domingo, 1 de marzo de 2015

B"H.Jag Purim veSameaj !!!
Maravilloso !! esto ocurrió acá en Ushuaia !!!
Milagro en Tierra del Fuego
Gai Gabay es mi nombre. Nací en Israel, en el seno de una familia tradicionalista: recuerdo que siempre en las fiestas judías íbamos al beit haknéset, separábamos carne y leche, no prendíamos fuego en Shabat, ayunábamos en Yom Kipur, pero no más que eso.
Después de servir ocho años en el ejército israelí, la mayoría como oficial de unidades de combate, y de cuatro años de estudios en computadoras en la universidad, me encontré en una situación en la que no sabía qué seguir haciendo con mi vida.
En mi transición del ejército a la universidad, mis padres y hermanos empezaron a reforzarse en Torá y mitzvot, fue un proceso que me llamó la atención por la alegría con que lo hicieron.
Cada dos meses procuraba ir a visitarlos, y me alegraba mucho de verlos contentos. Siempre trataba de darles todo el respeto que se merecían, pero con una condición: ustedes no me molesten a mí, y yo no los molesto a ustedes.
Estaba atravesando un periodo de incertidumbre, no sabía cuál debería ser mi siguiente paso: continuar estudiando, salir a trabajar, formar una familia, etc. Lo que sí sabía con certidumbre era que estaba cansado, muy cansado después de 12 años intensivos y agitados, me sentía sin fuerzas para mirar hacia adelante. Entonces decidí parar el tren y bajarme. Necesitaba viajar a algún lugar donde pudiera pensar tranquilo.
Ya no era más un adolescente, ya tenía 30 años. Tomé mi decisión: haría un viaje largo, sin límite de tiempo, no uno de esos viajes que suelen hacer los jóvenes cuando salen del ejército, quería darme la libertad de tomarme el tiempo que fuera necesario para poder pensar. Fijé la fecha para diciembre del 2003.
Comencé a hacer los preparativos para el viaje, hubo varios obstáculos en el camino, pero pude librarlos sin mayor problema, y entonces escuché sobre Sudamérica, un lugar cuya mentalidad me agradaba, y sobre todo el clima, pues cuando en Israel es invierno, allá es verano.
Un mes antes del viaje, pasé a visitar a mis padres para contarles mi proyecto. Mi madre me dijo: “Tú ya eres un hombre maduro, y no te voy a decir qué hacer. Sólo te quiero pedir una cosa: ahora que vas a estar fuera de Israel, cuida por lo menos dos Shabat, porque más que Israel cuide el día de Shabat, el día de Shabat cuida a Israel.
“¿Y qué tengo que hacer?”, le pregunté. “No tienes que hacer nada”, me respondió. “Si es así —le dije—, no hay problema”.
Mi mamá decidió acompañarme al aeropuerto, y me dio varias cosas: velas de Janucá, vino para kidush, un sidur y otras cosas. Acepté todo lo que me dio para hacerla sentir bien, pensando que, después de todo, mal no me iba a hacer. Antes de despedirnos, mi madre me dijo: “Solo te pido una cosa más: donde sea que estés, no te olvides de que eres iehudí”.
Aterricé en Buenos Aires, capital de Argentina, y ahí me quedé una semana para preparar la siguiente etapa del viaje. Mientras tanto, llegaron los días de Janucá y decidí encender las velas. Los israelíes que estaban conmigo me llamaban “Rav”, pues me sabía las brajot (‘bendiciones’) de memoria.
No me esperé hasta que terminara Janucá, decidí abandonar al grupo de israelíes para tomar un avión hacia el Sur. En pleno vuelo, tuve una sensación muy rara, por primera vez sentí que yo era el único iehudí. Aterrizamos en Ushuaia, Tierra del Fuego, el lugar más austral del mundo, que la gente suele llamar “Fin del mundo”.
Eran las 9 de la noche y todavía era de día, algo muy común en las zonas cercanas a los polos del planeta. En el verano, el Sol se esconde a las 11 de la noche y sale a las 4 am. La temperatura máxima es de 16 grados, y muchos días son nublados y lluviosos. El verano ahí es más difícil que el invierno en Israel; y en invierno todo se congela, queda cubierto de nieve y solo hay cinco horas de luz al día. Obviamente, parte de la población abandona el lugar debido a las difíciles condiciones para sobrevivir en esa región.
