viernes, 21 de junio de 2013
D”s detesta la promiscuidad
D”s detesta la promiscuidad
Rabino Daniel Oppenheimer
....cuanto mayor el egoísmo en el individuo, tanto menor su capacidad de amar, y cuánto menos amada y valorizada se sienten las personas, tanto más buscarán y se aferrarán - vanamente - a muestras de aparente interés y atención, aunque internamente sepan que no se trata más que de una galantería superficial, que nada tiene que ver con el cariño legítimo y duradero.
Estas palabras no son propiamente mías, sino que las dijo un adivinador de los pueblos gentiles, hace mucho tiempo refiriéndose al “D”s de los judíos”, y dando a entender cuál era el flanco débil por el cual se puede vencer a estos.
El rey Balak había contratado al profeta gentil Bil’am para maldecir al pueblo de Israel que se hallaba en sus inmediaciones. Éste, muy ávido por complacer el pedido, lo intentó infructuosamente desde diferentes puntos en la montaña desde donde tenía distintos ángulos de óptica sobre el pueblo. Sin embargo, en cada oportunidad resultó opuesto a lo que pretendía, y Bil’am se vio Di-vinamente forzado a bendecir. Ante sus sucesivos fracasos, porque no había logrado quebrar la unión que hay entre D”s e Israel, y frustrado por no poder materializar su pérfido sueño, Bil´am optó por aconsejar a los moabitas respecto a la estrategia para poder derrotar al pueblo de Israel: “El D”s de estos detesta la promiscuidad…” (Midrash Tanjuma, Balak 18).
El plan consistía en ataviar atractivamente a las jóvenes moabitas, para que los hebreos caigan atraídos por su “encanto”. De ese modo, al pecar, los israelitas serían castigados por D”s por las trasgresiones sensuales y por la idolatría a la que serían conducidos consecuentemente. Ese plan, efectivamente, tuvo “efecto”. El pueblo de Israel pecó y fue castigado con una epidemia que se llevó 24.000 almas...
Nosotros, al ser versados en ciertos aspectos de la Torá, podríamos creer que cómodamente sabemos más de judaísmo que los gentiles. Quizás en muchos casos y en distintas áreas, así sea la verdad. Sin embargo, en este aspecto puntual, Bil’am conocía más de judaísmo de lo que “saben” muchos judíos contemporáneos, y logró de este modo provocar la peor calamidad - a nivel de pérdidas humanas - que sufrieron nuestros abuelos durante los convulsionados cuarenta años que duró la travesía del desierto hasta entrar en la Tierra Prometida.
Durante casi dos milenios en los que estuvimos viviendo en medio de sociedades diferentes a la nuestra, los judíos hemos logrado - en la mayoría de los casos - mantener un margen moral significativo que nos distanciaba culturalmente de los demás, permitiendo conservar nuestros principios éticos tal como lo marca la Torá.
Este aislamiento estaba, a su vez, alimentado por la hostilidad que nos tenían las naciones bajo cuyos regímenes habitábamos hacia nosotros.
Físicamente, incluso, los impenetrables muros de los guettos medievales y modernos, ratificaban y consolidaban aun más esa segregación que nos benefició espiritualmente.
Pero, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, esos muros que rodeaban los guettos, cayeron, y nos dejaron expuestos a todas las influencias negativas sobre el pudor que nos sosteníamos y que caracterizó históricamente.
Desde entonces y hasta ahora, los judíos en muchos ambientes se han ido mimetizando con la sociedad circundante, “comprando” mucho de lo que se ofrece bajo el engaño de que: todo lo que se presenta, es apto para ser consumido indiscriminadamente.
De ese modo, paulatinamente los males que caracterizan a muchos ambientes contiguos, entre ellos la creciente disolución de los vínculos conyugales y el gradual desmembramiento del núcleo familiar.
Las estadísticas no dejan lugar a dudas: males que anteriormente eran excepcionales en familias observantes, dejaron de constituir una rareza, y nos aquejan cada día más.
Aun así, son muchos los que hacen caso omiso a esta realidad, y siguen considerando que cuestiones que son leyes expresas en el Shulján Aruj, sean tomadas como meras expresiones optativas de “Midat Jasidut” (extrema piedad).
