brillante, reinventa la composición, deja el orden natural de las cosas y crea otros planos que narran lo que a él le interesa, sus personajes están no ubicados en un lugar, están en un estado de su sensibilidad y su memoria. Sus pinturas se describen como narráramos un sueño, sin lógica, con el orden sensorial que designa el peso de cada imagen en la visión ficticia de lo que añoramos o imaginamos. Podemos decir: soñé un enorme pájaro, verde, azul y amarillo, un músico tocaba el violín, el pájaro era más grande que él. El pájaro bailaba al ritmo de la música que sonaba como una canción antigua. Tenía un reloj en la mano y una mujer bailaba en otro lado. Estaba en medio de la arena de un circo, el lugar es rojo, es de noche, otra mujer y un caballo miraban al pájaro y alguien caminaba con un ramo de flores blancas en las manos. La historia carece de lógica, pero es coherente, dentro del mundo que Chagall inventa. Reúne en su obra las diferentes tendencias modernistas para crear un lenguaje ya canónico que ha sido imitado por cientos de artistas. La composición cubista, los temas fovistas, la aparentemente arbitraria utilización del simbolismo para aportar aspectos psicológicos y oníricos a la obra. La Tormenta es una pintura inusual en su obra, un cielo negro con una enorme nube amenaza a los campesinos. Un árbol de hojas rojas se dobla ante en viento, uno de los hombres se inclina ante la fuerza del aire, grita, y otro sale con un paraguas en la mano. En un plano superior, con ese manejo de las distancias que recuerda a los rompimientos cubistas o tal vez en la ensoñación de un recuerdo, un campesino arrea a un chivo para llevarlo al establo. Un caballo rojo, cabañas ocres, amarillas, con luces blancas, ventanas verdes-azules, no hay un solo color definido, Chagall no respeta fronteras cromáticas, las mezcla, acentúa el hecho de que el color es una percepción engañosa, es un timo para nuestros sentidos. Esta pintura a pesar de anunciar lo que podría ser una catástrofe, tiene la narración de las leyendas, de las historias que se trasmiten oralmente de una generación a otra. Esa continuidad de las historias, de la identidad de las personas a través de sus relatos, Chagall la idealiza en su obra: novias, enamorados, músicos, flores, circos, animales que son personajes, sobre fondos amarillos, azules, violetas. Es una pintura emocional, nostálgica, que necesita representar lo que ama. Su obra rechaza la intelectualización que se apoderó del arte, Chagall decía de él mismo que pintaba con el corazón. Charles Marq, maestro especializado en la creación de vitrales y colaborador del artista por 28 años, que trabajó con él, entre otras obras, en la creación de los vitrales de la Catedral de Mainz, Alemania, recordaba que Chagall era un hombre extremadamente sencillo, profundamente sentimental, y decía “lo he visto llorar mientras trabajaba”. Abordó diferentes técnicas, pintura, litografías, grabados y sus magníficos vitrales. La realización de los vitrales de la catedral de Mainz fue para Chagall un proceso de reconciliación entre Francia y Alemania, y aportaron algo más, la recuperación de él mismo, desde su visión mística, del doloroso proceso de la guerra. Los azules radiantes de Marc Chagall, provienen de su más intimo ser, “Nuestro mundo interior es una realidad más importante que el mundo exterior”, decía el mismo de su pintura. El crítico de arte, Lionello Ventury escribió “Chagall crea un arte para el alma, no para el intelecto”. *Crítica de Arte mexicana