Cuando llegué, el taxista me llevó hasta el hostel que había planeado. Él mismo entró al lugar para ver si había lugares disponibles para que yo me hospedara. Al cabo de unos minutos salió acompañado de la dueña, que empezó a preguntarme en inglés: “¿Cuántas personas son?”, a lo cual respondí: “Yo solo”. Su reacción fue alegre: “Perfecto, queda una sola cama disponible”. Cuando me preguntó de dónde era, le contesté que de Israel, y me imaginé que ella ya lo había visitado alguna vez.
Después de varias preguntas, me dijo: “Dime, ¿tú comes kasher?”, lleno de sorpresa, le pregunté por qué me lo preguntaba. Entonces me explicó que el precio por día incluía desayuno, y quería saber si debía comprarme comida kasher o no. Me imagino que si uno quiere, incluso en el fin del mundo se puede conseguir comida kasher. En Buenos Aires hay una comunidad muy grande, y es muy fácil conseguir comida kasher. Y esa fue una de mis preocupaciones, ¿qué iba a hacer cuando estuviera en lugares más remotos?, y recibí la respuesta, quizás no haya carne y leche kasher pero uno se las puede arreglar.
Pasé varios días en el hostel, y también ahí seguí prendiendo las velas de Janucá, mientras pensaba en el siguiente paso de mi viaje. De ahí solo se puede viajar hacia el norte, así que consideré la posibilidad de alquilar un auto o de irme a explorar las montañas. Entonces se me ocurrió hacer una caminata corta por el lugar, para ver si me agradaba y entonces seguiría hacia el norte.
En la pared del hostel había muchos carteles, así que me puse a observar un mapa satelital de la región, para encontrar una caminata que pareciera atractiva. A mi lado estaba un turista austriaco, de mi misma edad. Se llamaba Mike. Me imaginé que también él quería realizar una caminata por el lugar, así que comenzamos a intercambiar algunas palabras, y pude darme cuenta de que era la persona indicada para invitarlo a ser mi compañero de esa aventura, pues él tenía mucha experiencia explorando montañas, además de mucho equipo útil para el trayecto.
En poco tiempo nos pusimos de acuerdo para salir juntos y hacer un recorrido muy sencillo. Después de rodear varias montañas en cuestión de 3 días podríamos terminar el trayecto, y si avanzábamos a buen ritmo, incluso en dos días.
Las difíciles condiciones climatológicas postergaron nuestra fecha de salida por unos días, los cuales aprovechamos para contarnos un poco de nuestras vidas y así conocernos mejor. Una de sus frases que me dejó impresión fue: “Yo soy católico, pero no tengo fe en nada, la fe la dejo para ti”.
Comenzamos nuestra aventura un día viernes a las cuatro de la tarde, íbamos bien preparados para 4 días. Ordenamos un taxi para que nos llevara a la entrada del primer arroyo, donde habíamos planeado empezar nuestro recorrido. Yo le dije que no estaba muy en forma, y que por favor tratara de ir despacio, ya que no teníamos razón de apurarnos. Mike obviamente estuvo de acuerdo.
Así comenzamos a adentrarnos en esa maravillosa zona, entre los árboles, y luego subimos por un arroyo. El camino era muy angosto, y a cada 200 metros aproximadamente encontrábamos un palo amarillo que nos indicaba que íbamos por el camino correcto. A medida que avanzamos, me di cuenta de que Mike apenas se había esforzado en estudiar el mapa, que no llevamos con nosotros, ya que el recorrido era muy simple.
Después de cuatro horas llegamos al final del arroyo, al lugar donde habíamos planeado acampar y dormir la primera noche. Pasada una hora, cruzamos entre las montañas y en una hora más llegamos al punto donde íbamos a pasar nuestra segunda noche, y así fue que en seis horas ya habíamos terminado dos tercios de nuestro recorrido.
