lunes, 25 de julio de 2011

Pobres chicas las que tienen que servir… en los paises árabes



Pobres chicas las que tienen que servir… en los paises árabes

Tomás Alcoverro-el pais.com
En árabe la palabra ¨abed¨ quiere decir, a la vez, esclavo y negro. A las pocas semanas de mi llegada a Beirut, promediado el otoño de 1970, fui invitado por el doctor Antoine Karma a cenar. Vivía en el barrio cristiano de Achrafie, cerca del Jardin des Jesuitas. Al concluir la amistosa cena me mostró el piso, y al entrar en la cocina, reparé en un angosto altillo cerrado por una portezuela. ¨Esto -me dijo- lo llamamos ‘Tejete’¨. No supe entonces que era el lugar donde, habitualmente, dormía la empleada del hogar, aunque esta denominación sea demasiado pomposa para calificar a las pobres y vulnerables criadas, sobre todo de origen asiático y africano, que trabajan en los hogares de la clase media beirutí.

En la capital libanesa cualquier familia que se precie tiene una filipina, una etiope, una ceilandesa, en su casa. Su presencia es signo de distinción social. Por ciento cincuenta dólares al mes cuenta con sus servicios y con su forzada entrega. Cuando salen a la calle, acompañadas de sus empleadores, caminan sumisas, algunos pasos detrás, tienen que cargar con los niños o llevarlos en brazos y estar a su servicio y antojo.

No es solo en la península arábiga, en las monarquías del petróleo como Arabia Saudí, o el principado de Kuwait donde hay escandalosos abusos de esta mano de obra asiática y africana, sino también en esta república levantina. Es indudable que su situación es aquí más conocida y ventilada gracias a la libertad de prensa, casi inexistente en las demás capitales árabes. Un reportaje en el influyente diario An Nahar ¨Las ceilandesas, nuestros animales domésticos” agravó el escándalo.

Hay una práctica común en estos países. Tan pronto llegan al aeropuerto las filipinas, las ceilandesas, las etíopes, sus patronos se quedan con sus pasaportes. Lo justifican porque como sufragaron su viaje de ida y vuelta a través de una agencia local a la que la desamparada mujer debe entregar sus primeras mensualidades para rembolsar sus gastos, constituye una medida de precaución a fin de evitar su desaparición o su fuga. A menudo aparecen en los diarios, anuncios de ¨se busca ceilandesa¨ con su fotografía y sus señas de identidad, advirtiendo a quien la localice que comunique su paradero y se abstenga, sobre todo, de contratarla. Un informe del 2008 del Human Rights Watch dio cuenta que en El Líbano murieron noventa y cinco mujeres trabajadoras del servicio doméstico, cuatro de ellas suicidándose al arrojarse por el balcón. Estas muertes fueron provocadas por el enclaustramiento, los abusos y sevicios sexuales, los malos tratos, la depresión ¿Cuántas víctimas puede haber en el vasto y oscurantista reino de la Arabia Saudí, en los principados petrolíferos del Golfo?

La esclavitud en el estado de los saudíes no fue abolida hasta 1962, un año antes de que lo fuese en los emiratos árabes, todavia bajo dominio británico. En aquellos riquísimos principados la mano de obra extranjera formada por paquistaníes, indios, filipinos, indonesios, ceilandeses, constituye la base de la pirámide de su población. Desde 1965 al 2000, a causa del aumento de la producción petrolífera, creció esta migración en busca de los salarios del Eldorado del Golfo. Fue la Arabia Saudí la que absorbió un mayor número de trabajadoras domésticas. La institución del sponsor o fiador local, configura las condiciones de su estancia y de su trabajo, y puede, a veces, dejar a estas mujeres atadas de pies y manos, a su voluntad.

El restrictivo sistema contractual propicia su explotación y su encubierta esclavitud. Sus acuerdos no están reegulados por las leyes locales ni supervisados por inspectores oficiales. Es el minúsculo principado de Bahrein donde son mejor tratadas las mujeres dedicadas al trabajo doméstico. Son las embajadas del Paquistán, Filipinas, Etiopía, Ceilán las que tratan de proteger sus colonias de trabajadoras.

En El Líbano por ejemplo, después del suicidio de varias etiopes que se arrojaron hace unos años por el balcón de las viviendas en que trabajaban, el gobierno de Addis Abeba prohibió la emigración femenina laboral hacia Beirut. Es injusto decir que todas estas mujeres están expuestas a abusos sexuales, a horarios de doce y dieciséis horas diarias de trabajo, a vivir enclaustradas Pero es cierto que su vulnerabilidad las deja a menudo, a merced de sus empleadores.

Hace unos años la embajada de Indonesia en Riad informó que alrededor de quinientas mujeres de su nacionalidad buscaban cada día su protección y que muchas regresaban a su país antes del vencimiento de los contratos. Recuerdo escenas lamentables en aeropuertos saudíes de grupos de asiáticas tratadas como rebaños. O en Beirut chicas etiopes de piel oscura y religión cristiana, a la que les impedían asistir a la misa dominical para evitar que encontrasen una casa con mejor salario y trabajo.

Si los árabes se quejan con razón del racismo que sufren en Europa, su conducta a veces, con la gente de color, es indignante. Fueron ellos los primeros que hace siglos, a partir de la isla africana de Zanzibar, emprendieron la trata de esclavos.

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