viernes, 17 de julio de 2009

Amos Gitaï: un oratorio mineral‏


Es por un sentido ascendente justo detras de las gradas que ingresa la carrera de Boulbon este año. Pasa por alto inmediatamente el espacio de juego, al pie de esta pared esplendida, el otro gran muro del Festival de Avignon despues de la creacion de Mahabharata en 1986. A continuacion los obreros tallan los bloques de piedra. Imagen inmemorial de los comienzos de los tiempos. Aqui y alli, ayer, otra vez. Hay dos mil años, o casi.
Cinco torres de metal, sus escaleras, sus plataformas ocupan los costados. Ellas recuerdan las construcciones romanas del sitio a Massada donde sera cuestionado todo a la hora... Al centro, adelante, una escalera. Una mesa, una silla. Y las luces. Dos fabulosas luces, firmadas Jean Kalman, que a todo lo largo de la representacion van a animar el espacio como una particion. La musica domina aqui. Composicion de Shahar Even Tzur, en percusion. El sabe hacer hablar al metal y las voces y es musicalmente, en un suspiro, que Amos Gitai ha diseñado La Guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas, este oratorio mineral.
El cineasta israeli fue a poner la materia historica dentro de una cronica magistral, escrita entre los años 75 y 79, La Guerra de los Judios de Flavio Josefo.
En el centro de su dispositivo, este Rabino que fue soldado y exiliado en Roma: Jeanne Moreau, delgada, fragil, rubia en saco y pantalon blanco, lo encarna. Ella es su voz. Ella da vuelta las paginas del gran libro. Narradora.
Destino de un pueblo
Los otros protagonistas hacen irrupcion. Jerome Koenig es el emperador Vespasiano. El habla ingles, manera de representar a los romanos, la otra cultura, la otra lengua. Gérard ­Benhamou es Tito, su hijo, y se expresa en frances. El maneja el sitio a Jerusalem. Éric Elmosnino, impressionante Eleazar, jefe de la rebelion de Jerusalem, y Mireille Perrier, perturbadora Miriam, aristocrata que lleva la voz del pueblo sufriente, dicen tambien el texto en frances. Shredy Jabarin, Shimon represente a los hebreos y, cantando a capella en Idish, el desgarrador Menachem Lang.
Es todo. Sin despliegue espectacular. Pero el desarrollo sensible de las paginas de la historia, con las cualidades extraordinarias de Flavio Josefo: sentido de destino de un pueblo y sentido de desgracia individual que Jeanne Moreau, de su voz unica y legendaria, inscripta dentro de nuestros corazones. Al final, contemplando la pared rubia que sombrea mientras que destellan las galaxias y llega la luna llena, es como estar en Massada.
Fuente: Le Figaro- Francia

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