Dieron las diez de la noche, y acampamos en ese lugar, donde nos pusimos a cocinar nuestra cena. Después de lo fácil que nos fue el recorrido, era obvio que íbamos a tardar dos días, y no tres, como pensamos al principio. Por eso decidimos que a la mañana siguiente, en Shabat, íbamos a agregar al recorrido una laguna muy linda que estaba cerca, y luego volveríamos por el mismo arroyo, y así terminaríamos nuestra aventura.
Al otro día, nos levantamos y fuimos hacia la laguna, tal como la mostraba el mapa, pero solo nos tardó 40 minutos. Entonces pensamos “¿y ahora qué?”. Alzamos la vista, y vimos una montaña muy impresionante. Nuestro siguiente plan fue darle la vuelta a la montaña, para luego entrar por atrás al arroyo inicial y así terminar finalmente nuestro recorrido. Vi que para rodear la montaña íbamos a necesitar realizar una caminata de varias horas, y, por más que no estaba dentro de nuestro plan original, pensé: ¿Qué tan complicado puede ser rodear una montaña?
Comenzamos a escalar alrededor de la montaña una subida muy difícil, de unas cuantas horas, cuando llegamos a la parte de atrás de la montaña, vimos que eran varias montañas encadenadas y no iba a ser tan fácil dar marcha atrás, entonces decidimos empezar a bajar por la parte trasera. Mientras tanto, comenzó una gran tormenta de nieve con fuertes vientos, y finalmente, casi a las 10 de la noche encontramos un lugar para poder acampar, y pasar la noche en un lugar protegido.
Mientras tanto Mike decía estar seguro donde nos encontrábamos y dijo que mañana íbamos a rodear la montaña y salir por el mismo arroyo por donde habíamos llegado.
Al otro día tratamos de encontrar el camino hacia el arroyo pero no fue posible, y de ahí en adelante comenzamos una gran caminata para poder encontrar un camino que nos sacara de ahí.
Luego de varios días, nos quedamos con muy poca comida, unas cuantas rodajas de pan y algunos condimentos. Entonces llegamos a un arroyo de unos tres kilómetros de ancho, pero su largo era imposible calcular. A ese arroyo lo llamé “el arroyo de la salvación”, ya que tenía esperanza que de ahí llegara nuestra salvación.
Comenzamos a caminar a lo largo de la rivera, y llego el viernes. Ya había pasado una semana, así que decidimos subir hasta lo más alto posible, para tratar de ver si alguien nos estaba buscando, pues cuando salimos avisamos que estaríamos de vuelta en 3 días.
Un día entero lo pasamos escalando y solo llegamos a la mitad de la montaña. En el camino encontramos todo tipo de hongos, moras y arándanos, que se convertirían en nuestra dieta en lo sucesivo. Decidimos acampar en un lugar relativamente abierto, con la esperanza de que si prendíamos fuego alguien nos pudiera ver.
Juntamos mucha madera, y también muchos hongos y moras para prepararnos para Shabat.
Le dije a Mike: “Tú sabes que, del lugar de donde yo vengo, no prendemos fuego en Shabat, por lo tanto juntemos toda la leña que podamos y, si tú quieres, puedes prender el fuego en Shabat”, mi amigo estuvo de acuerdo sin la menor vacilación.
Me sentí un poco extraño, pues hasta aquel día no me había preocupado mucho del asunto de prender fuego en Shabat, sin embargo, en ese momento fue algo tan claro para mí: en Shabat no se prende fuego.
Cada día lo único en lo que pensaba era en el siguiente paso, la caminata había sido muy difícil, y el tiempo también: el barro, la lluvia, la inclinación de la montaña, los ríos y arroyos, agua congelada que atravesar… Mike atravesaba todo como un ciervo, mientras yo trataba con mucho esfuerzo de mantenerme a su paso, así que no pude prestarle mucha atención al increíble paisaje que tenía delante de mis ojos todos los días. El tiempo para pensar sobra en esos lugares, que son ideales para meditar y tratar de entender hasta las cosas más pequeñas.
