miércoles, 4 de febrero de 2015

Contra el nuevo antisemitismo: recordar que el Holocausto nos protege a todos


Por Bernard Henry-Levy
 
A comienzos del día de hoy, en cumplimiento con una aspiración de vida, tuve el honor de dirigirme en una sesión especial del plenario de la Asamblea General de Naciones Unidas.
 
El tema era la creciente violencia antisemita en el mundo.
 
No siempre un filósofo es convocado, en este foro, para hablar. Esta es una de las primeras veces (Elie Wiesel y Jiddu Krishnamurti vinieron antes) que un escritor se puso de pie, en este estrado,  desde el cual tantas grandes voces sonaron  y donde la causa de la paz y hermandad entre los pueblos logró  alguno de sus más importantes y nobles avances.
 
Es, por  tanto, con gran emoción y con profundo sentimiento de honor que me dirijo,  a  ustedes,  hoy.
 
Pero, ustedes,  me invitaron, esta mañana, no para escuchar mi perorata sobre el honor y la nobleza de la humanidad sino, más bien, para lamentar el renovado avance de la inhumanidad radical, sin fundamento alguno tal como es  el antisemitismo.
 
En Bruselas, solo pocos meses atrás, la memoria de judíos (y quienes mantienen esa memoria) fue atacada.
 
En Paris, hace pocos días, escuchamos, una vez más, el grito infame de “Muerte a los judíos” y dibujantes fueron asesinados por caricaturizar, policía por realizar su tarea y judíos “solo” por ser judíos y estar comprando.
 
Y en otras capitales, muchas otras, en Europa y diversas  partes, criticar a judíos - una vez más-  se está convirtiendo en el grito de guerra de un nuevo orden de asesinos;  a menos que sea,  ese mismo orden cubierto por nuevos hábitos.
 
Naciones Unidas fue fundada para combatir esta plaga.
 
A esta Asamblea le fue otorgada la sagrada tarea de evitar que, esos terribles espíritus, despierten.
 
Pero, regresaron  y ese es el por qué estamos aquí.
 
Sobre el tema de ese curso, sobre sus causas y los medios por los cuales resistirlo, quisiera comenzar refutando una cantidad de análisis actuales que, temo, sirven solo para evitar que este mal nos mire a la cara.  No es verdad, por ejemplo, que el antisemitismo es solo una forma de racismo. Ambos, por supuesto,  deben ser combatidos con igual determinación. Pero, no se puede luchar lo que no se comprende. Y debe entenderse que, si el racismo odia en el Otro su visita y conspicua Otredad, el antisemitismo odia su invisible e indefinible diferencia. Y,  todo dependerá de cómo se desplegará  la estrategia y la conciencia  de su naturaleza.
 
No es verdad que el nuevo antisemitismo tiene, como se  escucha de modo constante,  en especial en EEUU,  su raíz en el mundo árabe islámico. En  mi país, por ejemplo, tiene una doble fuente que actúa como un doble vínculo. Hay, es verdad, muchas almas perdidas en un islam radical que se convirtieron en el opio más tóxico que invade los territorios perdidos de nuestra República. Pero hay, además, aquel viejo monstruo francés que, desde el caso Dreyfus y Vichy, duerme  con un ojo abierto y, al final, no es incompatible con la bestia islamo-fascista.
 
Y,  finalmente, no es exacto decir que la política de un Estado particular- me estoy refiriendo, de modo obvio, al Estado de Israel- genera antisemitismo, del mismo modo que las nubes producen tormenta. Vi  capitales europeas en las que, la destrucción de judíos, fue casi total y, sin embargo, el antisemitismo prospera. Vi  otras, más lejos, donde los judíos nunca vivieron y, sin embargo, la palabra “judío” es sinónimo del mal.
 
Y lo digo aquí que, aun si la conducta de Israel fuera ejemplar;  aun si Israel fuera una nación de ángeles;  aun si a los palestinos les fuera otorgado el Estado al que tienen derecho, incluso entonces, este viejo y enigmático odio no se disiparía ni un ápice.
 
Para entender cómo opera, el antisemitismo hoy debemos abandonar esos clichés y escuchar, en su lugar, cómo se expresa  y cómo sus partidarios lo justifican. Porque, después de todo, los antisemitas nunca  se contentaron en decir, “bien, así es:  somos mala gente y odiamos a los pobres judíos”.
 
No!
 
Nunca dijeron: “Los odiamos porque asesinaron a Cristo”. Ese fue el antisemitismo cristiano.
 
Ellos dijeron: “Los odiamos porque, al producir el monoteísmo, inventaron a Cristo”. Ese fue el antisemitismo del Iluminismo que quiso acabar, en conjunto,  la religión.
 
