viernes, 18 de enero de 2013

Dilemas de la educación en Israel

Judíos ortodoxos viven en un espectro La vorágine de la campaña electoral israelí llevó a algunos pocos políticos a abordar el debate acerca de la educación de los niños religiosos. Entre las grandes falencias de dicho debate, además de dejar de lado los problemas de la educación secular, surge el hecho de no discriminar entre los distintos sectores del gran espectro que forman los judíos ortodoxos. Por Rabino Yerahmiel Barylka Cualquier ciudadano que vive en Israel, sea judío, árabe o cristiano, puede expresar sus quejas sobre la educación que provee el gobierno israelí y por lo general no exagerará en sus apreciaciones. Falta mucho para lograr un sistema de educación que sea satisfactorio para todos. Pese a las reformas, el nivel de educación deja mucho que desear. Ello se puede comprobar en las competencias internacionales en las que los israelíes no llegan a ocupar lugares destacados en las ciencias y en el paupérrimo idioma hebreo que hablan y escriben niños y jóvenes. Encuestas demuestran que muchos jóvenes no saben identificar a Ben Gurión ni a Ben Tzvi, y mucho menos a los fundadores del sionismo, tal como no conocen a los sabios judíos de la Edad Media ni a los tanaítas del Talmud. La educación gratuita y obligatoria en muchos casos es muy costosa y padres preocupados buscan alternativas al sistema gubernamental para que sus hijos sean capaces de confrontarse con un mundo cada vez más competitivo. Las familias de bajos ingresos no pueden enviar a sus hijos a los círculos de ampliación de los conocimientos no curriculares y ello provoca que sus niveles se desequilibren respecto a los hijos de hogares favorecidos y amenace las posibilidades de los futuros estudios tecnológicos y académicos. Si ambos padres trabajan, esos niños quedan solos durante muchas horas entregándose a la TV y a la computadora o jugando con sus amigos en las calles. Horas que se vuelven improductivas y que en muchos casos educan en una línea sin valores y sin valor alguno. Pero, esos temas, casi no aparecen en las campañas publicitarias de estos días, excepto en las del Likud Beiteinu, que encabeza la actual coalición, que se ufana por los supuestos logros que ha proveído a la población. En los otros partidos, mutis por el foro. Los asesores de los candidatos, muchos de ellos extranjeros, desconocedores de la realidad israelí, no percibieron en sus encuestas que ese tema pueda traer votos. El tema que más se oye es la crítica al unísono a los sectores de la ortodoxia que salen de casi todos los candidatos seculares y de no pocos observantes. Esas críticas no discriminan entre los distintos sectores del gran espectro que forman los judíos ortodoxos. No distinguen entre los que buscan el compromiso con la cultura occidental dominante (que podrían llamarse los ortodoxos modernos) y los que optan por permanecer dentro de un enclave insular y ven al mundo exterior como fundamentalmente corrosivo de los valores del judaísmo y sus tradiciones, como los jaredim. Hablan como ocurre en las comunidades de la diáspora, que por falta de contacto con el mundo religioso, establecen estereotipos que, por lo general, como todo prejuicio, poco o nada tienen que ver con la realidad. En general, no importa dónde uno se encuentra en este espectro de la ortodoxia, la crianza de los hijos como judíos significa asegurarse que contarán con los medios para acceder a las fuentes judías, desde la Biblia a través de Talmud hasta los autores contemporáneos en el idioma original, y que tendrán un conocimiento personal de la experiencia judía. Al tiempo que los judíos seculares y sus escuelas oficiales privan a sus hijos de ese conocimiento de sus tradiciones y muchas veces de su historia. El niño es un ser en permanente formación. Vive su momento de instrucción en el que puede sentar las bases para construir un sólido núcleo de su identidad judía y contar con el conocimiento para poder elegir su manera de llevarla a cabo. Muchos de los judíos enrolados en la ortodoxia moderna, deben usar todas sus dotes para el difícil malabarismo de educar entre los valores del mundo tradicional compartiendo los valores y la cultura general, sin reprimir a los hijos tal como lo hacen los judíos del mundo jaredi, convencidos que de esa manera podrán seguir con la manera de vivir de sus ancestros. Como dice un sociólogo estadounidense, el mundo exterior tiene mucho que ofrecer a los ortodoxos modernos, pero nunca a costa de su observancia judía y sus creencias y convicciones. El malabarismo es casi imposible de evitar, ya que deben aplicar un programa de estudios mucho más complejo y compuestos. Programa que sin duda es más rico que el de los judíos seculares y que el de los jaredim, ya que deben enseñar los dos mundos de manera de armonizar creativamente lo que muchas veces parece ser una contradicción. Quien forma parte de más de un mundo y de más de una cultura es mucho más rico que quien está en una sola pista cultural. Jorge Luis Borges me comentó, hace ya muchos años, en una conversación privada, que esperaba que los judíos no lleguen a asentarse en Israel, porque es ese caso perderían sus culturas múltiples. Si viviera hoy, seguramente, se reiría de la monocorde cultura de los judíos diaspóricos que no terminan de integrarse a la erudición judía. Para estos niños, la carga doble debe tener éxito y debe navegar entre varios mundos. Ello puede conducir a una infancia muy estresante, así como la sensación de que sólo los que son como ellos pueden apreciar realmente la vida que llevan y cómo se sienten. Si bien esto fomenta un alto sentido de la solidaridad con otros judíos ortodoxos modernos, también promueve la separación y el etnocentrismo. Cuando era joven, los jareidim me miraban con desconfianza por mi ingreso a la universidad y los seculares como a un bicho raro, perteneciente a un mundo retrógrado y ajeno. Para los jaredim, la insularidad es un desiderátum. El conocimiento secular es juzgado como inferior. Sólo lo que es judío es visto como realmente valioso. Para mantener a la gente dentro de este gueto cultural y voluntario, con un alto grado de conformidad y con una cosmovisión conservadora, el mejor sistema es la exclusión o la demonización de los extraños... o incluso aquellos que se atreven a ser diferentes. Es como si uno quiere que el niño piense: "Tenemos la suerte de ser el tipo de judíos que somos, y jamás querría ser como los demás que nos rodean". Esto lleva a un grado aún mayor de solidaridad y etnocentrismo, pero también a fuertes presiones para ocultar incluso la menor desviación de la norma. En Israel, a diferencia de lo que sucede en Europa, Estados Unidos, Sudamérica y Australia, los jareidim no suelen ingresar al mundo laboral. Pero, ese tema, que sí es analizado por los distintos partidos israelíes, merece otra nota.