En mi casa me enseñaron dos cosas: la primera es que cuando pasan las cosas, no pasan por casualidad, dado que cada cosa tiene una razón de ser, y si nos pasa algo tenemos que pensar y reflexionar en por qué nos pasa, qué debemos aprender de esa lección en la vida. La segunda cosa es que no solo no hay casualidades, sino que todo es por algo bueno, a pesar de verme en una situación desesperante, sé que es por algo bueno, solo que no puedo ver “toda la película”, como se suele decir.
En un momento decidí que todos los días los iba a comenzar rezando, llevaba conmigo una kipá y un librito de diez salmos conocidos como el “Tikún klalí”, que mi madre me entregó diciendo: “Tómalos, esto va a servir para cuidarte”.
A partir de ese día, ese fue mi rezo durante 40 minutos, ya que lo leía de principio al fin, y luego hacía mis peticiones personales.
Pedía lo que cualquiera pediría en mi lugar: volver sano y salvo, que no se preocuparan por mí, que pudiera volver pronto, y que pudiera aprender realmente el porqué de mi situación.
Antes de comenzar mi aventura, mi familia me dijo que mi hermana se había comprometido, y que en dos meses se iba a casar. No podía entender cómo hacía tres semanas que había salido de Israel, y nunca había pasado nada, pero de repente me anunciaron del casamiento de mi hermana.
Obviamente entre lo que pedía también estaba el deseo de poder estar presente en el casamiento de mi hermana. No dejaba de rezar todos los días. Mike, cada vez que me despertaba en la mañana, me decía: “Levántate, tienes que rezar; y solo cuando terminaba mi rezo, levantábamos campamento.
Nos quedamos en la montaña hasta el domingo. Salvo un ruido de un avión que escuchamos entre las nubes, no pudimos divisar signos de vida humana a nuestro alrededor, por lo tanto decidimos bajar de la montaña y seguir por el “arroyo de la salvación”.
Seguimos por ese arroyo durante otra semana, muchas veces teníamos que enfrentar las grandes cantidades de barro, las fuertes lluvias, y demás dificultades naturales; pero Mike no dejaba de insistir en que debíamos seguir adelante, hasta que finalmente encontramos unos árboles, bajo los cuales nos pudimos refugiar y cambiarnos la ropa mojada para no congelarnos del frío.
El jueves comenzamos a ver el final del arroyo, y esa noche dormimos a un costado del mismo. Antes de quedarme dormido, pensé: “En cuanto pueda salir de esta situación, voy a regresar a Israel de inmediato. Viaje hasta aquí para entender que tengo que volver, basta de andar tratando de escapar de la vida, hay que vivirla”.
Por otro lado, me puse un poco triste, porque a mil kilómetros de donde estaba se encontraba el famoso glaciar Perito Moreno, del cual se habla mucho sobre las grandes maravillas que se ven ahí cuando se desprenden grandes pedazos de hielo y se rompen en el lago, creando un gran estruendo en el lugar. Ese lugar era parte de mi plan en el Sur, pero me parecía que iba a tener que conformarme en mirarlo solo en fotos.
Por la mañana me levante con un fuerte ruido, sentí como si las Torres Gemelas se estuvieran derrumbando a nuestro lado. Pero no era un terremoto, solo un gran estruendo. Sacamos la cabeza de la carpa y miramos, justo frente a nosotros, grandes trozos de hielo que caían de la montaña, despedazándose desde arriba, cayendo desde cientos de metros sobre el arroyo. Después de varios segundos de asombro, faltos de aliento por lo que veíamos, concluí: qué tanto problema era no poder ver el glaciar, acá, frente a mí, me estaban diciendo: “Mira, acabas de ver algo más grande que el glaciar, sigue adelante y no te quejes más”.
Decidimos avanzar rápidamente, para tratar de llegar al final del arroyo, con la esperanza de que terminara en una ciudad o un camino. Luego comenzamos a caminar más arriba para tratar de encontrar algo de comer. Cuando casi llegamos al final, se nos ocurrió que al día siguiente debíamos subir hasta lo más alto, para ver desde ahí todos los alrededores y saber en qué dirección debíamos seguir. Me di cuenta de que los viernes y los sábados (Shabat) el clima era muy bueno, y nunca llovía. Así fue como pudimos dormir entre unas piedras, para protegernos de los fuertes vientos.