Vemos con sumo pesar la proliferación de modelos y publicaciones que conducen al libertinaje, y entendemos que ha sido el elemento más dañino en la destrucción de la vida doméstica y la base moral de toda la sociedad. El judaísmo claramente prohíbe la promiscuidad y el erotismo en todas sus expresiones.
En el lugar de trabajo
Uno de los puntos de contacto en los que se encuentra el judío común con el mundo exterior al judaísmo, es su sitio de trabajo. Salvo raras excepciones, la mayoría de las personas observantes deben emigrar diariamente de su entorno familiar y comunitario, para participar del mundo laboral, profesional o comercial, en los que no se mantienen los mismos códigos morales con los que vive en su escenario hogareño que intenta mantener sublime y virtuoso.
Más allá de todas las leyes relacionadas con la ética comercial y laboral, en las que ciertamente se debe ser muy cuidadoso y también tener en cuenta no provocar un Jilul haShem, las leyes de la Torá se aplican asimismo en numerosos aspectos adicionales vinculados a la forma de interactuar con los compañeros de trabajo con quienes se tiene contacto continuo (y también con los jefes).
Salvo que una persona sea conciente y tome desde un principio la determinación de no involucrarse ni inmiscuirse en el ambiente que lo rodea, remitiéndose y limitándose a tratar solamente las cuestiones pertinentes a la tarea propia, será difícil no contagiarse del entorno, en cuanto al modo y el idioma de hablar, el nivel de chistes que se cuentan, las intimidades que se revelan, y el genio con el que se encara la vida en general.
Cuando mencionamos la cuestión del idioma, nos referimos específicamente al modo ordinario y despectivo generalizado con el que se manifiesta gran parte del público, y aun en los medios masivos, sin vergüenza ni tapujos (expresiones idénticas o aun más vergonzosas que aquellas por las que hubiésemos sido sancionados, si las proferíamos en la escuela...).
Y el modo de expresarse verbalmente, habitualmente manifiesta el nivel moral en el que se encuentra o aspira a estar la persona, y - a su vez - lo va condicionando hacia el futuro.
Y si bien uno no puede evitar las cortesías y civismos elementales para con sus compañeros - y debe genuinamente preocuparse por su bienestar cuando la situación lo requiere - no es fácil cuidarse de no traspasar la delgada línea que separa lo amable y educado que no se debe dejar de ser, con el involucramiento social excesivo en el que se compromete el nivel ético propio.
Entre hombres y mujeres
En particular, es menester prestar atención a la forma de dirigirse hacia personas del sexo opuesto, para que no se generen situaciones en las que se produzca una confianza o una excesiva “amistad” que permita - quizás involuntariamente - generar un vínculo no permitido por la Torá.
La superficialidad de los vínculos actuales responde a la carencia generalizada de amor y compromiso auténtico.
¿Y el origen de esa situación?
Veamos pues, cuanto mayor el egoísmo en el individuo, tanto menor su capacidad de amar, y cuánto menos amada y valorizada se sienten las personas, tanto más buscarán y se aferrarán - vanamente - a muestras de aparente interés y atención, aunque internamente sepan que no se trata más que de una galantería superficial, que nada tiene que ver con el cariño legítimo y duradero.
Hablamos entonces de simples placebos, imitaciones baratas del amor real, flirteos inconducentes respecto a la aspiración por la construcción propia de la persona y de una familia, y de personas que se dopan y se vuelven adictas a esta sensación falsa y pasajera de reconocimiento de terceros, al carecer de una auto-valoración que le permita realizarse y desarrollarse trascendentalmente con proyectos sanos y constructivos.
El auto-engaño al considerar el encanto pasajero como si se tratara de un placer imperecedero aun después de tantas decepciones, resultado de picardías anteriores, y la falta de sensatez que se debería tener, al entender que la falta de compromiso de uno para con la persona que se tiene delante es recíproca, provocan que pasen los días y el declive se profundice.
Temblamos más por el “qué dirán” del medio del que nos asimos, que por la voz interna (la consciencia, o Ietzer haTov) que cuestiona la legitimidad de nuestros actos.
Y en esa lucha, nos disfrazamos con los hábitos y las costumbres de quienes nos rodean.
Y - cómo no: si la diferencia conspicua de nuestro proceder respecto al del entorno pudiera provocar una broma o una burla, olvidamos que ese sarcasmo está diseñado a responder más al peso de la conciencia interna de quien la expresa - pues no logra vivir en paz sabiendo que está en falta - que a quien mantiene sus principios morales sin comprometerlos (p.ej. alguien se burla de una joven recién casada porque ahora se cubre el cabello o viste con más recato).