Ellos dijeron: “Los odiamos porque pertenecen a otra especie reconocible por los rasgos observados solo en ustedes  y que contaminan a otras especies”. Ese fue el antisemitismo racista, la variedad contemporánea ayudada por la emergencia de las ciencias de la vida moderna.
 
Incluso afirmaron: “No tenemos nada, per-se,  contra los judíos. No. No, realmente,  nada. Y no pudimos preocuparnos menos si asesinaban o creaban a Cristo o si  son (o no) una raza aparte.  Nuestra queja es que, la mayoría,  son plutócratas empeñados en dominar al mundo y oprimir a la gente humilde.”  Ese fue el socialismo maniqueista que, a través de Europa,  infectó el movimiento de los trabajadores en la época del caso Dreyfus.    
 
Hoy, ninguno de esos argumentos funciona.
 
Por razones que tienen que ver con la historia del terrible siglo XX, poca gente, gracias a D´s, permanece no consciente que, todos esos argumentos antisemitas, que  dieron como resultado abominables masacres y fueron, como un escritor antisemita francés dijera alguna una vez, descartados por el hitlerismo.
 
De manera que, para el viejo virus reanude su ataque en  las mentes de las personas, para que una vez más inflame a multitudes de gente común, para que grandes cantidades de hombres y mujeres retomen el odio mientras creen que están haciendo el bien, o, si prefieren, creen que puede haber legítimas razones para odiar a los judíos,  se necesita una nueva serie de argumentos, una teoría  que la historia aun no haya tenido tiempo de desenmascarar.
 
Hoy, el antisemitismo – en el fondo – habla de tres cosas. Puede funcionar a gran escala, convencer, encender los corazones y mentes solo ofreciendo tres nuevas y vergonzantes proposiciones.
1.Los judíos son detestables porque, se supone, apoyan a un Estado asesino, ilegítimo y malo. Esto es el delirio antisionista de los despiadados adversarios del re-establecimiento de los judíos en su histórica patria.
2.Los judíos son los más detestables porque se cree que sustentan  su amado Israel en un sufrimiento imaginario, o en un dolor  que, por lo menos, fue exagerado. Esta es la infame negación del Holocausto.
3.Al hacerlo los judíos podrían cometer un tercer,  y ultimo,  crimen que puede hacerlos  más culpables, que es imponernos la memoria de sus muertos, para ahogar - por completo-  la memoria de otros pueblos y eclipsar a otros mártires cuyas muertes minaron  a buena  parte del mundo actual, más emblemáticamente la de los palestinos en duelo. Y aquí estamos, frente a frente, con el flagelo de hoy:  la estupidez, que es el victimización competitiva.
 
El antisemitismo necesita de estas tres formulaciones, que son como los tres componentes vitales de una bomba atómica moral. Cada una, por separado, sería suficiente para desacreditar a un pueblo, para hacerlo, una vez más, abominable. Pero,  cuando los tres se combinan,  se ponen en contacto y se les permite anudarse, una cruz, una hélice, bien;  en ese punto podemos estar bastante seguros de enfrentar una explosión de la cual todos los judíos, en todas partes, serán los objetivos designados.
 
Se dirán: Qué monstruoso pueblo es capaz de esos tres crímenes!
 
Qué extraña imagen se forma de esta comunidad, de hombres y mujeres, que adultera  lo que debían mantener como más sagrado- la memoria de sus muertos- para el propósito de sustentar la legitimidad de un Estado ilegítimo y sentenciar, al resto de las víctimas del mundo, al sordo y mudo silencio.
 
Ese es el antisemitismo moderno.
 
El antisemitismo, a gran escala,  no regresará  a menos que logre popularizar este insano y vil retrato del judío moderno.
 
Tiene que ser anti sionista. Debe negar al Holocausto y debe alimentar la competencia por el dolor o no prosperará. La  lógica es implacable, despreciable pero irresistible.
 
Reconocerlo es comenzar a ver, de modo simétrico,  qué hacer para combatir esta calamidad.
 
Imaginemos una Asamblea General de Naciones Unidas en la que Israel tuviera su lugar, su lugar total; un país entre otros, ni más ni menos defectuoso que otros, comprometido con las mismas responsabilidades y disfrutando  de los mismos derechos. E, imaginemos, que ustedes lo reconocieran, de manera unánime, como siendo aquello que, en verdad,  es: una auténtica, sólida y rara democracia.
 
Imaginemos una Asamblea General de Naciones Unidas que, fiel a su acuerdo fundacional, se convirtiera en un diligente guardián de la memoria del peor genocidio concebido desde que el hombre comenzara a caminar en la Tierra.
 
