A quince años de la AMIA, y de Andrea
Los 15 años marcan una etapa única en la vida de una mujer. No puedo olvidar tu rostro radiante cuando los cumpliste. Fiesta, música, risas: un mundo mágico donde la niña daba paso a una mujer con todo un potencial humano, con sueños, con elecciones, con futuro. Te miraba y sabía que eras toda mi vida y eso me conmovía y al mismo tiempo me asustaba. No quería perderte nunca.
Otra vez cumplís 15 años, muy distintos a los otros. Este es desgarrador, lleno de grises y de vacío, 15 años de tu asesinato, 15 años de aquel 18 de julio de 1994, en el que una bomba terrorista en la sede de la AMIA te llevó junto a 84 personas más a la oscuridad de un viaje sin regreso. Quince años, antes, la vida. Ahora, la peor de las pesadillas. Las burbujas que explotaban y se desvanecían en cada brindis de tu fiesta, llevando el feliz pedido de una esperanza, siguen detonando ahora con la intensidad de la maldita bomba en cada instante de mi vida. El pasado se une con el presente. Este es el presente. Lamentablemente, también es el futuro.
No puedo regalarte nada material, sólo quiero darte justicia, esa cosa tan necesaria que se vuelve tan esquiva cuando hay impunidad, cuando hay que luchar para que el tiempo, indiferente, no se coma los recuerdos, para que la "memoria" no se seque. Hoy, no puedo decir como lo hice en tus 15 años: "¡Que reine la alegría, mi hija cumple 15 años!". Hoy sólo puedo clamar: "¡Quiero a los asesinos! ¡Quiero la justicia frente a mí para hacerte el regalo que te prometí y por el cual lucho sin descanso! Andrea, te amo. Mamá.
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