Pasados diez días desde que dejamos el hotel, la dueña decidió dar aviso a la policía, que, a su vez, dio aviso al gobierno; que se encargó de notificar a la Embajada de Israel, la cual se comunicó con el Ministerio de Relaciones Exteriores, y así fue como acabaron informando a mi familia, diciéndoles que hacía diez días que me había perdido en el sur de Argentina.
En ese instante mi familia comenzó a darle vuelta a los dos mundos (material y espiritual), para que volviera sano y salvo a mi casa.
Las yeshivot comenzaron a recitar Tehilim para que me hallaran a salvo; muchos Avrejim estudiaron tratados del Talmud por mí, comenzaron a realizar tefilot especiales en el Kótel hamaaravi, y en las tumbas donde están sepultados los grandes tzadikim; colocaron carteles en los kólelim y yeshivot para que todos rezaran por mí, fueron a pedir las brajot (bendiciones) de los Guedolei Israel, todos juntos, unidos, con un mismo objetivo: que apareciera yo pronto, sano y salvo.
Mientras tanto, mi familia junto con mis amigos de toda la vida y de la universidad comenzaron a juntar fondos para mandar un equipo de rescate especial. También se dirigieron a los medios de comunicación, diputados y ministros de Israel, hasta que se pusieron en comunicación con el presidente de Argentina, para que se aumentaran los esfuerzos de mi búsqueda.
Una vez que subí con Mike hasta la cima de la montaña, decidimos quedarnos ahí, a pesar del difícil clima, para no desperdiciar la oportunidad de que alguien nos viera.
Al siguiente día, me desperté escuchando unos gritos. Mike había abandonado rápidamente la carpa y me di cuenta de que había pasado un helicóptero, él lo escuchó, y salió inmediatamente, pero no se le ocurrió llevarse nada con él para hacer señales. Su ropa era gris, así que el helicóptero, por la distancia y la gran cantidad de nubes, no pudo distinguirlo y siguió de largo.
Dos días por lo menos estuve enojado, pensando que Mike no llevó nada para hacer señales y tampoco yo salí rápidamente para ayudarlo. Por otro lado, pensé que si no nos había visto, seguramente fue porque todavía no era el momento para salir de ahí.
Pese a todo, tomamos los pocos condimentos que nos quedaban, nos pusimos en la mano un poco de orégano y pimienta, y nos imaginamos comiendo pizza. Después de esa “comida” pensé que nos merecíamos un postre. Entonces probé un poquito de pasta dentífrica, que era lo más dulce que teníamos.
El helicóptero no volvió a dar señas, y pasados varios días, comenzamos a bajar de la cima de la montaña para seguir adelante. Nuevamente llegó el viernes, y Mike fue a buscar una gran cantidad de ramas para poder crear una enorme fogata que durara mucho tiempo. Le dije que tratara de regresar antes de las ocho, ya que a esa hora yo me tenía que volver a la carpa para recibir Shabat. “¿Y qué pasará con el fuego?”, me preguntó. “Si este es nuestro momento de salir de aquí, nos van a encontrar incluso sin fuego”, le respondí.
Mientras estaba sentado, mirando el cielo, empezó a oscurecer, y me puse a pensar que el sol se estaba ocultando igual que en todo el mundo, en el oeste. Por lo tanto, me di cuenta de que estábamos caminando en dirección al Norte, en vez del Sur, y por eso era imposible que llegáramos a algún lado. Cuando regresó Mike le dije que sus cálculos en nuestra travesía habían sido erróneos, y que pensábamos que nos dirigíamos hacia el Sur, pero nos perdimos en la dirección opuesta, y ese fue el Gran error de él, en el cual yo confié por completo. Cuando Mike escuchó mis palabras me dijo: “¡Ah, tienes razón, me equivoqué!”. Creo que cualquiera en mi lugar hubiera tomado un tronco y le hubiera dado varios golpes, ya que pasamos tres semanas caminando en sentido contrario. Pero, me quedé callado, y no le dije nada. Me di cuenta de que toda su función había sido alejarnos lo más posible de nuestro regreso.