Imaginen  que 2015 fue el año en el que, bajo su más alta autoridad y con ayuda de los más eminentes científicos y académicos del mundo, se reuniera  la conferencia más completa, exhaustiva y definitiva, alguna vez concebida, con la intención de destruir a los judíos.
 
 
Y permítanse soñar,  en algún lugar entre Nueva York, Ginebra, Jerusalén o Durban, una segunda conferencia- sí, una segunda- dedicada a todas las guerras olvidadas que echan su trágica sombra sobre el mundo habitado pero de las que no se habla  demasiado porque no se adecúan a los  bloques o grupos en los que ustedes  se dividen.
 
Y soñemos, luego, que esta segunda conferencia- adoptando la posición opuesta a la idea estúpida y grotesca que, un corazón,  tiene solo espacio para un objeto de compasión y empatía; que revelase aquello que fue la verdad real de las décadas pasadas tal como  fue al recordar el Holocausto;  que, de inmediato,  reconocimos el horror de la limpieza étnica en Bosnia; que fue cuando tuvimos en mente el nivel de inhumanidad del Holocausto que entendimos, sin demora, lo que estaba ocurriendo en Ruanda o Darfur.
 
Puedo multiplicar los ejemplos, pero este es el principio: lejos de cegarnos al tormento de otros pueblos, el deseo de no olvidar nada del martirio del pueblo judío es el mejor modo de hacer más saliente, obvio y no omitir la aflicción de burundeses, angoleños, zairinos y tantos más, incluyendo los palestinos.
 
Al adoptar tal programa, estaríamos combatiendo el real antisemitismo.
 
Al rehabilitar primero al Israel que la Asamblea dio a luz en su fuente de bautismo 70 años atrás; usar su autoridad colosal para silenciar, de una vez por todas, a los lunáticos negacionistas y, luego, alinearse,  de manera cercana, con los miserables y malditos que fueron  sacrificados en Durban, por ejemplo;  en el altar de la locura antisionista; al hacer esas tres cosas, estaríamos de tirando abajo, de modo metódico,  uno por uno, todos los componentes del antisemitismo moderno. Y, al mismo tiempo- repito-  estaríamos defendiendo los derechos humanos universales y la causa de la humanidad!
 
No estaría aquí si no creyera que este foro fue uno de los pocos en el mundo- tal vez el único- en el que puede ser orquestado “la solidaridad de los sacudidos” de los que habló Jan Patocka, el gran filósofo checo;  una idea que fue el hilo conductor de toda mi vida.
 
Cuando, en mi país, los más altos representantes de gobierno, hace poco,  dijeron  “Francia, sin judíos, ya no sería más Francia”,  levantaron un dique contra la infamia.
 
Pero, cuando en el mismo país, nosotros, franceses, vimos a un cuarto de ustedes , un jefe de estado o gobierno de cuatro, marchando al lado nuestro, decimos:  “Yo soy Charlie, Yo soy el Oficial de policía y Yo soy judío”.
 
Esta fue la razón de la verdadera esperanza por la que, casi, habíamos dejado de esperar.     
 
Su presencia aquí esta mañana, su voluntad de hacer esta actividad posible y, tal vez, memorable;  su buena fe y obvia voluntad actuará y dara  testimonio  que, en todos los continentes, en todas las culturas y civilizaciones, la gente está comenzando a darse cuenta que, la lucha contra el antisemitismo, es una  ardiente obligación para todos.
 
Y estas son, en verdad, buenas noticias.
 
Otro escritor dijo, una vez, que cuando un judío es golpeado, la humanidad cae al suelo.
 
Cuando se  persigue a los judíos - insistió un temprano oponente a los nazis-  es como una línea que se desmorona bajo un golpe invisible que, con el tiempo, llegará al resto de nosotros.
 
 
En verdad, un mundo sin judíos, no seria mundo.
 
Un mundo en el que los judíos una vez más se convirtieran en chivos expiatorios para todos los temores y frustraciones de los pueblos,  sería un mundo en el que, los pueblos libres,  no podrían respirar con facilidad y los esclavos serían más esclavizados.
 
 
Ahora, está en ustedes   tomar la palabra y actuar.
 
 
Está en ustedes  que son los rostros del mundo, ser los arquitectos de una casa en la que la madre de todos los odios- el odio antisemita- vea reducido su lugar.
 
Puedan ustedes,  en algún momento del año, y el año siguiente  y cada año subsiguiente, convocar  para observar que, nuestra movilización de hoy,  no fue en vano y que la bestia del antisemitismo se pueda mantener a raya.
 
 
23 de enero, 2015 (Traducción Cidipal)



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