Pues en el fondo, más allá de sátiras e ironías exteriorizadas, aun quien se burla de otros que mantienen sus códigos íntegros para auto-justificarse, tiene un profundo respeto que no se anima a manifestar.
Pero sí, más allá de todo esto, como judíos aspiramos a caer en gracia ante el entorno. Después de siglos de haber sido discriminados y marginados por la sociedad gentil, pretendemos y muchas veces ansiamos ser incluidos en el marco más amplio, aun a sabiendas que eso no nos beneficia espiritualmente.
Y aun así, en esta sociedad, la fama y la popularidad se cotizan, y con cada guiño y mímica - por frívolos que fuesen - nos sentimos más aceptados. No es fácil vivir ocho o nueve horas de lunes a viernes en un empleo y sentir continuamente que uno desencaja.
Kreivá
“Kreivá” es el término con el que la Torá describe y prohíbe la creación de vínculos con personas con quienes la relación está vedada por ser “Ervá” (relación prohibida) por la relación de parentesco, por tratarse de una mujer casada con otro hombre o por estar la mujer Nidá. En otras palabras, prácticamente casi todas las personas del sexo opuesto.
Esto claramente limita lo que se permite en términos de “amistad” entre hombres y mujeres, salvo aquellos que la Torá permite.
“Kreivá” engloba toda acción que lleva a un acercamiento afectuoso y tierno con las personas mencionadas a las que se refiere la Torá.
En la práctica, esto incluye besar y abrazar a estas personas (Shulján Aruj, Even haEzer 21), y abarca cualquier otro acercamiento físico que provoca placer sensual (a cualquiera de los dos, incluso involuntariamente).
No se debe observar (fijar la atención, o mirarla para gozar de verla) a una mujer aun si no es en persona sino en una imagen (Sh.A. Oraj Jaim 307:16), ni en la vestimenta que viste, ni escuchar cuando canta.
No se debe sentir el perfume de una Ervá (Aruj haShulján Even haEzer 21:23, Mishná Brurá 217:17), tanto de ella, como de su vestimenta.
Asimismo, están prohibidos los bailes mixtos (Sh.A. Even haEzer 157:1, Jaié Adam 25:13, Mishná Brurá 217:17), como así también que mujeres bailen en presencia de hombres (ver Talmud Sanhedrín 75., Bavá Batra 57:). Del mismo modo, está prohibido ir a playas o piletas mixtas.
Un hombre no debe sugestionarse en ideas que lo lleven a pensamientos inmorales, jugar, hacer chistes o bromear con las personas catalogadas como Ervá (Sucá 51:).
Las leyes de Ijud (estar a solas en sitios en los que no serán vistos por terceros) están ampliamente explicadas en “Leyes de Ijud” (publicado por Editorial Ajdut Israel).
Aun un marido y su esposa - en los momentos en que su contacto físico está permitido - no deben exponer manifestaciones corporales de afecto en público, para no generar pensamientos errados en quienes los pueden llegar a ver (Sh.A. Even haEzer 21:5).
Todo esto nos resulta sumamente extraño, pues muchos no estamos acostumbrados a tal rigor. Sin embargo, y aunque así fuere, todas nuestras conductas judías - con origen en la Torá - que ya tenemos asumidas nos hubiesen sido extrañas si no fuese que afortunadamente nos las han enseñado y las hemos asumido con el tiempo.
Todos vivimos con algún punto de observancia al que llamamos “normal”, pues hemos encontrado un ambiente propicio con el cual compartir ese modo de vida y en el que no nos sentimos “raros”. Pero aquello a lo que no estamos acostumbrado ni acompañados por el microclima - nos cuesta un tanto más.
Y si bien cuando comenzamos a exponer estos temas, lo tratamos en relación a un ambiente laico y éticamente desfavorable, obviamente se debe entender estas normas como vigentes - no menos - en ambientes netamente judíos y observantes.
Un mundo que cambia continuamente
Un punto adicional a lo que expresamos hasta aquí: no creamos ni por un momento, que el mundo exterior permanece estático respecto a sus principios: ¡cuántas situaciones que previamente se condenaban sin titubear fueron paulatinamente siendo aceptadas y legitimizadas por el público!