Por cierto, cuando hablé posteriormente con la persona encargada del grupo especial que mandaron de Israel para buscarme, me explicó que cuando buscan a alguien, lo primero que hacen es estudiar a la persona que están buscando, para tratar de pensar y tomar decisiones como si ellos fueran esa persona, y de esa forma poder seguir sus pasos. “Tú no eres uno de esos que va a caminar sin rumbo, tú te detienes y piensas qué hacer. Nunca nos imaginamos que en esos días tú te ibas a dejar guiar y te ibas a anular a otra persona”.
Seguimos avanzando hasta llegar a una pequeña isla, donde había mucha comida, varios tipos de hongos y otras pequeñas frutas. También encontramos mucha madera con la que podíamos cocinar una buena sopa. Ese era un buen lugar para acampar.
Tras cuatro días en el lugar, comenzó una lluvia muy fuerte. En la mañana, Mike quiso salir a buscar comida para cocinar, pero yo no quería salir, ya que por experiencia sabía que con esa lluvia tan fuerte no se podía hacer nada más que congelarse. Cuando se lo dije a Mike, su expresión cambió por completo, y empezó a gritarme: “¡A ti no te importa nada, tú no quieres salir de acá, yo hago todo, y tú no haces nada!”, y en medio de su enojo abandonó la carpa.
Yo me quedé anonadado, cómo era posible eso de que “yo hago todo y tú no haces nada”, no había noche en que yo no me metiera a la bolsa de dormir totalmente agotado. Enseguida entendí que no era él quien me estaba gritando, y pensé en el versículo: “No confíes en los nobles, en el hombre que no tiene salvación…”, y me dije: basta de confiar en él y en lo que piense. Voy a seguir adelante según mi entendimiento y mi emuná (‘fe’), tal como me dijo al principio: “La emuná la dejo para ti”.
Cuando volvió a la carpa, todo empapado, le pregunté si había podido encender el fuego y cocinar algo. Su respuesta fue negativa. Le pedí que no se preocupara, que finalmente había entendido lo que él esperaba de mí, y le aseguré que en lo sucesivo las cosas iban a cambiar.
De ser el conducido pasé a ser el conductor. No estuve de acuerdo en irme a dormir sin antes saber exactamente que íbamos a hacer al siguiente día, con o sin lluvia. Nos construimos un refugio con las maderas, hicimos un camino fácil para llegar a una playa que estaba debajo de nosotros; y dividimos el día en dos, la primera parte sería para buscar comida, cocinar, y buscar más leña; y la segunda, para las cosas que tuvieran que ver con nuestro rescate, como preparar grandes fogatas para prenderlas si es que alguien se acercaba, plantar algunas banderas y demás, también optamos por no tocar las frutas que teníamos cerca de la carpa, pues si nos tocaban días de tormenta, entonces no tendríamos que salir lejos para buscar alimento.
Llegó el quinto viernes, día de buen clima, y ya pasadas las 8 de la noche, empecé a recibir Shabat con canciones como Eshet Jail y Shalom Aleijem, que recordaba de la mesa de mis padres. Le traduje las letras a Mike para que entendiera lo que estaba cantando. Sentía una alegría muy grande, y de repente le dije: tengo una idea. Vamos a armar con todas las maderas que recogimos, a la orilla de la isla, un letrero bien grande que diga “SOS”.
Shabat a la mañana me levanté más temprano que de costumbre, y me sentía seguro de que se podía hacer ese cartel en Shabat, pues se trataba de salvar nuestras vidas. Salimos inmediatamente a buscar más maderas y troncos para armar nuestro gran cartel como habíamos pensado. Mike empezó a armar el cartel, y le dije inmediatamente. ¡No!, tú tráeme los troncos y yo lo voy a armar, ya que sé perfectamente cómo hacerlo. Así fue que durante doce horas estuvo trayéndome troncos mientras yo los iba acomodando.
Al final armamos un cartel de 40 por 60 metros, casi como el tamaño de una cancha de fútbol. Cada letra medía 12 por 20 metros. Debajo hicimos una flecha grande que indicaba donde estaba nuestra carpa, cosa que si pasaba un avión o un helicóptero podría verla. Volvimos a la carpa, y cuando vimos el cartel nos dijimos: parece que no es suficiente, hay que agrandarlo un poco más. Sin embargo al otro día descansamos, ya que arrastrar 12 horas maderas y troncos es algo agotador, especialmente en las condiciones que nos encontrábamos. Cuando me pesaron, al volver a Israel, había perdido un cuarto de mi peso aproximadamente.
El lunes, ya con más fuerzas, nos levantamos y juntos recogimos maderas y troncos durante doce horas, para hacer las letras más gruesas y que se vieran mejor. En la noche volvimos agotados a la carpa.
El martes leí mi Tikún haklalí (los diez salmos) como de costumbre, y recuerdo que ese día en vez de pedir las cosas de todos los días —volver sano y salvo, saber qué querían de mí, estar en el casamiento de mi hermana y demás—, ese día pensé: “¡Basta! ¡Suficiente! Hoy quiero salir de aquí”. Por más que todos los días quería salir, ese era el día. Terminé mi rezo, guarde mi librito junto con mi kipá en la mochila, y desperté a Mike para tomar nuestro habitual desayuno de moras.
Comenzamos a desayunar, y de repente se escuchó el ruido de un helicóptero. Después de la experiencia con el primero, ahora cada uno sabía perfecto que debía hacer señales y hacia dónde correr. En cuestión de segundos salimos a toda prisa de la carpa hasta el lugar del letrero. Empezamos a saltar haciendo señales para todos lados tratando de ver de dónde venía el ruido. Poco a poco vimos un punto negro que se iba acercando hacia nosotros. ¡Era un helicóptero! Pude ver al piloto cómo me miraba, pero no supe por qué siguió de largo, alejándose de nosotros.
En verdad solo fueron algunos segundos, pero para nosotros fue una eternidad, ver cómo se alejaba de nosotros sin entender lo que pasaba.
De repente, sin razón alguna lo vimos dar un giro de 180 grados, y volvió a donde estábamos, aterrizando en la pequeña isla debajo de nosotros.
Es imposible describir la alegría que tuvimos en ese instante, a pesar de que Mike era mucho más alto que yo, pude saltar más alto que él, gritando de felicidad, con los ojos llenos de lágrimas y con la garganta cerrada de tanta emoción.
El helicóptero nos esperó unos diez minutos hasta que tomamos nuestras cosas, incluyendo la bolsa de residuos que teníamos hace más de un mes con nosotros. Yo llegué primero a los pilotos y me abracé con ellos con una inmensa alegría. Y entonces empezamos a preguntar. ¿Quiénes son ustedes?, ¿nos estaban buscando?, ¿dónde estamos?, ¿por qué se siguieron de largo?, ¿por qué volvieron después?
“¿Qué dónde estamos?”, nos dijeron los pilotos. “Están en Chile”. “¡En Chile! Si salimos de Argentina”, les dijimos. No podíamos creer lo que nos decían.
Toda la gente y los equipos especializados que nos estaban buscando se limitaron al territorio argentino, ya que no había registro en los puestos de la frontera de que habíamos cruzado hacia Chile, por lo tanto este helicóptero no nos estaba buscando. Entonces que estaban haciendo por acá, les preguntamos. Éste es un helicóptero que pertenece a una empresa de petróleo -nos explicaron- hoy nos contrató un turista japonés en forma particular, para que le filmemos un poco la región, ya que él está haciendo un documental sobre kayaks. No podía creer lo que estaba escuchando, un turista japonés en el otro extremo del mundo había contratado un helicóptero para una película de kayaks, en el helicóptero había cinco lugares y tres estaban ocupados, quedaban justo dos lugares para nosotros, también tenían un compartimiento en el cual entro todo nuestro equipaje a la medida.
¿Si es así por qué siguieron de largo y después dieron la vuelta?, les preguntamos.