No hay que ir muy lejos, pues muchos avisos callejeros con publicidad comercial están diseñados para que estimulen al público espoleando los instintos carnales de las personas. Muchos nombres de productos y películas están directamente esbozados con títulos que validen trasgresiones, pues eso es lo que más llama a las personas a probar y comprar ese producto.
¿Quiere Ud. hacer una proyección hacia el futuro? ¿Quiere imaginar el mundo en el que sus hijos deberán educar a quienes serán sus nietos?
No somos profetas, ni quisiéramos que lo que exponemos llegue a ser real, pero reconozcamos que si en las últimas décadas se fue permitiendo progresivamente más y más... ¿qué nos haría pensar, acaso, que esta tendencia se revierta, o aunque al menos sea, se detenga?
¿Quiénes, acaso - y por qué - lo harían? ¿de quién esperamos que tenga la voluntad moral y la fuerza política de exponerse y luchar por una conducta ética (y que lo voten)?
Pero: ¿cómo era antes? ¿no fue siempre así?
El ser humano desde siempre contó con un Ietzer haRá y estuvo tentado por sus inclinaciones hacia lo prohibido, pero vivía en sociedades en las que se reprobaba aquello que estaba mal, aun cuando pocos - o muchos - sucumbieran ante sus impulsos. Esta situación, en la actualidad, dejó de ser así, pues las ideas morales se juzgan como cuestiones privadas de uno que jamás se deben “imponer” a la sociedad.
Apocalípticos no, pero realistas, sí.
Si callamos, otorgamos y nos tornamos en cómplices silenciosos de un mundo con su moral en decadencia.
Si Ud. coincide con lo que exponemos, ¿no es evidente que debemos educar y dotar a nuestros hijos serenidad y paz interior para que tengan el músculo espiritual desenvuelto y puedan mantenerse indemnes ante los ataques a su moralidad?
¿Pero, acaso, es posible impedir esos avances con una actitud firme?
El intendente de Nueva York, Rudy Giuliani, al asumir su cargo, se enfrentaba con una altísima tasa de criminalidad que parecía imposible de reducir. Sin embargo, se hizo famoso por su programa “tolerancia cero”, mediante el cual transformó a la “gran manzana” en un sitio sustancialmente más seguro. En realidad, no logró anular totalmente el delito, pero la postura de no aceptación del flagelo, logró mejorar el escenario.
Aun si no se logran los resultados ideales, hay que luchar por las convicciones en las que realmente se cree.
Para esto no se requieren sermones (nuestros hijos difícilmente los escucharán). Solamente viviendo con un comportamiento tranquilo y seguro que no manifieste interés alguno por las actitudes populares y perversas que llenan el aire - simplemente porque no merecen nuestra atención o curiosidad - mientras que sí se palpa el esmero por las cosas que valen en la vida, uno se convierte en modelo de conducta para los hijos, pues mediante esa pasividad inapetente se demuestra tácitamente el orden de prioridades y el valor - o falta de mérito - de cada cosa.
Incluso dentro del Bet haMikdash, donde se supone que los judíos se estarían conduciendo con los pensamientos más sublimes, los Sabios se vieron en la necesidad de realizar un “Tikún Gadol” (gran reparación), al preparar un espacio especial para las damas en la fiesta de “Simjat Bet hShoevá” de Sucot (Sucá 5:2), y no se llegue a situaciones de libertinaje e inmoralidad. ¿Qué nos queda a nosotros?
En resumen: no dejemos ni renunciemos a nuestra dignidad, tanto en los lugares de trabajo, como en el sitio que elegimos para pasear o vacacionar, en el modo de vestirnos, y en las fiestas que organizamos. Seamos conscientes que nos están mirando - ni más ni menos que... - nuestros hijos! Ellos ven si somos capaces de decir: “No” a ciertas costumbres vulgares y populares porque no responden a nuestros principios, y ese modelo les será útil cuando lo deban repetir en un mundo aun más desafiante y agresivo.
No fue fácil escribir este texto, porque uno mismo debe lidiar con este reto día a día, ganando y perdiendo batallas. Aun así, no estamos exentos de mostrar el norte a quienes quizás ni saben que ese norte existe.
Fuente: Ajdut Informa Nº748
Publicite en Kashrut y Mitzvot, Contacto: kashrutymitzvot@gmail.com