Los pilotos nos dijeron que al principio, pensaron que éramos turistas que llegamos ahí con un barco y que nos hacían señales para saludarnos, pero cuando vieron el gran cartel SOS entonces se dieron cuenta de que estábamos en problemas y se dieron la vuelta.
También les preguntamos cómo se llama el lugar que nos rescataron. Y nos dijeron que ese lugar no tenía nombre, pero el arroyo por el que habíamos hecho gran parte de nuestra caminata se llama “Paso del muerto”.
Toda persona que hace tefilá, al final tiene que mencionar un versículo con su nombre o que empiece y termine con la primera letra y la última de su nombre.
El versículo que yo decía es: “Aunque anduviere por el valle de la sombra de la muerte, no temeré mal alguno porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me consolarán” (Tehilim 23). Mi nombre es Gai, que quiere decir ‘valle’. Ese seguro era el valle de la muerte, y no temí, y de ahí fui salvado.
No pasó ni media hora, desde que había rezado con todo el corazón para salir ese mismo día hasta que me encontraba sentado en el helicóptero, incluyendo los diez minutos que nos estuvieron esperando para que recogiéramos nuestro equipaje. Como está escrito: “La salvación de Hashem viene en un abrir y cerrar de ojos”.
El helicóptero nos trasladó hasta el lugar habitado más cercano, unos 45 minutos de viaje, una base militar fronteriza chilena.
En esa base los gendarmes cambian la guardia cada 6 meses, y se puede llegar ahí luego de dos días de viaje en barco desde la ciudad más cercana.
De la base nos llevaron a la ciudad más cercana donde nos encontramos con el experto en rescates de la compañía petrolera, quien nos dijo: “No conocemos a ninguna persona en estos tiempos que haya sobrevivido más de dos semanas en las condiciones en las que ustedes estuvieron. ¡Según entiendo, ustedes estuvieron perdidos 33 días!”.
Ahí pude hablar a Israel con mis padres, donde para ellos eran las 2 de la mañana, y cuando se dieron cuenta de que era yo, escuché como 30 tipos de gritos y llantos, los cuales podía reconocer uno por uno.
Estuvimos en las primeras planas de los diarios de Chile, al igual que en la mayoría de los programas de televisión. Nos mandaron gente especial para que nos autorizara estar en Chile, ya que no habíamos entrado por ninguna aduana.
En Israel los títulos en los medios rezaban: “Milagro en tierra del fuego”. Después de que la brigada de rescate se reunió con nosotros, emprendimos nuestro camino de regreso, y, de paso por Argentina, nos recibió el embajador israelí.
Llegamos a Israel el domingo, cinco días después de que fuimos rescatados, y en el aeropuerto de Israel fui recibido por mi familia, amigos y fotógrafos, en medio de mucho llanto y alegría.
En la comida de agradecimiento que hizo mi familia para agradecer a Hashem había cientos de personas. Una semana después, fue el casamiento de mi hermana, un evento donde mi presencia había sido dudosa, y ahora la alegría era tan grande que superaba cualquier límite, no había lágrimas ni palabras ni sonrisas que pudieran reflejar semejante alegría
Con respecto a mí, la supervisión Divina de Hashem, con que maneja cada detalle se volvió más que clara. Desde entonces solo me faltaba aclarar qué es lo que Hashem quería de mí.
El camino hacia la yeshivá fue muy corto. Hoy en día —Baruj Hashem— soy avrej y estudio todo el día, estoy casado con dos hijas, y también me dedico a dar charlas multimedia para compartir con la gente todos los milagros que viví durante esa experiencia.
Para terminar, vale recordar el versículo del profeta Ieshaiáhu (43,2), que figura al final del Tikún haklalí que leía todos los días, y que encarna todo lo que pasé durante mi viaje y el mérito que tuve de salvarme: “Cuando cruces a través del agua, Yo estaré contigo, a través de ríos, ellos no te van a mojar, cuando camines a través del fuego, no te quemarás, y ninguna llama te quemará”.
Nos mantuvimos firmes frente a las aguas congeladas, la llama de tierra del fuego no nos quemó, gracias al mérito que tuvimos de estar contigo, Hashem.
Extraido de 180 grados

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